• 17/04/2013 02:00

Los sonidos de Marion Sila

La armonía resultante de combinar la voz femenina y el sonido del acordeón es una de las joyas más hermosas que tiene la música francesa...

La armonía resultante de combinar la voz femenina y el sonido del acordeón es una de las joyas más hermosas que tiene la música francesa. A través de la historia, se guarda con veneración, los gorgoritos roncos de Edith Piaf —el gorrión de París—, Mireille Mathieu —la dama de Avignon— y la incursión en la lengua gala de la griega Nana Mouskouri.

Es tan irrepetible el timbre de ellas, sobre todo cuando se hacían acompañar de ese instrumento y la dulzura romántica recorría su inspiración, tonos y textos, que es difícil nombrar a otra artista que haya vendido más de un centenar de millones y embelesado a la audiencia como lo hacía este trío de divas.

La noticia de un concierto en la capital panameña y varias provincias de una joven llamada Marion Sila, fue, aparte de sorpresa, una incógnita al imaginar qué se podría esperar de sus interpretaciones con acordeón. Por esa razón, era necesario asistir a escucharla en la presentación auspiciada por la Embajada de Francia en Panamá, Alianza Francesa y el Grupo Experimental de Cine Universitario hace unas noches.

Delgada, muy alta, con una jovial sonrisa y un vestido semi transparente, apareció acompañada del grupo local Paisaxe, conformado por jóvenes que ejecutaban el clarinete, el bajo, contrabajo y percusión. Encendió un aparatito que tenía junto al pie y grabó en él unos efectos de percusión. Ellos le acompañarían luego, durante la canción. Hizo lo mismo al inicio de cada una con instrumentos o efectos de manos y voz.

La primera canción fue El grito de la Tierra, bilingüe, de un profundo sentido ambientalista. Su modalidad de entonación es diferente, tiene o busca un estilo propio, lleno de ideas, múltiples arandelas cuelgan de sus canciones, que logra a través de la tecnología y que se acoplan para dar mayor sonoridad a sus letras y así sorprender a su público.

Sila ha viajado y la experiencia de los recorridos, le inspiran guiones para sus melodías. Por esa razón dedicó un segundo número a México, brindado con la compañía de aplausos y panderetas que le marcaban el ritmo sobre su visión de las calles de ciudades en ese país y la impresión del encuentro de las gentes y el colorido que se mezcla o enmascara la pobreza.

Cantó a veces en español o en inglés y sus versos guardaban imágenes del espectáculo de las tierras latinoamericanas. En Miradas del viajero, se le escuchó ‘... tengo valijas (ojeras) bajo los ojos’, visión cansada de alguien que no quiere dormir por admirar el panorama.

Dedicó momentos a cuestionar la ‘nueva religión’ del consumo y sus santuarios, las vitrinas de los centros comerciales; así como a la moda, con un arreglo con acentos japoneses y el tañido de campanitas para acentuar el ambiente oriental.

El amor fue igualmente un tema de varios números y cedió espacio a fantasmas como los celos en Peleas de gallinas y a metáforas para Oír el mar en el fondo de una olla.

La música de Sila prende poco a poco, igual que un incendio a quienes le escuchan y ninguna de las piezas de su repertorio se asemeja a la anterior. Su estilo autodidacta, salido del Metro de París, lleno de ideas ingeniosas, dan a su trabajo artístico una singularidad que cautiva, entusiasma y envuelve, porque hay una coreografía que es única e irrepetible.

La juventud de esta cantante le augura un talento creciente y un sitio entre las voces clásicas, que en este caso utiliza un acordeón con el que insufla gracia y entusiasmo a sus composiciones.

PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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