• 26/03/2014 01:00

Entre naciones

Todo sería más fácil si tuviéramos un interés verdadero por las personas y su bienestar.

Un día un muchacho que vendía mercancías de puerta en puerta para pagar sus estudios universitarios, encontró que solo le quedaba una moneda de diez centavos. Tenía hambre y, decidió pedir comida. Pidió y no se le dio. En su último intento, se le abre una puerta y aparece una mujer y, en lugar de pedir comida pidió un vaso de agua. La mujer le trajo un gran vaso de leche y el mendigo le pregunta: ‘¿Cuánto le debo?’. A lo que la mujer responde: ‘No me debes nada. Mi madre me enseñó a no aceptar nunca un pago por un acto de caridad’. Con la actitud demostrada por la mujer, el mendigo que estuvo a punto de desfallecer y dejarlo todo, recapacitó, se sintió fuerte en su fe en Dios y en esta mujer de buen corazón.

Años después, la mujer enfermó gravemente. Los doctores que inicialmente la atendían y confundidos con el diagnóstico de la enfermedad que padecía, la mandaron a la gran ciudad para que fuera atendida por el Dr. Howard Kelly, que, al escuchar el nombre del pueblo de donde venía la paciente, sintió curiosidad por saber de quién se trataba. Inmediatamente, fue a su cuarto y la reconoció enseguida. Después de un tratamiento prolongado y riguroso, la mujer se recuperó. Sana y salva, estaba lista para salir del hospital. Pero, se sentía angustiada por la factura de los gastos, porque sabía que le tomaría el resto de su vida para poder pagar el tratamiento a la que fue sometida. Para su sorpresa al abrir el sobre de la factura leyó estas palabras: ‘Pagado por completo hace muchos años con un vaso de leche’. (Firmado) Dr. Howard Kelly. Con la actitud demostrada por el médico, lágrimas de alegría inundaron sus ojos y dijo: ‘Gracias Dios, porque tu amor se ha manifestado en las manos y en el buen corazón de este hombre’. En esta vida, lo bueno y lo malo, se te devuelve.

El ser humano está vinculado a cosas y a personas. Su existencia se desenvuelve y transcurre con mucha gente. Incluso con quienes se encuentran de paso, en la calle, una vez en la vida, y recibe, sin esperarlo, una voz de aliento, una mano amiga. Esto es lo que hace posible la convivencia humana. Esa convivencia humana es la propia sociedad.

Ligo lo anterior con la manera de tratarnos solidariamente entre naciones. Pongo de ejemplo la falta de solidaridad e indiferencia de la OEA, por las razones que sean, a la crisis que enfrenta Venezuela. La subsistencia de la sociedad tiene por indispensable la subsistencia de cada persona. Esto nos obliga a la cortesía, al compañerismo, a la solidaridad, sin entrometernos en asuntos internos de cada nación. El sentimiento de sensibilidad hace más previsor y participativo al individuo, descubriendo todo aquello que afecta en mayor o menor grado el desarrollo social. Con sentido común y un criterio bien formado, este sentimiento hace frente a todo tipo de inconvenientes, con la seguridad de hacer el bien poniendo todas nuestras capacidades al servicio de los demás. Sobre todo, cuando existen los ‘enfermitos de poder’, seres insensibles a los derechos inalienables de un pueblo.

El valor de la sensibilidad es la capacidad que tenemos los seres humanos para comprender el estado de ánimo, el modo de ser y de actuar de las personas, así como la naturaleza de las circunstancias y de los ambientes, para actuar correctamente en beneficio de todos. Es una manera de vivir congruentemente entre lo que se piensa y la conducta que se siente hacia el prójimo, que junto a la justicia, exige dar a cada quien lo que le es debido. No se puede esperar que las nuevas generaciones construyan ese futuro mejor que tanto se espera, si somos indiferentes los unos con los otros. La sensibilidad es permanecer alerta de todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Es interés, preocupación, colaboración y entrega generosa hacia todos.

Hay quienes no se comprometen con el dolor ajeno, lo consideran fuera de su competencia, pensando que cada quien tiene lo suficiente con sus problemas como para preocuparse de los ajenos. Eso se llama indiferencia y es el peor enemigo de la sensibilidad. Todo sería más fácil si tuviéramos un interés verdadero por las personas y su bienestar. De seguro todas las naciones viviríamos en paz.

PSICÓLOGA

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