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- 17/09/2024 00:00
Racismo y clasismo en salud o las contradicciones por superar
Las respuestas dadas por nuestros aborígenes en el período de conquista y coloniaje, estaban diseñadas para solventar o al menos aliviar, hasta cierto punto, las enfermedades con las que congeniaban desde hacía más de una docena de siglos, tales como las parasitosis intestinales, tuberculosis, enfermedad de Chagas y sífilis. Dado el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad y específicamente en lo relativo a la atención de salud, se descansaba mayormente en prácticas comunitarias de prevención y alta valoración de los servicios ambientales a la salud. Con la invasión europea, la cosa fue distinta; los “remedios” parecían ser más placebos que soluciones efectivas ante los nuevos perfiles epidemiológicos (léase, problemas de salud característicos de una población determinada) con enfermedades tales como: fiebre amarilla, malaria, peste bubónica, cólera, difteria o viruela.
Aquí, los colonos europeos, nunca demostraron ser muy efectivos, por una razón sencilla: la práctica médica no incorporaba en sus saberes la relación entre “ambiente, sociedad y salud” como partes de una misma totalidad. Por lo tanto, la medicina preventiva y la colectiva eran prácticas impensables. Su sistema de salud reprodujo desde temprano el clasismo racista colonial. Las enfermedades en las colonias y luego en las “excolonias” subdesarrolladas, eran sustancialmente originarias del ambiente y su superación obligaba a intervenir sobre este (por ejemplo, sobre el aedes aegypti; la calidad del agua y de alimentos) más que sobre los cuerpos humanos infectados, como recomendaba la práctica clínica moderna (individualista), de enorme peso en la medicina curativa desde finales del siglo XVIII hasta el presente.
De hecho, se constituyen servicios segregacionistas, siguiendo ordenamientos clasistas y racializados. Desde el siglo XVI, fueron establecidas unidades de atención médica destinadas solamente al cuidado de la enfermedad de nacionales de la España imperial. Igual, para marineros en las ciudades puertos como el Callao en Perú (junto con los militares, los marineros resultaban de importancia por cuanto hacían posible la circulación internacional del excedente expoliado a las colonias del naciente capitalismo mundial). Siguiendo la jerarquización racial, se crearon hospitales para “indios e indias” desde mediados del siglo XVI y hospitales para “negros y negras”, a mitad del siglo XVII. En ambos casos, con condiciones de poco envidiar por nuestros asegurados de hoy. Es decir, la configuración era de un carácter racista, pero en función de un carácter de despojo clasista. En ninguno de esos establecimientos las clases latifundistas, comerciantes o extractivistas mineras que conformaban las oligarquías de nuestro continente, durante la presencia hispana y posterior a esta, han acudido a buscar servicios médicos en dichos centros de atención de enfermedades. Ellas eran atendidas a “domicilio”.
No por azar, en la etapa colonial hispánica, las unidades de atención médica eran regentadas por fraternidades religiosas, únicas dispuestas a ofrecer cuidados a los moribundos con los aportes precarios otorgados por la Corona; “inapetecibles” para el enriquecimiento privado.
En el período del coloniaje en plena expansión del capital global (con Inglaterra y EUA a la cabeza), el perfil epidemiológico de nuestros pueblos del Abya Yala es controlado a partir de medidas de “higiene” y “enfermología pública” que abren parcialmente las puertas a la medicina preventiva. Ciertamente, su efectividad en el saneamiento que redujo la presencia de infecciones en los territorios codiciados por la producción de bananos (Centroamérica y el Caribe), yacimientos petroleros (Venezuela y México) o Tránsito internacional de mercancías (Panamá, Colombia, Perú) posicionó a la práctica preventiva en posición de disputa del espacio privilegiado de la medicina curativa. Este conflicto, aún vigente, obedecía a un desarrollo desigual de las fuerzas productivas del capital y el Estado heredero del sistema colonial, que combina ambos tipos de prácticas médicas, sin demoler la estructura colonial (clasista y racializada) que la sustenta.
Consecuentemente, no cabe que sujetos sociales críticos transformadores, reivindiquen la medicina preventiva vs. medicina curativa elevándola al plano de contradicción principal en los servicios de salud. Lo verdaderamente transformador se encuentra en la superación de la contradicción entre la organización de servicios de salud a partir de que esta es una mercancía para la acumulación privada vs. el cuidado de la salud considerado un derecho humano fundamental. Comprender esto es el primer paso hacia la superación real de la problemática de la atención de salud del país, no reductible a mantener un sistema bicéfalo (neo)colonial (Minsa-CSS), con o sin coordinación entre instituciones.