• 09/01/2024 00:00

La invasión

Claro que esperábamos una invasión por parte de los gringos, pero en otra forma, sin embargo, nos atacaron como si fuéramos un batallón de guerra alemán

En 1989, Estados Unidos invadió a Panamá y las fuerzas especiales entraron al aeropuerto de Paitilla donde perdimos al teniente de la Fuerza Aérea Panameña que comandaba el personal militar y civil de la estación.

El batallón que cuidaba el hangar militar se preparó para repelar la invasión y se colocaron vigías. Uno alertó cuando divisó los soldados americanos adelantarse desde la playa, quienes preguntaron a los bomberos sobre la ubicación del local y la rodearon en posición de combate. Eran los mejores soldados escogidos del bendito ejército y varios hablaban el español. Sin nervios, nuestro teniente se enfrentó a ellos colocándose en el centro de la rampa y preguntándoles que “quienes era ellos, que querían”. Aquellos le contestaban con mentiras y esperaron el momento preciso, mientras del lado de acá, los nuestros, le gritaban al oficial que “se retirara, que estábamos en guerra, que lo iban a matar”. Tiraron una bengala y empezaron los disparos. El teniente buscó refugio en el hangar, pero fue demasiado tarde. Los de acá respondieron y cuatro americanos cayeron al suelo y otros fueron heridos, Se socorrió al teniente quien solo decía “tranquilos muchachos. Ya se están retirando” hasta que exhaló el último suspiro. En un momento, los soldados leales se retiraron de sus posiciones abandonando el hangar y los invasores le mandaron un solo balazo al avión Lear Jet estacionado dentro del hangar, que era su objetivo, y esa bala penetró por la parte derecha del avión cerca de la ventana del copiloto, por el fuselaje diagonalmente y encendió toda la cabina del piloto y la de los pasajeros sin dañar el fuselaje del mismo.

“Fotografía del Lear jet del general Manuel Antonio Noriega, que utilizaba, en el hangar de la Fuerza Aérea Panameña en el Aeropuerto Marcos A. Gelabert, en Paitilla. En esta ubicación, unidades de la Fuerza Aérea Panameña, refuerzos de la 2a Compañía de Orden Público Centurión que llegaron a reforzar el destacamento de Paitilla en los días previos a “la Invasión de Panamá” se enfrentaron a dos equipos Seals causando una gran cantidad de bajas y heridos. El destacamento de las Fuerzas Aérea Panameña estuvo esa noche bajo el mando del teniente (pos-mórtem) Octavio Rodríguez Garrido, quien falleció en el enfrentamiento”.

Isauro, nos están invadiendo... “Tas loco, qué te pasa”, le contestaba a Ricardo desde mi cama, acostado casi dormido y tratando de entender... “Mira afuera para la dirección de Panamá Viejo y verás el incendio del ataque aéreo en El Chorrillo”.

No podía creer lo que veíamos desde la de mi casa en Campo Lindbergh en unión de nuestros vecinos, todos asombrados y temerosos por semejante ocasión. Claro que esperábamos una invasión por parte de los gringos, pero en otra forma, sin embargo, nos atacaron como si fuéramos un batallón de guerra alemán.

La noche la pasamos en vela, pocos durmieron y se organizó un grupo que vigilaría alguna acción violenta en el lugar, que luego se exageró con los otros vecinos, que se tomaron la entrada de la barriada y comprobaban, con cédula en mano, el ingreso de los residentes creando discusiones extremas por el abuso a nuestra propia gente, con aquello de que venían los maleantes a saquear, a robar, a golpear a vecindarios. Fue tanto el susto que en la misma calle sin salida y en toda la entrada algunos amigos hicieron una barricada para repelar el ataque con armas de fuego y algunos rifles.

Poco a poco se fueron calmando los ánimos violentos del pueblo, pero se iniciaron los saqueos de los negocios establecidos y patrocinados por los benditos soldados invasores. Todo empezaba a escasear. Mi hija María me llama muy nerviosa y me dice que mi nieta querida no tenía leche evaporada que es la que la alimenta.

Alerta Isauro... Con mis mejores vecinos nos animamos y nos fuimos a las áreas de peligro... Los supermercados. Todo era un caos, un desorden enorme, pero tuvimos suerte al encontrar, entre otras cosas, latas de leche evaporada golpeadas en el suelo y las recogimos casi todas las que veíamos. Estábamos felices por el hallazgo en aquel momento y sin darnos cuenta fuimos rodeados de un grupo hostil que nos miraban con ciertas amenazas. Cruzamos miradas y los tres nos unimos para defendernos del probable ataque. No pasó nada y como en las películas nos fuimos retirando hacia la entrada del lugar, observándonos con ciertas amenazas, pero con las latas de leche en las manos. En el auto regresándonos no parábamos de reírnos describiendo cada detalle del encuentro casi violento con aquellos maleantes que quizás, al vernos con las latas de leche evaporadas solamente, resolvieron que no éramos peligrosos. Nos dirigimos a la casa de mi hija a entregarle la encomienda y se asombró de la cantidad de latas que le entregamos sin contarle la odisea que pasamos. Buenos vecinos teníamos en la calle.

El autor es piloto
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