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- 16/03/2015 01:00
Charlie Hebdo en la UP
La intolerancia, la arbitrariedad y la sumisión son sin lugar a dudas los elementos que garantizan la mediocridad —individual y social— nada ni nadie se exime de pagar las nefastas consecuencias de estos procederes, no importa la gala de sofismas que intenten velar el oscurantismo que esconde tanta pobreza.
Hoy se ha globalizado la intransigencia, enmascarada por dogmas religiosos, fidelidades ideológicas, mesianismos. Las sociedades, las personas, pagan tributos que incluyen sus vidas, sus libertades por mantener el derecho de adversar comportamientos que creímos superados.
Así como estamos rectificando conductas que laceran a la naturaleza y destruyen especies —mediante santuarios estamos cuidando la devastación de plantas y animales— no así hemos podido construir alberques donde el derecho a pensar y ser diferentes nos protege de la sevicia de autócratas y ególatras.
Se nos ha inculcado que las universidades son uno de los pocos espacios, creados para que la libertad de pensar se solace y circule sin frontera alguna. En consecuencia, se ha procurado que el destino de estas instituciones sea dirigido y administrado por quienes se han comprometido en la búsqueda del conocimiento, la belleza y la verdad por encima de todo. La historia nos ha regalado con ejemplos excepcionales de este credo, solo uno Miguel de Unamuno, nos legó un evangelio sobre la libertad y la inteligencia, cuyo resplandor se acrecienta en el tiempo.
No obstante, la Universidad, por su doctrina de opciones múltiples, es campo fecundo para brindar oportunidades a tirios y troyanos, de allí que su esencia comprende el ser un campo de puertas abiertas a la inteligencia, a la creatividad; no importa que muchas veces, a la sombra de ideales y búsqueda de luces, permitamos que bajo la máscara de la buena fe se escondan apetitos rapaces e insaciables del poder.
La Universidad de Panamá nació para prohijar el desarrollo de competencias profesionales, científicas y académicas, especialmente de quienes conciben el estudio como la avenida más confiable para acceder a mejores condiciones de vida. Así ha sido y, por muchas décadas, abasteció de los profesionales que la Nación requirió para su perfeccionamiento como República, hoy la cifra supera el cuarto de millón que han egresado para servir a la Educación, la Salud, la vialidad, la burocracia y todo cuanto necesita el Estado Moderno para insertarse en el concierto de sociedades en desarrollo.
Su presencia desbordó por mucho el quehacer docente y se convirtió en la conciencia crítica de la Nación, de sus aulas emergieron líderes, mártires y todo cuanto la Patria requirió en su proceso de maduración.
Próxima a cumplir su fecha octogenaria, se encuentra devastada. Enquistado en el corazón de la institución, un grupo pequeño supo acuartelarse y ramificar un poder malsano que su único afán ha sido la perpetuación de sus privilegios, cargos y rangos. Una puerta de esperanza se abre para que se investigue qué es lo que han hecho con los recursos que necesitamos para pensar, crear, producir e investigar.
Han dado muestras de soberbia e intolerancia; pero, esta vez, han recurrido a la expulsión, a la búsqueda del silencio, como si ello fuera a acallar las conciencias alteradas que han ido sembrando por doquier. En este caso bebemos de Unamuno y gritamos: ‘No vencerán y menos convencerán’.
La Universidad no puede ser amordazada, no importa a cuántos persigan ni cuántos derechos retengan, Charlie Hebdo seguirá viviendo en cada uno de nosotros y seguiremos sumando para que barramos la intolerancia y nos pongamos en el camino de recuperar el lustre que siempre adornó nuestra casa de estudios. Tarde o temprano así será.
*ESCRITOR Y PROFESOR TITULAR DE PSICOLOGÍA CLÍNICA DE LA UNIVERSIDAD DE PANAMÁ.