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- 21/11/2023 15:58
No podemos seguir dándoles la espalda: Una niñez y juventud creciendo en franca desventaja
La modernidad ha traído consigo importantes avances en lo que se refiere al desarrollo humano en general. Sin embargo, como sociedad, parece que nuestra capacidad de gestionar adecuadamente las brechas de múltiples desigualdades y conflictos que hoy prevalecen entre nosotros es una competencia que no ha evolucionado o, tal vez, hay quienes tienen un interés particular que no exista esta evolución hacia la igualdad de condiciones básicas de vida y coexistencia pacífica.
Ahora, agreguemos algunas variables adicionales a esta reflexión, como la lotería de la geografía de nacimiento y una pandemia a escala mundial. Si ya en qué punto del mapa llegamos al mundo es un factor de influencia a nuestro favor o en contra, una pandemia se encargó de encerrarnos y paralizar prácticamente toda nuestra cotidianidad, llevándonos particularmente en América Latina, a niveles de retrocesos y efectos en nuestras generaciones que todavía se están tratando de comprender por organismos y expertos en sus estudios e investigaciones. Por ello, en este momento quiero reflexionar de manera particular sobre el retroceso en el ámbito educativo, en un momento en el que mi país, Panamá, ya lleva varias semanas de suspensión de clases por razones que, aunque tienen su fundamentación, terminan afectando una vez más a aquellos a quienes como sociedad tenemos la responsabilidad de no vulnerarles su futuro: nuestra niñez y juventud.
En una publicación del 23 de enero de 2023 del Banco Mundial Blogs, titulada Las secuelas duraderas de las pérdidas educativas en América Latina y el Caribe*, los autores mencionan lo siguiente: La crisis causó importantes pérdidas de aprendizaje que, si no se subsanan, también provocarán un aumento en las tasas de deserción escolar. En ambos casos, el resultado es un impacto drástico en la formación de capital humano que afectará gravemente la adquisición de habilidades de quienes permanecen en el sistema educativo. Como resultado, los niños afectados por la pandemia tienen mayores probabilidades de ingresar a la vida adulta con menos competencias de las que tendrían en otras circunstancias y, en consecuencia, tendrán menos ingresos previstos a lo largo de su vida.
En teoría, hemos retomado nuestras vidas con la aceptación de que el Covid-19 llegó para quedarse, pero, en la práctica parece que hemos aprendido muy poco de las pérdidas de vidas humanas y materiales que sufrimos, ni de esa sensación de impotencia, ansiedad y temor. Pareciera, incluso, que valorando muy poco el hecho de que las segundas oportunidades, cuando llegan, son para aprovecharlas y que estas nos pueden abrir nuevos caminos para mejorar nuestras condiciones. Por eso, sorprende que sigamos dándole la espalda entre otros, a la educación de nuestra niñez y juventud cuando debe ser prioridad.
Soy consciente de que, en Panamá, la educación no es el único desafío. Hay una serie de cuestiones y problemas adicionales que deben abordarse. No obstante, creo firmemente que cualquier padre o madre, sin importar su origen social, desea un futuro mejor para sus hijos e hijas. Esto incluye el derecho a ser y vivir en un entorno de democracia y libertad, que fomente su aprendizaje, su capacidad de análisis y en donde puedan alcanzar todo su potencial. Como dice un proverbio chino, "Dale un pez a un hombre y comerá hoy. Enséñale a pescar y comerá el resto de su vida".
¿Por qué defiendo a la educación? Porque, sin ella, no sería la persona que soy hoy y por la claridad, convicción y esfuerzo de mi padre para que priorizara mis estudios. Él sabía que la mejor herramienta para el éxito era el estudio. Lo recuerdo siempre con un libro en la mano, incluso cuando el dinero no era suficiente, pagaba a plazos mis primeras enciclopedias y libros de cuentos. Muchas veces, me daba estos sermones sobre la vida cuando le pedía dinero para comprar algo. Hoy entiendo la lección que no comprendí en ese momento: mantener de forma digna a tu familia requiere de resiliencia, a veces de ciertos sacrificios y mucho esfuerzo. Sin embargo, nunca dudó en comprarme el último modelo de calculadora científica, pagarme cursos para aprender a programar, o enseñarme a no tenerle miedo a la electricidad, mezclar cemento o embobinar un motor. Para él, la mejor herencia que podía dejarnos a mí y a mis hermanos era el conocimiento, era la educación.
