En tiempos de creciente tensión y polarización, uno de los elementos clave para superar una crisis social es la confianza en los actores e instituciones democráticas. Cuando existen dudas ciudadanas hacia esas instituciones, sean públicas o privadas, se abre un peligroso panorama para cualquier país. Si bien no es una realidad nueva, la opacidad, la corrupción y la incoherencia de las autoridades elegidas en las últimas tres décadas, lamentablemente, han agravado el problema. Hay que entender que la confianza no es un recurso renovable por sí solo: requiere cuidado, coherencia y, sobre todo, voluntad política. La ciudadanía y los líderes de oposición, por su parte, también debe asumir un rol activo: ejercer su función con criterio de país, participar con responsabilidad y exigir sin caer en el cinismo destructivo. Construir confianza es más que discursos; requiere resultados tangibles, pero también procesos transparentes y participativos. Un gobierno confiable es aquel que escucha antes de actuar, que informa sin adornos, que reconoce errores sin excusas. Hoy más que nunca urge reconstruir el lazo de confianza entre el gobierno y la ciudadanía. Y esa reconstrucción no puede ser unilateral.

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