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- 07/03/2022 00:00
La rebelión de los ausentes
“Los analfabetos del siglo XXI no serán los que no hayan aprendido a leer, sino aquellos que no puedan aprender, desaprender y reaprender”, Alvin Toffler.
Educar es un proceso costoso, en términos de tiempo y dinero, además el retorno de la inversión no está claro. El riesgo de que suponga un coste, más que una inversión, es elevado. Pero frente a esta paradoja solo queda una opción: “Más vale formar a la gente y que se nos vaya, que no formarla y que se nos quede”, Henry Ford.
Recuerdo la historia del colegio sobre el examen de filosofía cuya única pregunta era: ¿POR QUÉ?
Toda la clase puso manos a la obra y dispuso lo mejor de sus argumentos para poder aprobar el examen. “Porque la principal de las respuestas hay que buscarla dentro de uno”; “porque las preguntas llevan las mejores respuestas”; y más... cuenta la leyenda que el único aprobado se lo llevó un alumno que respondió con un sencillo: “¿Por qué no?”.
Es probable que la historia no haya ocurrido nunca, pero la enseñanza que hay detrás, es maravillosa. ¿Por qué no?
Hoy día, te encuentras muchas personas que están esperando de forma impaciente a que sus vidas regresen a la normalidad. Añorando el día en que puedan volver a vivir sin temor a un virus mortal que les ha privado del control de sus vidas, interrumpiendo eventos sociales, culturales, viajes, la educación y acontecimientos de sus vidas, que una vez perdidos son irrecuperables.
A muchos les ha paralizado la desesperanza por la muerte de seres queridos, así como la pérdida de ingresos, vivienda, empleos, derrumbando sueños e ilusiones. Consolándose al pensar que cuando la pandemia se disipe, las cosas volverán a la normalidad, y recuperaran el control de sus vidas.
No es así... No volveremos a ser los mismos. La pandemia ha sido un suceso épico en nuestras vidas, solo queda adaptarse para sobrevivir.
Las personas que no logran adaptarse cuando enfrentan un problema que los sobrepasa, recurren a relatos absolutos que suelen ser disfuncionales, y hacen declaraciones como “no existe este virus”, “es un engaño”, “la vacuna no funciona y es dañina”. Lamentablemente, se convierten en los mejores aliados del virus y en muchos casos en víctimas mortales de su disfuncional actuar.
No aceptar la realidad, evadirse siempre es dañino. La verdad no va a cambiar según nuestra capacidad para aceptarla. Cómo percibimos la realidad, no es más que percepción.
El doctor Viktor Franki, neurólogo y autor de renombre, escribió: “Cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos”.
Nuestro destino es adaptarnos para prevalecer sin perder de vista la obligación de no dejar a nadie atrás, mucho menos a nuestros jóvenes.
Recuerdo de niño que se tomaba la asistencia en el colegio, a diario y uno tenía que levantar la mano y decir “presente”, el que no estaba o se dormía estaba, para los registros, ausente.
Los últimos meses, el aprendizaje escolar ha brillado por su ausencia, tanto la educación pública como gran parte de la particular han sido sobrepasadas por las circunstancias, o, lo que es peor, se han acogido a la única ley que de manera unánime parece aplicarse en nuestro entorno: la ley del menor esfuerzo. En especial luego de la vacunación de los maestros, se han desplegado todo tipo de argumentos para evadir la presencialidad escolar por razón de la guerra contra el virus, sin pensar que las mayores víctimas y damnificados lo son nuestros jóvenes.
Los cambios en los últimos años y sus consecuencias dan la impresión de que buscan abolir el conocimiento en pos de fortalecer un modelo económico mercantilista de la educación. Estos poseedores de improvisados y endebles títulos virtuales, se ven reflejados en la propia definición de virtualidad: “Que solamente existen de forma aparente y no es real”.
La pandemia nos ha mostrado que la enseñanza virtual, en especial para los más jóvenes, no puede sustituir a la enseñanza presencial. Según datos recientes de Unicef, en América Latina, a pesar de los esfuerzos realizados por los Gobiernos, maestros y padres los menores de edad han aprendido mucho menos durante la pandemia, y, en particular, los más vulnerables son los más afectados.
El impacto negativo del cierre de colegios va más allá de la pérdida de aprendizaje. Producto del confinamiento y aislamiento, la infancia se ha enfrentado a todo tipo de problemas de salud mental.
Los perjuicios a largo plazo son elevados para la sociedad en su conjunto. Los ausentes, a los que no dejamos asistir a las escuelas, están en su derecho a revelarse y seguro lo harán, la pandemia les ha quitado mucho, pero a la vez los ha fortalecido construyendo RESILIENCIA para recuperarse, para superar las grandes falencias y obstáculos que están encontrando en su camino, nuestro deber es tenerlos presentes.
Es tarde para evitar esta crisis de aprendizaje, pero aún podemos mitigar su impacto en nuestra juventud y así cimentar nuestro futuro.