Huecos, baches o alcantarillas sin tapa ponen en riesgo a los conductores que transitan por las deterioradas carreteras de Panamá, bajo lupa con una nueva...
- 01/06/2009 02:00
‘Alguien ríe, alguien llora...’
Recordé la letra de Rubén en estos días que ingresé por asuntos oficiales a tres ministerios.
En uno, al llegar, vi unos jóvenes cuarentones que ingresaban. Tres varones, una dama, vestidos recién estrenados, iban felices, dinámicos, llenos de emociones alegres. Supe que eran del equipo nuevo a ingresar. Luego, cuando me atendieron para mis diligencias, vi en contraste, rostros apesadumbrados, tensos, deprimidos. Del “equipo perdedor”. Ambos cuadros humanos comprensibles.. es la vida, los relevos, los cambios de ciclos, naturales.
El gran bardo popular colombiano Julio Flores, con su sentido poético mutable, dice en unas estrofas de “La gran miseria humana”: “al rodar el ataúd en la hueca sepultura, se igualan en línea oscura el crimen y la virtud, en eterna lasitud queda todo movimiento, lanza gemidos el viento y el alma gime asustada, y esa humana bandada que a otro viene a enterrar, mañana en este lugar, será polvo y será nada”. El maestro, que tanto repasé desde mi pubertad, nos habla de vida y muerte, también cíclicas, naturales.
De adolescente, buscando un futuro de abogado, escribí a todos los presidentes latinoamericanos, diciendo en mis misivas curiosas, atípicas, que como “era un hijo de educadores de recursos limitados me concedieran en su hermoso país (a todos les decía la misma vaina, desde Honduras hasta Chile) una beca con todo —ropa, zapatos, casa y comida—” , y ante los ojos perplejos de Tacho Díaz, mi padre noble, envié mis cartas a todos los puntos cardinales del continente. Y casi al día siguiente fui al correo local, ante los ojos sorprendidos y algo irónicos de las dos empleadas postales de mi Santiago de Veraguas. Así fui a escorar a Lima, y me sorprendieron con una beca en el famoso Colegio Militar Leoncio Prado, el de las quejas de Vargas Llosa.
Soñaba ser abogado, y no militar, siempre “brutos”, me decía yo. Pero así fue la jugada de Dios y punto. El resto se hizo conocer. Años más tarde, Omar me dio el chance de representarlo en un almuerzo al lado de nada menos que Sofía Loren (lo jodido es que al frente tenía al viejo de m.. de Carlo Ponti).
En otros “sucesos buenos”, me tocó cenar al lado de Cantinflas, en su casa del DF. Otra ocasión me cantó en mi casa de playa Mercedes Sossa, también el Puma, o Lucía Méndez, cuando era un hembrón. Dos charlas con Fidel, una velada privada con Felipe González en La Moncloa. Hasta el Gabo, Ritter lo sabe, llamándome en una Nochebuena para cantar con guitarra. ¡Tremendas vainas, no!..
Pero como toda subida tiene bajada, luego de un Año Nuevo, en 1986, con dos futuros presidentes, entre mis langostinos y champaña, un año después, un cabo me pateaba la sopa en mi suite de La Modelo, donde hasta invadió mi celda un ratón del tamaño de un león, cerca de las dos de la mañana y tuve que llamar del frulo, al teniente carcelero Olivardía (que yo mismo bequé en Buenos Aires), para que se llevaran la bestia, llena de marihuana, que pensé que era un soldado de una nueva unidad táctica de Noriega.
Confieso, yo, dizque “el detonante de la crisis política más grande de Panamá”, sentí más miedo que en el propio asalto armado de la Uesat de julio de 1987. Ave María.
-El autor es embajador de Panamá en Perú.homiliadiaz@gmail.com