En tiempos de tensión social, cuando las calles se llenan de reclamos, es fácil olvidar que las verdaderas soluciones no nacen del grito, sino de la palabra. La historia nos ha enseñado que cada vez que dirigentes sociales y gobiernos se sientan en mesas separadas, el conflicto crece. Pero cuando se sientan juntos, aunque sea con diferencias profundas, la posibilidad de resolver lo imposible se vuelve real. El diálogo no es una muestra de debilidad. Es, por el contrario, un acto de valentía política. Negociar implica ceder, pero también escuchar; significa reconocer al otro no como enemigo, sino como interlocutor legítimo. Esto resulta fundamental cuando lo que está en juego es el bienestar de la ciudadanía, que siempre es la principal afectada por la inacción o el enfrentamiento sin tregua. La economía puede irse a pique y la polarización ganar terreno. Por otro lado, hay que subrayar que la descalificación, la intransigencia y los insultos de algunos que lideran las protestas solo postergan la solución y fractura aún más la relación entre representantes y representados. La negociación siempre es un camino para resolver conflictos

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