Así lo confirmó el viceminsitro de Finanzas, Fausto Fernández, a La Estrella de Panamá

Hemos llegado a un punto de ruptura traumático. Grupos subversivos y dirigentes mal intencionados quieren tomar el poder por la fuerza y eso está desmantelando todo. Estos revoltosos cometen errores persistentes, porque la incompetencia es inherente a la ignorancia. Y sin el conocimiento profundo sobre las consecuencias de lo que hacen, solo pueden destruir, no construir. Y no me refiero a que tengan un coeficiente intelectual bajo. Es que lo hacen, va directamente en contra de sus propios intereses. Son patológicamente autodestructivos y moralmente enredados. Poseen un guion propio de la época de la barbarie y por usarlo con maldad, ocurren cosas verdaderamente terribles.
En Panamá, una renovación social es condición necesaria para cualquier recuperación económica. Pero debe venir acompañada del trabajo arduo y de una verdadera transformación cívica y política. El progreso no siempre es un camino de rosas ni alegre. Casi siempre, lo primero que se habla es de redistribución económica, pero rara vez se hace énfasis en reparación cívica y política. Y la historia demuestra que se necesitan ambos.
Por tanto, la solución de nuestra crisis nacional exige una reinvención integral en todos los niveles de la sociedad. Proceso que requiere de varios esfuerzos interconectados.
Primero, un cambio nacional de valores. A mediados del siglo XX, Panamá se vio traumatizado por una serie de golpes de Estado, terminando con una dictadura militar de veintiún años. Todos pensaron que, al caer Noriega y sus fuerzas de defensa, se iba a resolver el problema. Todos sabemos que el regreso a la democracia no ha venido acompañado de progreso auténtico ni respeto completo a las leyes. De allí la importancia de inculcar valores y principios en todos los aspectos de la sociedad, y reemplazar “el juega vivo” por la honestidad y la transparencia.
En segundo lugar, un renacimiento cívico. Los grandes panameños del siglo pasado, fueron ciudadanos pertenecientes a movimientos sociales, asociaciones profesionales y organizaciones cívicas. Y fue así que se asumieron responsabilidades y liderazgos para construir un mejor país.
Tercero, una oleada de reformas políticas. Asolados por el caos institucional y la quiebra económica luego de veintiún años de dictadura, la gran rectitud moral y austeridad del presidente Endara permitió en 1990 iniciar el proceso de transformación económica que eventualmente llevó a cabo la administración de Pérez Balladares. Sin duda faltaron las reformas políticas porque el progreso sin reformas políticas fracasa invariablemente. Y parte de la reforma política es ampliar el círculo de poder, que implica, entre otras cosas, un esfuerzo para incluir las voces de la clase trabajadora en la toma de decisiones políticas. Pero no como se quiere hacer ahora, a la fuerza y con imposiciones, sino a través de los procesos políticos donde puedan participar representantes de las universidades, del sector académico, de grupos sindicales, de la administración pública y de medios de comunicación.
Y finalmente, la recuperación económica. Definitivamente, el crecimiento económico puede curar muchas heridas. Impulsar la llamada agenda de la abundancia —un conjunto de políticas destinadas a reducir la regulación gubernamental, aumentar la inversión en innovación y ampliar la oferta de vivienda, energía y atención médica— es la forma más prometedora de lograr dicha recuperación.
Y es precisamente donde el actual movimiento populista no logra cuajar. Años de alterar el orden público con sus perjudiciales cierres de calle no les ha servido para plantear soluciones concretas, sino condenarnos más al fracaso. Siempre he señalado que el poder sin prudencia y cordura fracasa invariablemente. Los países, como las personas, cambian no en tiempos de bonanza, sino en respuesta al dolor. Y la tentación es creer que esta vez será diferente. Pero la historia no se detiene. Incluso ahora, al leer las noticias y viajar por el interior del país, nos damos cuenta el daño que han causado por tomar malas decisiones con relación al cierre de la mina, el proyecto de los embalses de Río Indio, el rechazo de la Ley 462 y la huelga de maestros. A tal punto ha llegado la polarización en Panamá que estar a favor del libre tránsito es ser mal panameño. Y que ser parte de un gremio que fomenta el trabajo y la inversión extranjera, es estar en contra de los sindicatos. Y que defender un código moral de tolerancia y pluralismo para mantener unido a Panamá, es querer promover la corrupción de los políticos y malos empresarios.
Es hora de hacer los cambios que requiere el país. Y nada mejor que la práctica de valores en todos los aspectos de la vida. Con el tiempo, estos valores conducen a cambios en las relaciones, que a su vez conducen a cambios en la vida cívica, que, a su vez, a cambios en las políticas y, posteriormente, en la trayectoria general del país. Comienza lento, pero como dice el Libro de Job, las chispas volarán hacia arriba.