Hay realidades que se quieren borrar de un tajo. El reciente caso de dos hermanos que presuntamente abusaron sexualmente de sus propias hermanas, menores de edad, en la comunidad de El Mamey en Chiriquí comprueba - una vez más - que esta aterradora forma de violencia se produce en el entorno familiar. Los abusos sexuales intrafamiliares - pese a que son los más dados -, siguen siendo un tabú. Es aterrador que el agresor sea un familiar o pertenezca al círculo cercano a la familia; es decir, los violadores son tíos, primos, hermanos, amigos o vecinos de los menores. Duele, y mucho, que quienes deben proteger, amar y querer, muchas veces son los que se convierten en depredadores que desgracian la vida de su propia sangre. Lo peor es que a veces las madres ignoran lo que ocurre con sus hijos o fingen no creerles para no perder a su pareja. Como lo hemos subrayado en este espacio: la protección de los derechos de la infancia, la niñez y la adolescencia es una obligación del Estado, nuestros niños merecen vivir en un ambiente sano y seguro, sin embargo, esa protección, cuidado y resguardo es un compromiso prioritario que nos compete a todos: familia y entorno. Proteger la infancia e interrumpir el abuso sexual requiere que los miembros de las familias y la comunidad estemos disponibles a oír sus voces. El silencio impera por miedo, la desconfianza en las autoridades y la vergüenza. De cientos de casos que ocurren en el país muy bajo porcentaje se denuncia y esto ocurre además por la inoperancia de la justicia. No dejemos solos a nuestros niños. Seamos desconfiados y que impere la comunicación. Nuestra niñez y adolescencia está expuesta a relaciones abusivas que necesita una adultez atenta a acoger, escuchar y defender.

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