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- 14/09/2025 16:59
Algunas noches apago el televisor hartó de lo que ocurre en el mundo y los efectos sobre los pobres y necesitados. Me pongo los audífonos y escucho música. Que maravillosa la música que me transporta a otras épocas en donde más existía la esperanza que otra cosa.
En las redes sociales, hace algunos años, alguien ante la preguntó ¿Qué piensa del éxito de individuos como Bad Bunny?, la respuesta atribuida a un ganador de un premio Grammy ese año y que prefirió mantener el anonimato fue: “Lamentablemente, creo que es exitoso por la incultura de la gente y América Latina es un pueblo en dramática involución cultural que no tiene remedio”. Y, “Son tramas del lumpen e intereses de las mafias de las disqueras que obedecen a las élites económicas, a las que les conviene que la gente esté mal, se embrutezca y sea cada vez más ignorante y estúpida, porque incita a las adicciones, el consumo de droga, la promiscuidad sexual con cualquier sexo y la vida irresponsable. Es la promoción de una vida de fantasía totalmente fuera de la realidad en el mensaje de algo que no es música, sino un disfraz latinizado y superficial de un movimiento social encaminado a promover las peores deformaciones de lo más bajo de la sociedad, aprovechándose de la ingenuidad e ignorancia de gran parte de la juventud” (copiado tal cual).
Les doy algunos datos puntuales: Bad Bunny ocupó el séptimo lugar entre los que el año 2024 tuvieron mayor excito económico. Su gira titulada “Most Wanted Tour”, generó 210 millones de dólares en ganancias.
Lo planteado por el “incognito” y señalamientos muy parecidos de otros muchos sobre esta música, es materia de profundos y serios estudios por parte de sociólogos, psicólogos sociales y todos aquellos expertos en disciplinas científicas que atienden la conducta o el comportamiento humano, conforme su evolución y las influencias externas a las que se ven expuestas.
Yo no tengo experticias en esas áreas de estudio ni mucho menos. Lo que me queda es la rudimentaria tarea de comparar la música de mis tiempos con la de ahora. Justo o no, como hacemos todos, generación tras generación, creemos que “cada tiempo pasado fue mejor”.
A mí no solo me influenciaron varios géneros musicales de las décadas entre 1960 y 1980. También fui profundamente influenciado por la música de la generación de mis padres: El calypso del caribe, los big bands a lo Duke Ellington, Count Basie; cantantes como Ella Fitzgerald, Nat King Cole, Frank Sinatra y toda esa generación. Crecí con la influencia musical que salía del norte, particularmente de los Estados Unidos en los sonidos de Motown y los grupos soul; algo de Rock. Santana. etc. Del mundo latino el Gran Combo, Cortijo, Ismael Rivera, José Feliciano, José José, Oscar de León y una variedad de aportes que mayormente provenían de la Fania All Stars como Celia Cruz, Willie Colón, Rubén Blades, etc. En Panamá, los Combos Nacionales.
Me tocó la Nueva Trova Cubana: Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y toda la propuesta social y revolucionaria de una América latina que buscaba mejores condiciones sociales para los menos afortunados y los desprotegidos: Soledad Bravo, los nicaragüenses Luis Enrique y Carlos Mejía Godoy, Chico Buarque, etc.
Creo poder asegurar que, de mi generación o círculo más cercano de contemporáneos, compañeros o amigos históricos, la gran mayoría tuvo una muy parecida experiencia influenciadora con respecto a la música durante nuestro desarrollo. Pero lo más importante es que, en términos generales, la influencia generacional de la variedad y género musical a la cual fuimos expuestos, subrayó un sentido de apreciación artística más sensible culturalmente y menos agresivo.
Si “La música amansa a las fieras”, como dejará plasmado el mitológico poeta y músico griego Orfeo, muchas de las ofertas musicales que hoy ocupan a esta generación parece hacer lo contrario. El arte de crear lírica con una estética musical que transita sobre lo romántico o poético, en gran medida, ha desaparecido. Mientras tanto, se sumergen en “...letras perversas que, si las logras descifrar son balbuceos soeces monótonos embrutecedores y elementales”, como dijera el “incognito” en el escrito que circuló.
Bad Bunny no es un cantante, no canta ni pío como decimos aquí. Es un producto comercial que genera mucho dinero para mucha gente, y mientras las disqueras hacen millones, esas ofertas musicales parece desligarlos de las graves amenazas políticas, sociales y culturales que esta generación hoy enfrenta y que, tarde o temprano, será asunto de ellos resolver. Hay artistas actuales con propuestas musicales de gran valor, pero lo chabacano acapara los espacios de divulgación musical. El tiempo juzgará y veremos cómo, dentro de algunas décadas, valoran la música que hoy parece marcar una ruptura cultural de la transición entre generaciones.
La música que escucho es un tesoro creativo y poético inigualable con un acompañamiento genuino, alejado de la influencia artificial y electrónica. Así como tenemos la tarea de elevar el nivel educativo, podemos tratar de hacer lo mismo con el nivel cultural y el grado de apreciación musical.