• 18/01/2022 00:00

'Mal de muchos, consuelo de tontos'

“-Ah, pero si eso sucede en países más desarrollados que el nuestro, es normal que acá suceda- No. No normalicemos romantizar las faltas de nadie, sea quien sea”

Las reglas, normas, leyes o como prefieran llamarlas existen con el propósito de que se cumplan. Son acuerdos, pactos sociales, mediante los cuales se refuerza algún tipo de comportamiento colectivo que debe estar orientado hacia el beneficio de una comunidad, población o Estado. Seguir las normas no nos transforma en “ovejas”. Seguir las normas nos fundamenta como ciudadanos comprometidos con la sociedad, gente que sabe convivir con los demás respetando y tolerando las fronteras personales de cada individuo.

Ese respeto, esa tolerancia debe ser una relación de dos vías. Respeto y tolero a mis semejantes, y recibo a cambio el mismo trato. Una situación ganar-ganar.

Y aquí es donde todo se va al carajo.

Desde hace años, grupos de la sociedad han venido surgiendo de manera escandalosa, y violenta para exigir tolerancia y paz hacia sus miembros, mientras ellos no respetan a nadie ni permiten el goce de la paz para los demás.

Estos grupejos son el resultado del adoctrinamiento a través del mal ejemplo que los ciudadanos recibimos de parte de nuestra clase “sin nada de clase”, los políticos. Hemos permitido que estos políticos nos gobiernen a su antojo, concediéndoles superpoderes con los que, lejos de hacer el bien, han destruido la sociedad y en su lugar han colocado esta realidad torcida, el mundo al revés, en donde los valores no sirven de nada, y lo vulgar reina.

Cada día, surge una nueva idiotez que es vitoreada por los miembros de estas facciones de frágiles indecisos, cuyas huestes crecen a un ritmo preocupante. Tienen un gran crecimiento porque nos hemos acostumbrado a no esforzarnos. No nos gusta pensar, así que permitimos que piensen por nosotros. No nos gusta educarnos para saber la verdad, así que dejamos que nos cuenten la versión que más les convenga a los que están en poder, y la creemos.

Vemos claramente la correlación que existe entre los malos políticos, y los descerebrados que los aplauden. Se crean leyes que solo benefician a los partidos políticos y a sus miembros en total y flagrante violación al derecho de los ciudadanos.

En nuestra muy emparchada Constitución ya vienen defendiendo a los corruptos desde hace rato. ¿Imagina usted por qué, amigo lector? ¡Bingo! Los malos hacen las leyes. Y nosotros somos cómplices al elegirlos.

Las personas aprenden por el ejemplo mucho más rápido que por otros medios. Así, viendo el pésimo ejemplo que nos han venido dando las autoridades, de todos los colores y credos, la ciudadanía empieza a ver como bueno lo malo. Ahí deberían entrar las leyes y normas para corregir el mal actuar. Pero no. El parche constitucional hábilmente concede innumerables áreas grises en las que tienen doctorado los leguleyos criollos, y mediante las cuales no solo tuercen las leyes, sino que han conquistado nuevos niveles de omisión legal: simplemente desaparecen el castigo. Bárbaros.

No es un problema local. Ni remotamente. Vemos en todos lados cómo los poderosos vuelven al antiguo “haz lo que digo, no lo que hago”, pero en un abierto “mea culpa” con el cual conceden la más clara bofetada a la institucionalidad de las leyes que deben fundamentar todo Estado.

Una falacia harto conocida ya es “la Ley es igual para todos”.

Imaginemos que un famoso atleta, decide participar de un concurso. Le envían los requisitos, las normas y, a sabiendas que incumple, decide mentir y apuntarse a participar. Llega al sitio del concurso y le solicitan los requisitos de entrada, que conocía, pero decidió obviar. No los tiene. Jamás los tuvo. Lejos de admitir su falla, objeta, se genera una pataleta monumental y queda detenido hasta que las autoridades decidan qué hacer con el atleta.

Quedaría demostrado a la faz del mundo que las leyes son diferentes para todos. Si el infractor hubiera sido usted, amigo lector, o este servidor, en menos de cinco segundos nos habrían montado en un avión de vuelta a nuestro hogar, con una cuantiosa multa por no acatar indicaciones.

Pero en el mundo no sucede así. Lejos de sancionar inmediatamente al famoso infractor, surgen ejércitos de defensores que quieren que se olvide la flagrante falta, y que se le indulte, aparte de que se le pidan disculpas al atleta, pues es “fulano de tal”. Las autoridades, amedrentadas por el costo político, dudan por días qué deben hacer, violando sus propias leyes. Al final, se le prohíbe al atleta participar, pero no sin antes haber protagonizado un triste espectáculo que evidencia la parcialidad de la justicia hacia aquellos que son poderosos. Y el daño ya está hecho. Los gobernantes del país han quedado como meros castrados ante la fama y el poder, acusando inacción ante una falta. No importó hacer valer las “reglas de la casa”, sino que pesó más el qué dirán. Dicen los entendidos que la “justicia tardía no es justicia”.

-Ah, pero si eso sucede en países más desarrollados que el nuestro, es normal que acá suceda- No. No normalicemos romantizar las faltas de nadie, sea quien sea. “Mal de muchos, consuelo de tontos”. Ya basta de dejar que nos agarren de tontos.

En nuestra historia ficticia, al menos hicieron valer la norma. ¿Será que algún día veremos eso en nuestro querido Panamá?

Dios nos guíe.

Ingeniero civil.
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