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El peso de la Iglesia católica sometida a la Corona bajo el Patronato real fue colosal en Hispanoaméri-ca durante la época colonial, con fuertes impactos, hasta hoy, políticos, sociales y en las mentalidades. La Iglesia católica fue la única legalizada por las élites criollas que ejecutaron las independencias en Hispanoamérica desde principios del siglo XIX. Luego se precisó la tendencia para lograr estados soberanos menos confesionales, hasta adoptar la libertad de cultos. Sin embargo, la Iglesia seguirá teniendo una gran influencia en la sociedad mediante la educación en escuelas y universidades religiosas, aunque hubiese perdido, en diversas fechas del decimonono, bienes materiales, el monopolio del registro civil, que era eclesiástico, instrumento de control colectivo, y la regencia de la salud pública y la asistencia social.
A pesar de que el papado condenara las revoluciones americanas numerosos sacerdotes y algunos obispos participaron en las décadas de 1810-1820 en los movimientos de emancipación y la creación de las nuevas repúblicas hispanoamericanas. Tuvieron un papel protagónico los curas Miguel Hidalgo (1753-1811) y José María Morelos (1765-1815) en México, en donde 75 % del clero seguía a los revolucionarios. Mencionemos también al obispo de Quito, el caleño José Cuero Caycedo (1735-1815) que apoyó a los patriotas y fue perseguido, y al sacerdote Francisco Javier Luna Pizarro (1780-1855), de inclinación liberal, que fue presidente interino de Perú en 1822. El obispo peruano José Higinio Durán (1748-1823), fue prócer de la independencia de Panamá en 1821. El obispo panameño de Mérida, Venezuela, Rafael Lasso de la Vega Lombardo (1765-1831), realista convertido en bolivariano, favoreció el reconocimiento por parte del Papa de las nuevas naciones como Colombia (Nueva Granada), la primera en lograrlo en 1836.
Liberales y conservadores, clericales y anticlericales se enfrentaban en diversos países en el siglo XIX cambiando, de manera hasta radical, la relación de un poder eclesiástico que fue omnímodo durante la colonización hispánica. Fue la larga época dorada cuando impuso a la población su ideología y acumuló privilegios y riquezas.
El resultado de cinco siglos de evangelización católica fue también, afortunadamente, la imposición del español como lengua universal en Hispanoamérica y una religiosidad sincrética, tanto de origen amerindio como africano en áreas bajo la influencia de poblaciones que llegaron esclavizadas. Igualmente, tendrá su lado oscuro, parte de responsabilidad en el afianzamiento de una cultura impregnada de magia, irracionalidad, machismo, intolerancia y superstición, una mentalidad que aún perdura.
Como reacción a la enorme influencia de la Iglesia católica afloró desde el siglo XIX en diversas partes de Hispanoamérica el anticlericalismo, especialmente entre las élites más educadas afines a las ideologías liberales y parte de la masonería. Ese anticlericalismo que surgió del humanismo renacentista y se fortaleció con la Ilustración, se manifestó en leyes adoptadas de 1850 a 1890 en México, Perú, Bolivia, Chile, Argentina y Colombia, especialmente en esta última con la ley pionera en Hispanoamérica de separación de la Iglesia del Estado de 1853 y las de desamortización de bienes de manos muertas de 1861 promulgadas por el presidente liberal Tomás Cipriano de Mosquera (1798-1878). En Centroamérica ocurre en 1829 al imponerse los liberales.
Venezuela ejecutó la ley de libertad de cultos en 1834, Perú lo hizo en 1860 y Chile en 1865. Bolivia, la última, en 1901, aunque en 1826 el mariscal Sucre restringió el poder eclesiástico. En Uruguay la secularización iniciada en 1859 concluyó con la total separación de Iglesia del Estado en 1917. Argentina promulgó la libertad de cultos en 1853, pero hubo ajustes complejos de la relación Iglesia-Estado en el siglo XIX, país que terminó dando, en el siglo XXI, el primer Papa latinoamericano en 2013, Jorge Mario Bergoglio (1936-2025).
En México bajo el régimen de Benito Juárez (1806-1872) se adoptó la ley del estado laico en 1857 y la de libertad de cultos en 1860. El anticlericalismo en México alcanzó su clímax con la constitución de 1917 en plena revolución mexicana que restringió los derechos de la Iglesia católica y la consecuente sangrienta Guerra de los Cristeros, de 1926 a 1929.
La reacción conservadora triunfó en algunos Estados nacionales como, por ejemplo, en Ecuador con el presidente Gabriel García Moreno (1821-1875), que hizo del país un estado confesional mediante el Concordato de 1862 con la Santa Sede, hasta la revolución liberal de Eloy Alfaro en 1895. Sucedió en Colombia con la Constitución centralista de 1886 y el Concordato de 1887 celebrado por el presidente Rafael Núñez (1825-1894), liberal reconvertido a las tesis conservadoras para, estimaba, unificar con más fuerza una nación con mayoría de creyentes. Los próceres de 1903 en Panamá no adoptaron dicho Concordato, pero dieron preeminencia al catolicismo desde la Constitución de 1904, situación controvertida, todavía vigente en el siglo XXI.
En la segunda mitad del siglo XX surge la “teología de la liberación” que ganó muchos adeptos en el clero, básicamente entre los jesuitas, que propugnaba acercarse a los más pobres y marginados, como reacción a la actitud de curas y la jerarquía religiosa a favor de los grupos dominantes. Desde la década de 1970 especialmente, diversos grupos protestantes (27 % hoy) incluyendo evangélicos de origen estadounidense, que por su espíritu más populista compiten con éxito con la Iglesia tradicional (57 %), acentuadamente conservadores y aliados de grupos católicos semejantes, han calado más en sectores más populares y ahora también en las clases medias, como sucede en toda Latinoamérica. Todos ellos tratan de imponer criterios que sectores más liberales estiman de involución, singularmente en salud pública y educación, mediante los parlamentos, gobiernos nacionales y locales y medios de comunicación.