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- 25/04/2024 23:00
Siete llantos y una carcajada
Cuando, por asunto del tiempo, se va llegando al final de la campaña política, no solo los ánimos para atacar a los adversarios se sobresaltan, sino también aumentan las ventas de toallitas para enjugar las lágrimas y del lomotil en las farmacias. Son varios los miedos, la ansiedad y los temores de todos los candidatos. La soledad en sus noches cortas se va convirtiendo en rabiosas discusiones consigo mismos.
No pueden conciliar el sueño. Les asaltan las dudas, por las decisiones apresuradas, por los desengaños, por las frustraciones, porque no ven moverse la aguja en la dirección esperada y porque aquí o más allá, se asoma un traidor, que vestido de oveja, los hechos han develado el tuétano de lobo que llevan dentro. La soledad siempre es mal consejera. Allí postrados en el tálamo del desconsuelo sienten que el esfuerzo de días interminables se les adviene como estériles. El acompañamiento de cientos de simpatizantes, que se le unen en sus caminatas por calles y valles del país, se torna un espejismo, cuando los resultados reflejados en las encuestas y focus grupales les confirman que el que no camina ni habla les aventaja en porcentaje creciente.
La angustia les recorre todas las células de su cuerpo, dejando irremediablemente, a la vista una creciente de preocupación, que ellos ni su equipo de campaña logran explicar. Es entonces cuando advierten que la soledad es una mala compañía. Pero a ello, se llenan de entusiasmo y de confianza de que al día siguiente el balance será diferente.
Pero ¿qué es lo que buscan? Nada más ni nada menos que el poder. La compulsión por poder, en su imaginación, les hace pensar que, aunque los números de las encuestas les son adversos, y que el pueblo en sus caminatas les espeta desprecio y toda suerte de improperios, esa sensación etérea de poder, ellos la visualizan como real. La perciben como una silla desde la cual hace y deshacen. Y de pronto caen en cuenta que las luces del amanecer, le vuelven a la realidad. Emprenden nuevamente su recorrido, entusiasmados, aunque ya no quieren escuchar a los asesores, porque se les hizo tarde. Repiten una y otra vez, pueblo tras pueblo, el mismo discurso sin advertir que unos son chiricanos, otros darienitas, otros corrilleros y los últimos del hermoso, silencioso y encumbrado sector de Paitilla. Al caer la noche retornan a la habitual conversación con su inseparable amiga soledad. Así transcurre el tiempo y la cita con la verdad de las urnas se antojan cada día más próxima como más angustiante.
El virus del poder, como una espina en el talón, continúa su aguijoneo incesante. Todos tienen sus acompañantes y asesores, que no pueden compartir el tálamo en la soledad de su aparente descanso.
En esas horas de cálidas madrugadas, por su mente navegan los monstruos del desdén y la indiferencia cultivada de los votantes, que como grillos de la noche no cesan su agudo y desesperante chirrido, convirtiendo su portentoso cerebro, en una masa de neuronas incapaces de sumar y restar correctamente, sumiéndolos en numerosas dudas y paralizantes temores que los inhabilita para pensar en alianzas presidenciales o para advertir que en el juego del poder existe una nada despreciable cuota en las diputaciones.
El tiempo no les alcanza. El 5 de mayo llegó para muchos de los candidatos, sin darse cuenta, que el sueño por el poder habría concluido ese día. En ese cercano día seremos testigos de siete llantos y una carcajada. Uno de ellos, el ganador, será el de la carcajada, tristemente lo veremos sumido en una soledad, mucho, pero mucho más peligrosa a la que me he referido. Porque el ganador de la contienda, esperamos que no, se sumirá en un ejercicio del poder con ribetes de autoritarismo primitivo y absolutismo brutal. En términos prácticos, uno de los candidatos, el que se negó debatir, tiene altas probabilidades de alzarse con la victoria. Él gobernará en soledad, a la usanza de los monarcas de otrora. Esta soledad es la más perversa y salvaje de todas. En el ejercicio del voto democrático, el pueblo panameño en minoría, habría elegido a un dictador, que seguramente hará gruesos favores a su mentor y amigos con claras intenciones de burlar las leyes y órganos de gobierno. Creo, amables lectores, que como van las cosas, en estas elecciones ganará Mulino, a menos que los independientes alienen sus fuerzas; y digo los independientes incluyendo a Torrijos.
“No hay soledad comparable a la soledad del poder”. García Márquez.