• 24/03/2024 00:00

Una industria con doble discurso y doble moral

En respuesta al aumento de las tasas de obesidad, muchas empresas de alimentos han anunciado políticas de responsabilidad corporativa. Por ejemplo, McDonald’s ha afirmado que “[nosotros] empoderamos a las personas para que tomen decisiones informadas sobre cómo mantener el equilibrio esencial entre la ingesta de energía (calorías consumidas como alimento) y el gasto de energía (calorías quemadas en la actividad física)”. Coca-Cola ha dicho “hemos lanzado nuevos programas de educación física y nutricional que llegan incluso a los estudiantes menos atléticos”. PepsiCo ha señalado “podemos desempeñar un papel importante para ayudar a los niños a llevar una vida más saludable ofreciendo opciones de productos saludables en las escuelas, desarrollando productos saludables que atraigan a los niños y promoviendo programas que alienten a los niños a llevar una vida activa”. Kraft ha comunicado “ayudar a los niños y sus familias a elegir alimentos saludables y al mismo tiempo fomentar la actividad física se ha convertido en parte de la forma en que Kraft retribuye a las comunidades”. A la luz de tales declaraciones, pudiéramos pensar que la industria alimentaria es un socio constructivo en la campaña contra la obesidad.

Sin embargo, como dice el refrán, del dicho al hecho a un largo trecho. Muchas de las prácticas que observamos de estas empresas y de la industria de alimentos en general, y especialmente con respecto a la nutrición escolar, muestran otra realidad. Hacen declaraciones engañosas en foros gremiales, tergiversan sus políticas en reuniones gubernamentales y manejan doble discursos en lugares públicos. Simplemente sus promesas de responsabilidad corporativa suenan bien, pero en el fondo son puras relaciones públicas.

En 2006, a petición de la Organización Mundial de la Salud, se compararon las promesas versus las prácticas reales de varias empresas de alimentos y se documentaron las discrepancias (Lewin A, Lindstrom L, Nestle M. Food industry promises to address childhood obesity: preliminary evaluation. J Public Health Policy. 2006; 27:327-348). A pesar de afirmar lo contrario, McDonald’s utilizaba grasas trans en el aceite de cocina (y tuvo que pagar los costos por publicidad engañosa); comercializaba productos no saludables para niños con juguetes, juegos, películas y viajes a Disney World; y promovía versiones de gran tamaño de Happy Meals. En el mismo sentido, Kraft comercializaba productos no saludables para niños a pesar de las promesas de luchar contra la obesidad infantil anunciadas con gran fanfarria en campañas publicitarias. Y así más de una docena de empresas mostraron el cobre luego que los autores de este estudio llegaron a la conclusión que no se podía confiar en la industria alimentaria.

En una economía capitalista como la actual, las empresas hacen del rendimiento financiero para los accionistas su primera prioridad. Wall Street somete a las corporaciones a una gran presión no sólo para que sean rentables, sino también para que cumplan objetivos de crecimiento trimestrales. En países como Panamá, el mercado de alimentos proporciona alrededor de 3,500 calorías per cápita cada día, aproximadamente el doble de las necesidades energéticas de la población. Para ampliar las ganancias en este entorno, las empresas alimentarias sólo tienen dos opciones: convencer a los clientes de que coman más (lo que contribuye directamente a la obesidad) o aumentar los márgenes de rentabilidad, especialmente comercializando productos baratos, reformulados y ultraprocesados.

Los expertos en nutrición generalmente coinciden en que las dietas basadas predominantemente en verduras, frutas, granos y cereales sin procesar favorecen la buena salud. Aunque los alimentos mínimamente procesados protegen contra la obesidad y las enfermedades relacionadas gracias a su rico contenido de nutrientes, tienen bajos márgenes de rentabilidad. Las ganancias más altas provienen de productos derivados de materias primas altamente procesados (comida rápida, dulces y bebidas), compuestos principalmente de almidón refinado, azúcares concentrados y grasas de baja calidad. Estos productos, que ya son baratos, se vuelven aún más baratos gracias a los masivos subsidios agrícolas en los países desarrollados. Las investigaciones vinculan el consumo frecuente de alimentos altamente procesados con el aumento de peso y un mayor riesgo de enfermedades relacionadas con la dieta. Aunque las empresas de comida rápida pueden ofrecer productos más saludables, la mayor parte de sus ganancias provienen de las papas fritas y las sodas, lo que explica por qué la fruta rara vez aparece en sus anuncios.

Por lo tanto, las estrategias de la industria alimentaria para aumentar sus ingresos dependen de campañas publicitarias de “comer más”, diseñadas para promover porciones más grandes, “refills” más frecuentes y hacer normal el comer dulces, sodas y comida rápida diariamente. Simplemente, los consejos para comer con menos frecuencia, consumir alimentos en porciones más pequeñas y evitar alimentos ricos en calorías y de baja calidad nutricional socavan el modelo de negocio fundamental de estas empresas. De allí su doble discurso y evidente doble moral.

El autor es empresario, consultor de nutrición
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