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- 20/10/2022 00:00
Subsidios y deuda: 'panem et circenses'
Por décadas, ha sido una constante en nuestro país la estrategia de privilegiar el endeudamiento y disfrazar la llamada inversión social (entiéndase subsidios) como productiva.
Actualmente, Panamá gasta más de 2263 millones de dólares anuales en subsidios, cuando en impuestos recaudamos alrededor de 4500 millones. En deuda, apenas al primer trimestre de 2022, ya habíamos registrado por 2324 millones de dólares. Vemos, entonces, cómo más de la mitad de la recaudación tributaria se está destinando a gasto de subsidios y que, para cubrirlos, nos seguimos endeudando.
Un país que hace eso, NI CRECE NI SE DESARROLLA. Los subsidios son COSTOS HUNDIDOS; bajo criterios relativistas se nos hace creer que el país crece, que la deuda del país disminuye, porque nuestra economía es más grande y nos engañamos para seguir contratando deuda que no se capitaliza, sino que sirve para pagar más gastos y subsidios. El Estado hace eso permanentemente; gasta en subsidios y se endeuda, o se endeuda para pagar subsidios; una y otra vez, y cada vez en mayor medida.
Muchos opinan y consideran que algunos subsidios son necesarios, y se ocupan de hacer distinciones de cuál es bueno y cuál no, en algunos casos asimilando algunas inversiones públicas (por ejemplo, en educación) con subsidios. Es fácil quedar hasta simpatizando con alguna de estas ideas, hasta para no parecer extremista. Pero la realidad es que la utilización de subsidios para, supuestamente, solucionar problemas sociales es un mecanismo que a la larga nada soluciona. Al final, el uso de subsidios lleva a la distorsión del propósito del Estado (en cualquier modelo económico) y queda sirviendo a propósitos ajenos a los loables fines con los que se promocionan, como, lamentablemente, ocurre en nuestro país.
Si Panamá tomara 2300 millones al año y financiara concienzudamente la capitalización de emprendimientos, investigación y desarrollo, tecnología y producción, a razón de 50 a 100 mil por unidad de negocio, estaríamos creando entre 50 y 75 mil empleos directos por año. Pero hacemos lo contrario. El Estado asume la carga económica, pero luego la cubre contratando deuda, porque la plata no nace en árboles, al menos la que se regala no. Al final, todo ese patrocinio público, que nos venden como si no lo fuéramos a pagar, en realidad la quedamos pagando TODOS. Lo curioso es ver cómo el beneficio real lo reciben pequeños grupos económicos que logran vender parte de su gas, electricidad, alimentos, transporte o lo que sea que provean, con beneplácito estatal.
Esto no voy a decir que es culpa de la actual administración (aunque sí de seguir la práctica), pues el Estado panameño está atrapado en esta enfermiza dinámica funcional desde hace mucho tiempo. El problema es que cambiarla tiene costos políticos para el que se lo proponga, porque esto no atrae votos para el que aspire, ni para el que está en el Gobierno. Además, a nuestros políticos no les motiva resolver problemas estructurales, cuya solución se manifieste siete (7) u ocho (8) años después, cuando ya han perdido las elecciones.
Hace días, estábamos distraídos con el tema del gas. Pagado el millonario subsidio, listo, vendrá el tema del Seguro Social, el de la electricidad, alimentos, combustible y así nos llevarán, “panem et circenses”. Así seguirán muchos creyendo que se ayuda al pueblo, otros que se hace un favor, que al menos es algo; algunos hasta quedarán pidiendo más “ayuda”.
Todo esto es como ver a Leonardo Di Caprio en su magistral interpretación del exconvicto Jordan Ross Belfort, en la película El Lobo de Wall Street, cuando en una de las más curiosas escenas pide a algunos seguidores que le vendan su propio bolígrafo; luego, el más maleante de estos, resolvió el reto tomando el bolígrafo y pidiendo a Di Caprio escribir su nombre en una hoja, cuando este ya no tenía con que escribirlo. Se expone con esto la misma poderosa lección de ventas que se instrumenta en nuestro medio: crea una necesidad o aprovecha una existente; luego utiliza la solución de la necesidad para que el propio necesitado quede pagando por la solución; se vuelven héroes, te quitan el dinero y hasta logran de algunos muchos el voto. Luego endeudan el país para seguir la dinámica.
Como ven, es un negocio redondo, y así seguirá funcionando hasta que realmente despertemos.