• 07/05/2024 00:00

La pobreza panameña como secuela de la enfermedad

En Panamá existen escaleras para escapar de la trampa de la pobreza, pero no siempre se encuentran en el lugar adecuado [...]

Solucionar los problemas de salud en Panamá es muy frustrante, parece haber una gran cantidad de soluciones disponibles, pero todas son caras y enfocadas en construcciones de infraestructura y nada se habla de tecnologías preventivas.

Con frecuencia se culpa a los médicos del sistema público de las malas decisiones de los políticos oportunistas de turno, pero es que el Estado panameño no cuenta con soberanía sanitaria. La falta oportuna de salud nos está volviendo más pobres.

En Panamá, cada vez más, los hogares se enfrentan a problemas serios de salud, reducen el gasto, venden activos o piden dinero prestado a intereses muy altos a los prestamistas.

La deficiente salud pública aunada a la gran cantidad de panameños en la informalidad tiene al panameño en un ciclo de pobreza con la subsecuente consecuencia del rezago económico del país. Al país no le falta mano de obra especializada, le falta salud.

La mayoría de los expertos están de acuerdo en que el acceso a agua corriente y a servicios higiénicos tiene efectos espectaculares sobre la salud. Existe un estudio que afirma que, gracias a la introducción de agua potable, las mejoras higiénicas y el clorado de los depósitos de agua entre 1900 y 1946 la mortalidad cayó casi hasta la mitad, y la mortalidad infantil se redujo aproximadamente el 75% en ese período. Es más, los casos reiterados de diarrea durante la infancia generan daños permanentes en el desarrollo, tanto físico como cognitivo. Se ha estimado que el transporte de agua clorada a los hogares mediante tuberías permite reducir la diarrea en un 95%. La mala calidad del agua y las aguas estancadas causan enfermedades como la malaria, la esquistomiasis y el tracoma. Todas ellas pueden producir la muerte de un niño o convertirlo en un adulto menos productivo.

¿Cuántos casos de malaria y dengue se hubieran prevenido en Panamá con mosquiteros impregnados con insecticidas? ¿Cuán productivos para la patria serán los 8301 niños indígenas que sufrieron la epidemia de malaria el año pasado? ¿Cuántos panameños cayeron en máquinas de hemodiálisis porque no tenían agua potable las 24 horas del día en sus barrios? ¿Cuántas personas tienen secuelas de las infecciones por las excretas en las barracas o la basura que no se recoge en los barrios? ¿Cuánto le está costando a la empresa privada, motor económico del país, que sus trabajadores no tengan una salud pública adecuada?

Un mosquitero no solamente protege al niño que duerme bajo su protección, sino también a otros niños a los que no se contagiará de malaria/dengue.

Escuchar promesas de institutos oncológicos en cada provincia, máquinas de diálisis en cada barrio y más hospitales con medicinas en cada esquina denota que nuestros gobernantes y sus asesores nos quieren enfermos para seguir lucrando.

Las caminatas en las cintas costeras no le van a dar al pueblo panameño tecnologías en salud pública muy económicas y de efectividad probada, como sueros de rehidratación oral, medicinas desparasitarias, mosquiteros con insecticidas, recolección adecuada de la basura y el tratamiento adecuado de excretas.

El economista-filósofo y premio Nobel Amartya Sen afirma que la pobreza conduce a una pérdida de talento intolerable. Tal como lo expresa el premio Nobel, la pobreza no es solamente la falta de dinero, sino la incapacidad para desarrollar todo el potencial de la persona como ser humano. En Panamá existen escaleras para escapar de la trampa de la pobreza, pero no siempre se encuentran en el lugar adecuado y los únicos que quieren usarla son los empresarios ligados a los eternos diputados.

Debemos tener la responsabilidad de educar al pueblo panameño sobre la salud pública y como diría el profesor de economía de MIT, Abhijit Banerjee, el objetivo principal de las políticas de salud en los países pobres debería ser facilitar que los pobres dispongan de cuidados preventivos y, al mismo tiempo regular la calidad de sus tratamientos.

El autor es cirujano subespecialista
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