• 08/02/2021 00:00

Vacunación eficiente o cuando economía y salud pública se alinean

“[…] siguiendo la lógica epidemiológica social, a quienes hay que detener su capacidad de contagio es a la población que necesita estar en la calle: los trabajadores”

Antes de compartirles nuestra reflexión de hoy, quiero aprovechar para agradecer al doctor Mario J. Galindo Heurtematte por hacerme llegar su obra más reciente, titulada “Episodios cruciales de nuestra historia”, la cual es de fácil y amena lectura y luego de degustar su contenido; por tanto, no me cuesta nada sugerirlo como documento de referencia y análisis en espacios dedicados al debate crítico de la historia nacional. El Dr. Galindo Heurtematte es uno de esos intelectuales de la política criolla con acceso y vínculos con grupos de las élites del país, que escasean en nuestros tiempos, por su pensamiento nacionalista, no trivial ni reduccionista. En alguna entrega posterior a la de hoy, prometo referirme a algunas de las tesis que ostenta la citada obra, para no dejar que el candelero alumbre debajo de la mesa, como dirían los evangelios.

La ecuación que asocia economía y salud, en cualquier escala de tamaño de empresas incluye a los actores de la relación social del tipo de producción que predomina en nuestro país: al agente propietario de la empresa y a quienes ponen su capacidad de trabajo. Los trabajadores solo hablan de ellos; los patronos son algo más discretos al referirse a sí mismos, dicen estar preocupados por el “bienestar de sus colaboradores”.

Si dicen vacunar solo a trabajadores de las actividades “esenciales”, se está diciendo a la vez que los trabajadores de las actividades “no esenciales” tienen que seguir en sus casas al igual que sus contrapartes patronales. La cuestión es que, el Estado apoya con rentas insuficientes y los empleadores, muestran poca reciprocidad hacia los trabajadores. Claro está, la poca capacidad de las empresas pequeñas justifica por sí sola este comportamiento, condición distinta en las grandes. Empero, se sabe de empresarios de pequeña escala que no tienen ni pisca de vocación solidaria hacia sus empleados.

Hay a quienes se les dificulta comprender cómo las actividades bancarias hacen parte de la categoría de “esencial” que incluso han sido beneficiadas con cientos de millones de los empréstitos adquiridos por cuenta del Estado, mientras que la actividad que es “esencial” para proveer bienes a sus hogares, se considere “no esencial”. Traté de ser empático con la idea gubernamental de esencialidad, pero al final, los trabajadores y pequeños empresarios que me hicieron estas preguntas tienen razones muy poderosas, existenciales, para inquirir la modificación del criterio oficial. Ciertamente, no cabe pretender sugerir un cierre de las actividades bancarias u otras similares. Más bien, hacer una autocrítica al concepto aplicado de “esenciales”, para establecer una priorización de la población a ser vacunada desde una mirada económica, a la vez que epidemiológica.

Todo sugiere que quienes diseñaron la jerarquización están culturizados en la práctica particularista hospitalaria, donde lo que se promueve, lo que se prioriza, es lo que está en el último eslabón de la cadena, cuando todo lo anterior ha fracasado -o se deja fracasar exprofeso-, como es el caso de los que trabajan en hospitales o están en mayor riesgo de llegar en situación crítica a estos, como los adultos mayores.

En realidad, siguiendo la lógica epidemiológica social, a quienes hay que detener su capacidad de contagio es a la población que necesita estar en la calle: los trabajadores. Ahora bien, si los patronos ansían la protección sanitaria para quienes laboran en sus establecimientos, aquí pueden desplegar algo de solidaridad. Por ejemplo, concertar con el Gobierno la adquisición de cuantas vacunas tiene en número de empleados que están obligados a trabajar presencialmente. Es decir, el Estado gestiona con AstraZéneca o Sputnik V o hasta la Soberana 02 cubana -que está entrando en su tercera fase de prueba-, pero por cuenta de cada empresa.

Así, si se tratara de la vacuna Covishield de Oxford-AstraZeneca (laboratorio en India), una empresa de 10 trabajadores solo tendría que aportar aproximadamente 80 dólares y si fuese la rusa, algo menos. Una empresa de 100 empleados pagaría 800 dólares o menos, por sus vacunas, y así por el estilo. De forma tal que la gente de mayor potencialidad de contagio estaría apuntalando su protección, la de los miembros de su burbuja hogareña. Las actividades económicas “no esenciales” no se verían en riesgo de nuevos cierres. ¿Será difícil alinear la salud pública con la economía?, depende de cuánta vocación de solidaridad tengan los patronos privados y las autoridades del Estado, actitud colaborativa.

Sociólogo y docente de la UP.
Lo Nuevo