¿Por qué defiendo a la educación? Porque yo tuve educadores con extraordinaria vocación. En la escuela pública, mi maestra de primer y segundo grado de la Escuela Puerto Rico en Carrasquilla llamada Vielka de Del Río. Su mano hizo florecer mis talentos muy temprano en mi vida, lectura, escritura, redacción, poesía, y después de ella, Josefa Ch. de Arrocha, Elia Raquel de Vega, y, luego, al mudarnos, en la Escuela Villa Catalina, Sixto Villarreal y Lucía Herrera, quien nos enseñó inglés en momentos que este no era parte del plan educativo de este país. De cada consejero, consejera, profesor y profesora del Instituto Justo Arosemena en donde aprendí que “sin disciplina no hay aprendizaje”, el sentido del deber cívico y amor patrio, la importancia del gobierno, la historia y geografía de Panamá. Educadores que nunca dudaron en ir a tocar la puerta de una casa o llamar a un acudiente preocupados por sus estudiantes.
¿Por qué defiendo a la educación? Porque durante cinco maravillosos años de mi vida recorrí este país representando a una organización no gubernamental entrevistando a cientos de jóvenes que deseaban cambiar su realidad, la de su familia y la de su comunidad gracias a una beca para una carrera universitaria en el extranjero. Durante esas entrevistas, escuché y vi el resultado de que cuando existe una voluntad férrea de superar las adversidades, ni la pobreza extrema ni los abusos más infames pueden arrebatarte el derecho de cumplir tus sueños y de aspirar a una vida mejor.
En esa época, escuché de la voz de un asesor de las Naciones Unidas algo que dejó una huella permanente en mis convicciones: “Cuando nuestros países de América Latina comprendan que la educación es la clave para superar el subdesarrollo, podremos avanzar”.
Todos queremos mejores días para nuestro país, pero no puede haber crecimiento de un país sin desarrollo de su población. Esto comienza con el compromiso de todos hacia la educación para asegurar la competitividad de Panamá. Por eso apelo a no seguir permitiendo que la brecha de desventaja educativa continúe ampliándose al mantener a nuestra niñez y juventud fuera de las aulas o en la virtualidad, poniendo en riesgo una vez más no solo la terminación apropiada de otro año escolar, sino que también, su salud emocional y continuo desarrollo de su habilidades sociales e interpersonales.
Apelo a que todos nos encaminemos a trabajar para que todos los estudiantes, ya sea en la escuela pública o privada, reciban una educación apta a los tiempos y de las demandas de talento tanto tradicional como especializado. Necesitamos un sistema educativo que reconozca y valore los diferentes tipos de inteligencia, que sea de naturaleza inclusiva y que no deje más nunca a nadie atrás. En donde los maestros y profesores de nuestro país sigan abrazando la responsabilidad compartida de formadores y guías en las aulas de los futuros ciudadanos de este país.
Históricamente, en los momentos en que el sentir de la ciudadanía ha salido a nuestras calles, los maestros y profesores siempre se han solidarizado, es verdad, pero, reitero son a ellos a quienes se les ha confiado en el presente las mentes del futuro de Panamá. Ellos como nosotros no podemos seguir permitiendo que nuestra niñez y juventud sean los penalizados por lo que los adultos no hemos podido resolver.
Con voluntad hoy se pueden buscar caminos alternos de solución que beneficien a nuestros estudiantes y permitan a nuestros educadores continuar con su convicción de lucha sin más luto.