• 20/06/2020 00:00

Sobre el secuestro y crimen del padre Héctor Gallego

“[…] me contactó el entonces director del diario La Prensa, Stanley Muschett, y me retó: “Coronel, ¿se atreve a venir para una entrevista sobre Héctor Gallego?”. No lo dudé […]”

Cito: “El secuestro y desaparición forzada del sacerdote Héctor Gallego -un delito de lesa humanidad cometido por órdenes directas del dictador Omar Torrijos en 1971- es uno de los actos más representativos del régimen de terror instaurado por los militares en 1968”. El autor de esta difamación histórica es el supuesto “politólogo e historiador” Carlos Guevara Mann.

Me pregunto ante todos: ¿fue secuestrado a medianoche en Santa Fe el sensible y humanitario joven sacerdote y luego desaparecido hasta hoy, Héctor Gallegos, donde participaron guardias nacionales? Por supuesto. ¿Tuvo en ese abominable acto alguna responsabilidad el general Omar Torrijos? La tuvo por “ser el comandante jefe” ¿Lo ordenó él? Para nada; fue una conjura de mentes que dirigieron con instintos criminales ese y otros crímenes, que continuaron años después del asesinato del propio Líder Nacional.

Como no deseo solo “teorizar sobre lo bueno que era Omar Torrijos”, me remitiré a algunos hechos que citaré:

Primer hecho, alguien ciento por ciento amigo de la Iglesia y además de los que ofrecen la Sagrada Hostia (¿diacono?) el prestigioso piloto de aviación don Hermes Carrizo -que en paz descanse- y luego alto ejecutivo de COPA, tenía íntima amistad con los obispos nacionales, entre ellos el finado monseñor McGrath y el obispo fallecido Martín Legarra. En uno de esos días de denuncias similares al del señor Mann, Hermes (Nene, para amigos) conversó conmigo y me dijo: “Te contaré algo que poquísimos saben: tengo con monseñor Legarra como con MacGrath amistad íntima ; desde que Legarra era obispo en Bocas y me pedía el favor de suplirle necesidades aéreas por COPA. Monseñor un tiempo antes del secuestro del padre Gallego llegó a mi casa a almorzar a su pedido y me dijo: “Nene, necesito un favor muy especial con tu amigo y compadre el general” (era obispo en Veraguas)”. Carrizo se puso a su orden. Y ¿cuál era el pedido urgente del prelado? “Por favor, Nene, el G-2 no deja entrar a Panamá y lo retiene en Colombia a un religioso que hace labor en Santa Fe, Héctor Gallego; ¿le pedirías, por favor, al general que le permita ingresar?”. Hermes Carrizo me contó el resto: Llamó con dificultad -sin celulares- hasta que logró hablar con el general y le explicó la solicitud del obispo. Torrijos -según el entonces muy vivo y activo capitán: “quédate en la línea, Nene, mientras hago una llamada”. Tras una espera de minutos, me contó el hoy occiso, Torrijos retornó con esta respuesta: “Dile al obispo Legarra que acabo de dar la orden; Gallego puede entrar ya”.

Segundo hecho: Creo que era diciembre de 1999 -puede haber un lapso en fecha, pero no en nombres -me contactó el entonces director del diario La Prensa, Stanley Muschett, y me retó: “Coronel, ¿se atreve a venir para una entrevista sobre Héctor Gallego?”. No lo dudé y en unos veinte minutos entré a la redacción. Allí estaban, además de Muschett, el periodista peruano Gustavo Gorriti -cerebro de “el periodismo investigativo”- un par de nacionales (creo Rolando Rodríguez, que sabrá si estaba o no- pero también estaba (Muschett no se atrevió a decírmelo) Edilma Gallego), lo cual me sorprendió. Quise saludarla, ella me apartó su mano. La comprendí. Y comenzó o quiso comenzar “mi interrogatorio”. Muschett comenzó: “Coronel, lo hemos llamado delante de la señora Gallego”. Lo detuve allí. Contrapregunté: “Primero, doctor Muschett, ¿sabe quién era el obispo en Veraguas cuando secuestran y desaparecen al sacerdote? Su respuesta: “Sí, monseñor McGrath”. Lo corté: “Tiene cero de nota doctor y exrector; era monseñor Martín Legarra”. Hubo silencios. Y proseguí: “Mire, no tengo su autorización, pero les daré el teléfono del capitán Carrizo, tal vez más religioso que usted, director (y le conté lo que ya me había narrado el capitán sobre el pedido de Legarra). Luego el reto fue mío; ¿se atreven a llamarlo y constatar esos hechos delante de la señora Gallego? Y fue todo. Inexplicablemente no solo no lo hicieron, sino que detuvieron “la entrevista”. De seguido encaré con respeto a la señora Edilma: ¿Conocía usted esos hechos, y que fue por el general Torrijos que su hermano pudo ingresar e irse a Santa Fe a su misión pastoral? Sorprendida me lo negó con un gesto, y sentí que dejó su disgusto razonable conmigo. Luego le hice otra pregunta: ¿Cree usted que, como afirman, el general Torrijos consideraba “un peligro para el régimen la labor de su hermano en Veraguas”, lo habría dejado ingresar al país para luego ordenar secuestrarlo y desaparecerlo? Se quedó en silencio, pero gestualmente me decía de su asombro. ¿Por qué el respetado doctor Muschett se negó a corroborar o desmentir con Carrizo mi versión? Hasta hoy lo ignoro. ¿No era acaso un relato que, si era confirmado, daba pistas para ir más al fondo del terrible crimen? Por supuesto. La reunión terminó sin una gota más de diálogo e igualmente sin ningún comentario en ese diario. ¿Por qué? Ya conocemos del rencor visceral contra Omar Torrijos en la línea editorial heredada hasta hoy (“cero méritos para ese dictador”). La señora Gallego me permitió despedirme de ella con un respetuoso beso en su mejilla. Y La Prensa -como caramelo- me colocó al día siguiente una foto con ella cuyo pie decía: “El coronel Díaz Herrera conversa con la señora Edilma Gallego”, punto.

Tercer hecho: para el funeral de Omar, yo era uno que me oponía a que el responso, ante varios mandatarios, lo ofreciera el arzobispo McGrath. No era allegado o amigo del general. Él se impuso: “El acto es en la Catedral y debo hablar yo”. Luego, fui realmente sorprendido. El prelado se volvió “un pastor”, y entre tantas palabras alusivas dijo: (cito) “Omar tuvo el espíritu de misericordia, que es del espíritu mismo del Señor; amó a los pobres y no solo los de Panamá, sino los del tercer mundo y les enseñó a valorar su propia dignidad; Dios sabrá juzgarlo por sus defectos y virtudes” (fuente: Revista Lotería, edición extraordinaria, meses agosto, septiembre, octubre, noviembre y diciembre). El finado Jesuita Néstor Jaén destacó el mismo mérito de Omar.

Cuarto hecho. El general, en compañía de su madre, su hermano Moisés y una pequeña comitiva, fue recibido un tiempo después en audiencia privada por el papa Paulo VI. Para aceptar a un mandatario estoy seguro que primero “lo escanea el pontífice” ( el mejor servicio de inteligencia del planeta). ¿Habría recibido a un secuestrador y asesino de un fiel sacerdote de Cristo? ¿Me contesta usted Guevara Mann, siendo historiador?

Abogado y coronel retirado.
Lo Nuevo