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- 31/03/2021 00:00
El poeta y los pájaros de luna
La primera impresión sobre los conceptos básicos de la lógica había quedado muy clara y él, desde su sitio frente a la pizarra, explicó que estos elementos vinculados con los juicios tenían una enunciación que podía convertirse en códigos y, así trascender los alcances de esa disciplina. Estábamos en un terreno semejante a la filosofía, pero con una dinámica que permitía ordenar el pensamiento.
Con lentes que enmarcaban una mirada fija, casi felina, su voz tranquila a veces perdía la calma y era inflexible. Tobías Díaz Blaitry se internaba en las operaciones de esa asignatura, en la Universidad de Panamá, para enseñar a pensar acertada y profundamente, gracias a un contexto basado en investigaciones y la construcción que, a través de la historia había sido concebida, para enriquecer la expresión formal y fortalecer los planteamientos.
Era claro, preciso en el manejo de la palabra y su articulación en las operaciones. Pero no era ésta la única destreza que le caracterizaba. Era un hombre con múltiples aficiones. Parecía difícil imaginarlo con un arma dirigida hacia un blanco y la puntería que le hizo ganar premios y distinciones. O verlo peinando con sus dedos las crines de caballos que criaba y atendía con mucho entusiasmo.
El profesor Díaz Blaitry también era poeta, no como un entretenimiento, sino que era su forma de interpretar ese mundo complejo frente a él. Esto implicaba asumir una posición en torno a hechos, sentimientos, sensaciones y evocar un criterio que no tenía la contundencia del discurso enardecido político directo, certero; sino una retórica más estructurada; quizás más velada, a través de versos basados en el influjo de los maestros clásicos.
Su obra se hizo vasta y prontamente articuló sus primeras relaciones: “… Qué tal, mi bien, / si nos hiciéramos el amor /a la luz de las bombas incendiarias…” Así escribía en uno de sus primeros poemarios en 1940. Y más tarde: “… Ya tengo entre las manos la luna de este sueño. / Va destruyendo sombras, abriendo mil canales…” Durante más de sesenta años su lírica brindó respuestas a las interrogantes existenciales que circulaban en el país.
El concurso Ricardo Miró lo premió en cuatro ocasiones en la categoría poesía. Su experiencia literaria se nutrió de una consistencia sustentada en la trayectoria de sus fuentes y una creatividad firme, trascendente, que evoca la vida, como en las líneas “…La existencia así va paso a paso / de límites a frutos / placeres mezclando / con sabores en la boca ya no joven…” o el sentimiento en “Todo es amor en esta tarde / fluvial de octubre.”
En el centenario de nacimiento de quien fuera miembro de número de la Academia Panameña de la Lengua, esta institución ha publicado una amplia selección de sus trabajos, bajo la responsabilidad de Pedro Rivera, titulada Pájaros de luna, que acaba de aparecer. Es un libro extraordinario, con una presentación y estudio de Margarita Vásquez Q., la introducción del responsable de la antología y varios discursos del autor.
Es una cuidadosa compilación que perfila la trayectoria de quien enhebró estos versos y dejó sentada su amplia producción de “sangre ardorosamente cultivada” y “…que se oye en mi alma cuando está en silencio.” Son imágenes que parten de una conciencia sobre el quehacer poético de quien representa a una generación de escritores seguros de su papel histórico y un especial estilo que, analizado y estudiado, se sitúa en un lugar cimero.
Su lectura implica recorrer referentes asumidos no con la lógica académica de sus responsabilidades universitarias; más bien adentrarse en un espacio de sensibilidad, como al anotar “…que llega de la mano del viento que se cuela / por las junturas pegadas con alambre…” Ese fue el gran testigo, tras gruesos espejuelos, que miró con mirada diferente el siglo XX.