• 18/11/2018 01:03

Contraste entre los siglos XX y XXI

‘Me preocupa mucho el futuro que nos espera, por la falta de credibilidad en nuestras instituciones y la mentalidad que tiene el votante: ‘¿Qué hay para mí?'...'

Desde que entramos en la segunda mitad del Siglo XX nuestro país comenzó a tener cambios muy profundos en el sistema de vida de toda la sociedad. Los cambios fueron para bien o para mal, según uno los quiera ver.

En mi larga vida he sido testigo de estas transformaciones. De muy joven iba a menudo al gimnasio Neco de la Guardia, que quedaba frente al cuartel de policías en la avenida A. Tuve oportunidad de ver a nuestros mejores boxeadores de esa época, así como también a los más destacados basquetbolistas. Regresaba después a mi casa, situada en la avenida Norte, muy cerca de la Presidencia. Hacía ese largo recorrido a pie. Transitaba por El Chorrillo, el barrio de tolerancia, que estaba situado entre las calles 20 a 22, donde las prostitutas, desde sus ventanas, llamaban a sus clientes, sin sentir ningún temor o peligro.

Las señoras caminaban solas a sus iglesias y a las tiendas a hacer sus compras, nunca tuvieron ningún miedo. Nadie las molestaba, pues en esos años no existía ni la violencia ni el crimen que hoy atemoriza a toda la población.

Teníamos muy pocos sindicatos. Los más beligerantes eran los de los bananeros, transporte y tipógrafos. Los educadores estaban agremiados en el Magisterio Panameño Unido, donde sobresalía la recordada Sara Sotillo. Luchaban por mejorar la educación pública y así competir, en igualdad de condiciones, con los colegios privados de La Salle y de María Inmaculada. Se esforzaron mucho en que se construyeran nuevas escuelas como la Profesional de Santiago en Veraguas, el Liceo de Señoritas en la capital y otras de gran prestigio; el incremento salarial pasaba a segundo plano. Hoy día cualquier persona que se considera un ‘líder' crea su propio sindicato. Ellos —los sindicatos— son incontables y, por lo regular, su principal aspiración es la mejoría del salario y no el bienestar colectivo. Hacen paros y perjudican con ellos a su membrecía e incomodan a toda la población.

En esos años los presidentes solo contaban con un auto oficial y muy pocos guardaespaldas, no más de dos o tres, y en ocasiones ni los utilizaban. Las primeras damas no tenían ningún privilegio y sus obras sociales las hacían a través de la Cruz Roja. Hoy el presidente se mueve en una caravana de seis a siete carros repletos de guardaespaldas; cualquier funcionario de segunda categoría o asesor tiene un automóvil con chofer y guardaespaldas. Esto contrastaba mucho con los ministros que en esa época no contaban con carros oficiales, salvo dos o tres, que, por sus funciones, se les proveían. Como ejemplo pongo el de mi suegro, el Dr. Eduardo Morgan; cuando fue nombrado ministro de Educación, iba a su despacho en autobús o en un carro de alquiler (como se llamaban antes a los taxis), hasta que yo lo convencí de que comprara un automóvil y aprendiera a manejar. Así llegaba al Ministerio a cumplir con sus obligaciones, él jamás tuvo un auto oficial ni lo solicitó.

El general Remón, jefe de la Policía, después de la Guardia Nacional y posteriormente presidente de la República, no contaba con más de tres guardaespaldas; se cuidaba muy poco. El general Bolívar Vallarino tenía también dos o tres guardaespaldas que los utilizaba solo en pocas ocasiones. Un día me invitó a un viaje al interior; él iba manejando su automóvil y sus pasajeros y únicos ‘guardaespaldas' éramos su gran amigo Antonio ‘Toño' Paredes y yo.

La sociedad sentía gran respeto por las instituciones. Hoy día, por culpa de varios Gobiernos, que han metido sus manos en todas las instituciones, por sus acciones, ellas —las instituciones— han perdido toda la credibilidad que antes tenían.

Lastimosamente seguimos como ayer con la nefasta costumbre de que los presidentes iban al cuartel de la Policía para ser reconocidos como mandatarios del país. Ahora se sigue con igual práctica, lo único distinto es que en lugar de la Policía lo hacen ante el nuevo ejército, que de policía solo tienen el nombre.

Quienes hemos vivido todas esas transformaciones —lo bueno y lo malo de la época—, añoramos los viejos tiempos, a pesar del modernismo y de los avances tecnológicos del Siglo XXI.

Me preocupa mucho el futuro que nos espera, por la falta de credibilidad en nuestras instituciones y la mentalidad que tiene el votante: ‘¿Qué hay para mí?'. Ojalá me equivoque y Panamá siga por los senderos de la democracia funcional que anhelamos todos.

EMPRESARIO

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‘[...] los presidentes solo contaban con un auto oficial y muy pocos guardaespaldas, no más de dos o tres [...]'

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