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- 25/03/2021 00:00
¿De vuelta a clases presenciales?
A partir de la reducción de contagios por la COVID-19 y los avances en el plan de vacunación, se abre el debate de la vuelta a clases presenciales.
Después de un año de suspensión de los cursos presenciales, la ausencia de maestros, profesores y estudiantes en los centros educativos se hace larga, y demasiado. No obstante, los riesgos siguen siendo altos.
Se empieza a generalizar la llamada didáctica híbrida, en la que podrían regresar a las escuelas, colegios y universidades físicamente los estudiantes para algunos cursos y, para otros, se mantendría la educación telemática.
Al alargarse la pandemia, y echar mano de la virtualidad para no cortar -del todo- el proceso de enseñanza-aprendizaje, muchas voces, en Panamá y en el primer mundo, se levantaron para reivindicar que estábamos ante la nueva dinámica educativa. Cumplidas las clases, exámenes, reuniones de padres de familia y, hasta graduaciones de manera virtual, “no volveremos a la educación tradicional”, decían.
Hoy, podemos decir que, si bien la aplicación de adelantos y técnicas de la telecomunicación y de la informática a la transmisión de información computarizada o por móviles, ha llegado para quedarse, también, es urgente recuperar la presencialidad.
Todos los maestros o profesores advierten que el contacto con sus estudiantes en el salón de clases es único. El ser humano requiere de reconocer, dialogar e interactuar para desplegar todos sus sentidos en los procesos cognitivos de desarrollo de la memoria, el lenguaje, la percepción, el pensamiento y la atención.
Lo que se enseña en las escuelas, colegios y universidades no es solo conocimiento académico, debe ser también curiosidad, creatividad, pensamiento crítico y formación ciudadana. La visión utilitaria de una educación para obtener un trabajo o hacer dinero, refleja una estrechez de miras que no se compadece con la juventud inquieta y deseosa de conocimiento que percibimos en las redes sociales.
Todos los planes y propuestas de gobierno durante la elección de 2019 marcaban a la educación como un área fundamental, la pandemia llegó para alterarlo todo, pero no puede desenfocarnos como país. El proyecto de nación que consolidó su soberanía nacional y que tiene pendiente responder a las necesidades de los menos favorecidos pasa por obligarnos a todos a aportar por la educación.
Las acciones o medidas simplistas o de menor escala, podrán estar en niveles que vayan desde bien intencionadas, populistas, hasta crasamente erradas, pero solo serán paliativos o atenuantes ante una necesidad mayúscula que se trata de nuestro deber para con las generaciones futuras.
Una mirada -ni siquiera tan detallada- hacia el futuro, marca desafíos enormes para nuestra sociedad, una transformación digital acelerada, retos medioambientales, olas migratorias cada vez más intensas, institucionales y desigualdades profundas. Esas realidades diversas y dispares exigen reformas profundas y el compromiso de los actores del sistema educativo que comprendan que el impacto de actuar crea un valor social inmenso.
Si bien, la seguridad social o el tema constitucional son materias que abordar -ojalá por ruta de consenso-, el sistema educativo exige un repensamiento y una definición de prioridades para desarrollar una sociedad que cuide sus instituciones, salvaguarde su democracia, crezca en progreso nacional y bienestar individual.
Como incentivo adicional, para actuar, algo que dijo Sófocles desde el siglo V a. C.: “El saber es la parte más considerable de la felicidad”.
El momento histórico está planteado. Vivimos tiempos en que todo cambia y cambia rápido, surgen nuevas tecnologías, que debemos acoplar a prácticas probadas. Lo que no tiene espacio a la duda es que la educación mantiene su lugar hegemónico en las posibilidades reales que tenemos como país de ser una mejor sociedad.