• 23/02/2022 00:00

Mentiras que parecen verdades

“Los mensajes comerciales se nutren de una realidad, que se convierte en una falsa esperanza por un encantamiento mentiroso del lenguaje”

Comprar, vender. Dos acciones de una misma actividad: el comercio. Alguien demanda y otro ofrece. El intercambio de una especie, bien o servicio es solo la faceta externa de una relación que tiene miles de años; casi tantos como la humanidad. Detrás de ese enfrentamiento o contacto virtual (que es como se negocia ahora), hay detalles que van desde lo más simple hasta un entorno ideológico que define a los actores.

Dos individuos entran a negociar y en torno a cada uno hay un conjunto de referentes, que definen visiones -semejantes o diferentes- de las circunstancias que les envuelven. Esto hace que tal diligencia específica no sea más que la expresión de dos manifestaciones complejas, que orientan a quienes se involucran en este proceso.

Pero, además, se supone que los discursos de ambas partes tratan de justificar las acciones. Una tiene que persuadir a la otra que aquello sometido a su consideración es exactamente como le satisface, con reglas adecuadas, y que lo adquirido, llenará las expectativas. El enfoque utilizado está plenamente orientado a impresionar al cliente y, por tanto, no siempre el mensaje se basará en la verdad.

Hay ejemplos que ilustran tales hechos. Una persona acude a una cafetería de esas situadas junto a una gasolinera en la ciudad. Pide, entre otros productos, dos empanadas y cuando le atienden, solicita que se incluya el descuento de jubilado. Le responden que la caja solo le acredita tal reducción de precios al último alimento y esto le obliga a pagar, según el costo original.

¿Cómo es posible que un individuo compre dos alimentos iguales y le aseguren que tal deducción solo aplica con uno de ellos? Lo peor es que el comprador recordó que, un día antes, había estado en el mismo establecimiento para adquirir igual pedido y quien le prestó el servicio aplicó la norma vigente sin hacer mención de alguna excepción o, como aludió el otro, que el sistema no aceptaba la operación de manera regular.

Igual sucede con otro caso ocurrido a inicios de este año. Dos de las empresas que brindan servicios de cable incrementaron el costo de sus servicios a finales de 2021. En las cuentas hay un aumento de un poco más dos balboas. Cada una explica -sólo si alguien preguntara- el porqué del cambio. Una responde que se debe a que los usuarios gozaban de una oferta que ha terminado. La otra, dice que es una rebaja que cesó.

¿Desde cuándo comenzaron las condiciones de venta que ahora terminan? Hay que creer en una explicación que no se basa en ningún documento. Los representantes de las empresas aducen que sus pasos son anunciados al público, pero no sustentan por qué se alteran las cuotas cada cierto tiempo. No parece preocuparles cuánto ni cómo esta medida afecte la relación entre las compañías y los suscriptores.

Decía Gramsci que “… los intereses del grupo dominante prevalecen, pero hasta cierto punto; o sea, hasta cuando chocan con el mezquino interés económico-corporativo”. Hay aquí un ilustrador caso en el que un sector económico utiliza reglas inconsultas y aplica ofertas que expiran sin previo aviso, amparadas por condiciones ambiguas e impuestas bajo las premisas de que “los otros” deben alinearse y asentir a cambios, aunque les afecten.

Recientemente, y previo al nuevo periodo escolar, los establecimientos que venden los implementos estudiantiles publicitan la adquisición de útiles y en la mayoría de los anuncios televisivos, aparecen jóvenes que interpretan coreografías de baile, como si entraran a una fiesta de disfraces. En ninguno de los anuncios aparecen colegiales en su vida académica con libros en las manos o en grupos de estudio.

Los mensajes comerciales se nutren de una realidad, que se convierte en una falsa esperanza por un encantamiento mentiroso del lenguaje.

Periodista
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