• 08/08/2016 02:02

Colombia y Panamá

Poca gente en la Colombia actual, salvo los más instruidos, conocen o entienden estas cosas y por eso allá todavía se reciente la independencia de Panamá

Cuando el Istmo, que décadas después se convertiría en la República de Panamá, se independizó del Reino de España en un movimiento político-militar liderado por el general José de Fábrega y se unió voluntariamente a la Gran Colombia, no lo hizo porque sus líderes o habitantes se sintieran neogranadinos o bogotanos o cartageneros, sino porque, en adición a la extraordinaria admiración que despertaba la figura heroica del Libertador Simón Bolívar y su creatividad política, encaminada a la formación de un conglomerado continental de países con afinidades cuasi absolutas, se tomó en cuenta la necesidad de ponerse bajo el paraguas de una potencia militar y política regional que protegiera al istmo de un retorno del poderío ibérico y sus eventuales consecuencias.

Poca gente en la Colombia actual, salvo los más instruidos, conocen o entienden estas cosas y por eso allá todavía se reciente la independencia de Panamá, lograda el 3 de Noviembre de 1903.

Observando de antemano que la unión de Panamá a la Gran Colombia, convertida después en la Nueva Granda y luego la actual Colombia, dio lugar a una gran vinculación social entre familias y el brillo intelectual y cultural de Bogotá y otras ciudades colombianas atrajo a muchos jóvenes panameños a estudiar allí para nutrirse de esa cultura, en general puede afirmarse que tal unión resultó desastrosa para los istmeños. Aquí vinieron a dar todas sus guerras civiles, que allá no acaban aún; el centralismo bogotano hacía ineficiente toda acción administrativa útil. El istmo vivía en la miseria: sin carreteras, sin hospitales, sin escuelas, sin agricultura productiva, sin industrias, etc.

Los intentos separatistas o secesionistas a lo largo del siglo XIX fueron una muestra clara de la insatisfacción de los istmeños por el estado de cosas derivados de la unión con Colombia.

El efímero Estado Federal que se constituyó gracias al genio jurídico y político del insigne Justo Arosemena, mecanismo que podría haber salvado la vida en este estrecho territorio, no duró mucho porque el centralismo colombiano lo eliminó casi que con prontitud.

Para poner las cosas más feas, tenemos que en nuestros días de Colombia nos llega el tráfico de drogas y la monstruosa criminalidad aparejada a esa actividad, con una secuela de corrupción social e institucional de gran magnitud. Agréguese a ello lo que nos cuesta tratar de controlar o reprimir ese tráfico ilegal de drogas y sus consecuencias y lo que carga el Estado panameño al mantener en prisión a miles de delincuentes de allende el Atrato, a los que hay que alimentar, bañar, cuidar su salud, etc, etc., más los migrantes multiétnicos y multiculturales que de allá empujan para que entren en territorio panameño.

Ahora mismo hay centenares de miles de ciudadanos colombianos que se han venido a Panamá para trabajar y encontrar medios de vida para ellos y para sus familiares, que en su tierra reciben las remesas que les mandan los que obtienen ingresos en dólares que salen de la economía panameña, para aliviar la de Colombia. No son reales ni pesos devaluados, sino muchos millones de dólares americanos.

Si se hiciera un recuento de todas estas cosas, el resentimiento debería ser de los panameños hacia los colombianos, pero el pueblo de esta pequeña patria, donde es más claro el cielo y más brillante el sol , es generoso y acá los colombianos han sido recibidos con los brazos abiertos, hasta hora, tanto sus laboriosos obreros como sus inversionistas, que logran interesantes utilidades de sus negocios locales.

Por aquellas visibles razones, resulta inexplicable la hostilidad que viene demostrando el Gobierno colombiano contra Panamá y sus gobernantes, forzándonos a todos a aceptar humillantes condiciones en un tratado que en nada beneficia a Panamá, pues más bien causa daño en nuestra economía, sin nada a cambio, haciéndolo en forma que más que una negociación diplomática propia del derecho internacional público, parece una coacción, acompañada de la inclusión de nuestro país en listas grises o negras que aumentan el daño a nuestra economía de forma injustificada.

Eso sin contar con la rebeldía colombiana a cumplir con un fallo de la Organización Mundial del Comercio, que obliga a los neogranadinos a derogar medidas aduaneras y fiscales que boicotean el comercio con Panamá, derogatoria que aquel Gobierno está remiso en materializar jurídicamente.

Visto todo esto, me arriesgo a parafrasear al ilustro jurisconsulto romano Cicerón, quien, refiriéndose a su más controversial adversario, causante de disturbios políticos en la Roma antigua, le espetó: ‘¿Hasta cuándo, Catilina...? '.

ABOGADO

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