• 25/11/2020 00:00

El Pacto y sus prólogos

Una vez el presidente Cortizo anunció que se convocaría al país a un “Gran Diálogo Nacional”, que deberá culminar con la promulgación del “Pacto del Bicentenario”, el 28 de Noviembre de 2021, como era de esperar, se produjeron las primeras y variadas reacciones que ahora, en la víspera del lanzamiento oficial de la iniciativa presidencial, como también era de esperar, han incrementado, a favor y en contra, las especulaciones y hasta las descalificaciones por parte de los diferentes sectores con protagonismo en la vida nacional que aspiran a influir, en general, sobre el desarrollo y los resultados del diálogo o, en particular, “a llevar agua a sus molinos”, para que los contenidos sean los que mejor convengan a sus aspiraciones sectoriales y hasta personales.

Una vez el presidente Cortizo anunció que se convocaría al país a un “Gran Diálogo Nacional”, que deberá culminar con la promulgación del “Pacto del Bicentenario”, el 28 de Noviembre de 2021, como era de esperar, se produjeron las primeras y variadas reacciones que ahora, en la víspera del lanzamiento oficial de la iniciativa presidencial, como también era de esperar, han incrementado, a favor y en contra, las especulaciones y hasta las descalificaciones por parte de los diferentes sectores con protagonismo en la vida nacional que aspiran a influir, en general, sobre el desarrollo y los resultados del diálogo o, en particular, “a llevar agua a sus molinos”, para que los contenidos sean los que mejor convengan a sus aspiraciones sectoriales y hasta personales.

Si algo refleja una radiografía actual de nuestro país es que la sociedad panameña es un mosaico de fracciones y divisiones y que sus respectivos voceros, y como norma de conducta, se consideran dueños de la verdad y, en consecuencia, terminan antagonizando y excluyendo a quienes no comparten sus posiciones. Reconocer esa realidad que, aparte de la tendencia a excluir, lleva aparejada la descalificación de quienes piensan de manera diferente, será el primer obstáculo a superar. Y para ello se requiere que, aunque sea de manera temporal, todos los eventuales protagonistas del diálogo aparquen sus proclividades a la confrontación y adopten el talante conciliador que permita crear las condiciones para construir los consensos que deberán ser la esencia del Pacto del Bicentenario y los que le darían trascendencia.

En todas nuestras sociedades una división primaria de sus sectores organizados los agrupa en partidos políticos y grupos de presión. Los primeros tienen como objetivo principal la conquista y retención del poder político, mediante el control del gobierno, sea en solitario o coaligados. Los segundos, que abarcan a todas las organizaciones que representan intereses económicos, profesionales, de género o étnicos, luchar por los intereses que le son comunes. Estos, según la fortaleza específica de cada sector que los promueve, pueden ser tanto o más influyentes que los partidos políticos, especialmente cuando estos hacen del quehacer electoral su principal motivación.

Construir consensos, cuando existen agendas tan diversas es difícil, pero no imposible, siempre y cuando los protagonistas del diálogo asuman como un primer preacuerdo aparcar los sectarismos y los preconceptos y sentarse a la mesa animados por la voluntad de lograr entendimientos y no de imponer posiciones.

Un segundo requisito para que el diálogo pueda arrancar con paso positivo es que todos los sectores revisen, con sentido realista, las posiciones que llevarán a la mesa del diálogo. Esa revisión, en primer lugar, debe jerarquizar los temas, según su importancia y urgencia y extenderse a comprender las alternativas que propondrían.

En las excepcionales condiciones que ha impuesto la pandemia, no cabe discutir que la tarea más importante es superarla. Mientras la lucha contra la pandemia sea el principal reto de la nación es evidente que de la rapidez y seguridad con que la superemos dependerá la recuperación económica y, también, la prioridad con la que deben abordarse otros temas, que son fundamentales, como la reestructuración institucional del Estado, pero que no tienen la misma urgencia.

La meta principal de mediano y largo alcance que debe resultar del Diálogo Nacional, para describirla en términos simples, debe ser acortar la diferencia entre el Panamá que somos y el Panamá que podemos ser. En otras palabras, cerrar la brecha de la “Sexta Frontera” del Panamá de las desigualdades que, desafortunadamente, no parece interesarnos a todos por igual.

Desde luego, siendo tentador, no incursionaré en la calificación de las primeras y hasta intransigentes, por lo negativas, reacciones que han expresado importantes voceros, tanto de los partidos políticos como de otros sectores con significación en la vida nacional, que, sin siquiera escuchar la presentación del presidente de la República, amenazan con no participar.

La primera etapa del diálogo no tiene otra connotación que la de ser un llamado a que todos unamos esfuerzos y contribuyamos a darle al futuro pacto, mediante la construcción de los consensos más razonables, los contenidos que le den sentido y trascendencia, más allá, de un quinquenio presidencial.

Un diálogo convocado dentro de las actuales urgencias que impone la pandemia y con la acumulación de problemas que ella ha contribuido a agravar, en algunos casos de manera exponencial, no podrá dar “soluciones mágicas” o para mañana; pero sí puede ser la apertura de un camino feraz al entendimiento patrióticamente orientado.

Todas las crisis, a la corta o la larga, generan sus soluciones; pero, al final de las cuentas, depende de los actores a los que toca enfrentarlas que estas sean exitosas. Los actores de la nuestra son los dirigentes políticos, en primer lugar, y los de todos “los grupos de presión” que pueden, si así lo deciden, aportar con ánimo sereno y objetivo. La pelota no está en un solo campo, sino en el de todos. De cuanto nos empinemos, ellos y toda la ciudadanía, sobre nuestras diferencias, dependerá el rigor del juicio que a todos nos hará la historia.

Abogado
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