La interconexión eléctrica entre Panamá y Colombia es una prioridad bilateral, y la oposición de las autoridades comarcales no frenará el proyecto.

Este domingo 15 de junio se celebra en ciertas esquinas del mundo el Día del Padre, uno de esos oficios más desapreciados y agotadores. La vida de un padre se divide en tres: la joven felicidad (hasta que nacen los hijos), la paternidad (desde que nacen los hijos) y la vieja felicidad (desde que nacen los hijos de los hijos). Padres invierten en sus hijos sus más energéticos y eficientes años, a cuenta de su propio bienestar, el avance de sus proyectos personales, profesionales y hasta peligrando su vida en pareja. Con tanto tiempo y esfuerzo invertido, me pregunto: ¿vale la pena ser padre?
La paternidad no es una aventura estacional o una afición. Ser padre es una inversión a largo plazo, de por lo menos un par de décadas, hasta que se ven dividendos. Pero, como en casi cualquiera labor, no todos los días son difíciles. El día del nacimiento es disfrutado por el padre mucho más que la madre. Luego, vienen las largas noches de alimentación y excreciones que tampoco son tan arduas para el papá. Con suerte, un par de años después, se disfrutan en pareja los primeros pasos, el primer día de escuela, la graduación de primaria, las ceremonias religiosas, los paseos con la familia u otras familias y, aún más, las vacaciones en pareja con los hijos durmiendo adonde la abuela o en una excursión de escuela. Más adelante están la culminación de los estudios secundarios o universitarios, las parejas imperfectas y las competencias perdidas. Los padres sobrellevan con sus hijos sus éxitos como sus fracasos, pues la lucha es constante, todo para que los hijos vivan una vida digna y feliz. Están también los días todavía más difíciles, las enfermedades, las quejas, los insultos y las malas caras que complementan este gran ecosistema biológico.
El padre no es solo aquel que proporciona un techo y pan en la mesa, sino aquel que enseña a cómo tratar a los demás, a usar las herramientas, a jugar deportes, contando de vez en cuando uno de esos chistes que no dan risa. El padre ideal proporciona modales y valores, todo lo que la escuela no puede dar, y que forman parte del tronco del carácter de la persona.
Ser padre es verse a uno mismo reflejado en la vida de otra persona que goza de una nueva oportunidad. Muchos padres se sienten como una vieja tabla de cortar de madera, machucada y astillada por los fracasos y dificultades de la vida; rasgada, agrietada, echada a un lado después de haberse cortado en ella la ensalada o la carne para la barbacoa. Sí, los hijos tienen una innata disposición de no apreciar a los padres, los toman como obvios, manipulándolos emocionalmente después de haber hecho una cagada para que les aumenten el estipendio o les presten las llaves del carro. Pero, para los padres, los hijos son una esperanza, una nueva oportunidad para mejorar, para corregir los errores del pasado; para enseñar y guiar con la esperanza de que los hijos sobrelleven mejor que ellos a esta complicada vida.
Los padres no siempre aciertan: fallan, erran y fracasan. Nunca en la historia de la humanidad se ha creado un manual general para criar hijos felices y esto es porque cada época tiene sus retos y cada persona sus preferencias, sus aptitudes y luchas personales. Si entre hermanos se nota una diferencia, menos podemos generalizar una generación.
Como hijos, lo mejor que podemos hacer es honrar a nuestros padres, tal como en los diez mandamientos. No tomarlos por obvios, sin apreciar los esfuerzos que hacen por nosotros. Si consideramos que todo el año, todos los años, son el “día del hijo”, podemos tomarnos un día al año para apreciar todo lo que nuestros padres hacen por nosotros, a toda edad.
Como padres, lo mejor que podemos hacer es sentirnos bien, que hacemos lo mejor, y que nuestro sacrificio será apreciado algún día, quizás en la vieja felicidad. Ser padre es el rol más difícil que todo hombre puede incursionar; es incierto, inseguro, preocupante y estresante.
A diferencia del “esposo” o el “profesional”, el padre no puede divorciarse o renunciar. Ser padre es un papel de por vida, ya sea por accidente o desde la distancia. Un padre no es aquel que proporcionó esa minúscula semilla, sino aquel que aró y cuidó a tal delicada planta por años, regándola con los mejores minerales para que crezca fuerte y sana para convertirse en una parte útil de la sociedad. Los padres tratamos de hacer lo mejor, inclusive hasta después de que los hijos salen de la casa. A todos los padres entre nosotros, apreciemos la dicha de ser padre, por más extenuante que a veces parezca, pues cada hijo es una oportunidad para crear una sociedad mejor.