• 11/06/2025 01:00

Pantallas, internet, y el riesgo de una (des)conexión temprana

La familia está en pijama. Policías armados rompen la puerta para entrar a la casa. Mientras uno le apunta, la madre llora y suplica, “¡Tengo dos niños arriba!” La policía sube, entra a la habitación, y frente a un niño de 13 años y sin dejar de apuntar, grita “encontramos al sospechoso”.

Es una de las primeras escenas de la serie “Adolescencia”, de Jack Thorne y Stephen Graham. En unos segundos, el mundo adulto irrumpe de golpe en la vida de un menor que no está preparado para enfrentarlo.

Al verla, pensé en el libro “La generación ansiosa”, del psicólogo social Jonathan Haidt, quien analiza cómo los smartphones, y en particular las redes sociales (en niñas) y los videojuegos (en niños), provocan una oleada de ansiedad y depresión en la generación Z.

El tema me sacude desde entonces. Como padres, queremos proteger a nuestros hijos del mundo real, pero los dejamos solos en un mundo igual o más complejo: el digital. Ahí pasan de ver videos de canciones infantiles, a jugar videojuegos, abrir cuentas de Instagram o Tiktok e interactuar con personas desconocidas. Mientras atraviesan una etapa sensible de su desarrollo, empiezan a construirse una idea distorsionada de la sociedad y las relaciones humanas. ¿Es ese mundo más seguro?

En el reportaje Menores en redes: las dos caras, de Séptimo Día (Colombia), la periodista Laura Hincapié entrevista a un joven de 14 años, adicto a las redes sociales desde los 9. Su madre, ajena a los peligros, le regala un teléfono en pandemia. En cinco años, el chico pasa de los videojuegos, a redes sociales, después a grupos en donde comparten contenido sexual ilegal; hasta llegar a las drogas. Relata su historia desde un centro de rehabilitación.

Aunque parezca extremo, realmente desconocemos el impacto de las nuevas tecnologías en la infancia. Haidt lo compara con enviar a un hijo a Marte antes de que cumpla los 10 años. No sabemos cómo esto afecta su desarrollo.

Expertos recomiendan postergar el acceso a smartphone y a redes sociales hasta los 14 o 16 años, para darles tiempo de desarrollar habilidades sociales, emocionales y cognitivas, por medio de experiencias reales.

Pero no hay salidas sencillas. Aún si una familia decidiera no exponer a su hijo en redes sociales, o no darle un teléfono, habrá compañeros de la escuela que sí lo tengan, que pueden grabarlo y puedan exponerlo sin su consentimiento.

Es prácticamente imposible aislar a un chico o chica del internet. Según el informe Violencia viral (España) de Save the Children, los niños y niñas empiezan a usar la tecnología y el internet a los 7 años, y se enfrentan a diferentes tipos de violencia digital: sexting, sextorsión, violencia online, ciberacoso, violencia de género, exposición a contenido sexual o violento, y sharenting (la sobre exposición de los hijos por parte de los padres).

El informe advierte que “no podemos evitar o acabar la violencia online apagando el móvil o el ordenador”, pero urge reconocer el impacto del mundo digital en la niñez.

En Panamá la Ley No. 285 de Protección Integral de los Derechos de la Niñez tiene una sección sobre los Entornos Virtuales. El artículo No. 78 contempla el bloqueo al acceso a material nocivo u obsceno, y evitar el uso y difusión de los datos de los menores, pero no dice cómo se implementará. En países como Colombia, se discute cómo verificar la edad del usuario, sin violar la ley de protección de datos.

Haidt propone que las empresas tecnológicas se hagan legalmente responsables de la verificación de la edad mínima (16 años) mediante mecanismos seguros. Sugiere que la edad para tener smartphones sea después de los 14 años, prohibirlos en los colegios; y se promueva la independencia, responsabilidades y juego libre en el mundo real.

Según el Informe de Seguimiento de la Educación en el Mundo de la Unesco, 79 países ya aplican restricciones del uso de celulares en las escuelas. En Latinoamérica, Brasil, Chile, Perú y la ciudad de Buenos Aires, en Argentina, los prohibieron salvo para fines pedagógicos. Aunque hacen falta estudios regionales, en Europa un artículo del Instituto Noruego de Salud Pública refleja entre sus resultados mejor salud mental, menos bullying y más atención en clase.

Este llamado a la acción es también para las familias. Debemos ponernos de acuerdo para evitar darle un teléfono antes de tiempo a nuestros hijos. También para brindarles espacios para que desarrollen independencia, resuelvan problemas, miren a los ojos, lean emociones e identifiquen riesgos. Estar presentes es clave.

En el segundo capítulo de Adolescencia, mientras un policía se queja de que parece que nadie aprende nada en la escuela, la otra agente le contesta “Todos los niños realmente necesitan a alguien que los haga sentir bien consigo mismos”.

¿Estamos siendo esa persona que necesitan los niños? ¿O estamos siendo adultos distraídos incapaces de escuchar y entender su mundo interior?

Algo que he comprendido en los pocos años que tengo de ser madre es que el sentimiento de no hacer lo suficiente siempre está ahí. Pero eso solo demuestra que hay formas de hacerlo mejor. Acompañados, el camino se recorre mejor.

*La autora es periodista
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