• 27/04/2023 00:00

La misión civilizadora de la educación

“[...] es imprescindible que nuestra sociedad recupere la misión civilizadora de la educación, tan necesaria para nuestra cultura [...]”

Un factor determinante en la dimensión cultural que tenemos de la educación es precisamente cómo vemos el mundo y sus respectivas culturas y civilizaciones, al ser nosotros herederos de miles de años de evolución genéticamente compartida, con su constante intercambio de conocimientos.

Nuestra transformación educativa personal se ejerce evolutivamente en el tiempo, ese sumo innovador de toda nuestra actividad creativa consciente e inconsciente. Este desenvolvimiento sucesivo de nuestra personalidad se manifiesta como muchas versiones sucesivas de esta, a lo largo de nuestras vidas. Por ejemplo, un recién nacido Cervantes poco se parece a un Miguel adolescente, mucho menos al Manco de Lepanto que escribió su Don Quijote de la Mancha.

Nuestra creatividad y transformación lenta, a veces fatídica, cuanto más si es profunda y esencial, pende de la acumulación de acciones instintivas y aprendidas en dicha evolución educativa. Nada pasa en vano, sin dejar huellas en el corazón humano, porque no hay acto ni idea que no contribuyan a determinar el rumbo que tomemos, no menos en ese desarrollo educativo de nuestra personalidad. Cada instante, por más fugaz y precario que sea, cuenta como educación: ya lo dijo Séneca: “Yo mismo, en el momento de decir que todo cambia, ya he cambiado”.

Por eso, la educación es un valor constantemente renovado, como la palabra que se dice, escribe o lee, pues tiene su propia constancia y sustancia evolutiva, fruto de nuestra innata curiosidad. Ella viene a ser la mensajera del mundo, cuyos lazos no se pierden en esa transformación interior, al ser fuerza vital capaz de abatir a los indolentes que la ignoran.

La educación, siempre en obra, se adelanta a la sabiduría, porque su persistencia indefinida, o sea nuestra curiosidad por saber, fluye precisamente de lo incompleto y transitorio que es la dualidad de aprender. Este aprendizaje consiste, en primera instancia, en la acumulación instintiva de conocimientos y datos, desde que nacemos. Ya existen estudios biológicos sobre las influencias genéticas y ambientales que marcan nuestro ADN y su transmisión a generaciones futuras como instinto ancestral, con su interesante corolario que hacen de la educación un posible instinto heredado de nuestra curiosidad.

Pero la segunda parte de esta habilidad es la más importante por consistir en el esfuerzo de comprender y ordenar toda esa información convirtiéndola en un poder transformador creativo en nuestra vida, además de ser un instinto heredado y un razonamiento aprendido.

Las puertas de las escuelas se abren para darnos esa acumulación primaria de datos, pero su verdadera misión debería ser fortalecer ese instinto genético de aprendizaje y curiosidad, recalcando la necesidad de una educación continua para aprovechar mejor esos instintos creativos personales. Esta perpetua búsqueda de aprendizaje, indispensable en el esquema de toda vida civilizada, es parte esencial del carácter dinámico de nuestra naturaleza al sabernos seres ignorantes, pero con innata curiosidad.

Aquí influye mucho el concepto que tengamos de educación, cultura y civilización. Desafortunadamente, tanto en nuestros sistemas mercantiles de economía capitalista como en los de creencias y prácticas marxistas, al humano lo hemos transformado en un bien de consumo más, donde su “valor” consiste en el precio obtenido por sus servicios.

Su educación lo convierte en un autómata enajenado en la máquina social de producción, sea esta comunista o capitalista, pues su labor en el capitalismo es la encarnación empobrecida del capital por ser dependiente de una inversión de otros, mientras que en el comunismo esa labor es meramente la transformación del valor de uso a valor de cambio.

Así, la función educativa que dictan estas fuerzas económicas y sociales de marcada orientación materialista en ambos sistemas, va orientada a la deshumanización de la educación y a la aniquilación de esa curiosidad y creatividad innata, causa de la actual crisis educativa.

Por eso, es imprescindible que nuestra sociedad recupere la misión civilizadora de la educación, tan necesaria para nuestra cultura y dicha creatividad personal.

Ciudadano y articulista.
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