En Cúcuta, principal paso fronterizo entre Colombia y Venezuela, la tensión por el despliegue militar de Estados Unidos en aguas del mar Caribe parece...
El Día de la Madre es un momento para flores y festejos, para honrar a todas esas mujeres que, con su entrega, han sido capaces de sacar a sus hijos y familias adelante. Las madres son un pilar insustituible en el hogar; a veces, el único pilar, cuando los hombres fallan en su labor de acompañar la construcción de la familia, algo lamentablemente común en nuestro país. Pero esta tarea, noble y necesaria, esconde también batallas diarias que suelen pasar inadvertidas. Ser madre y trabajadora en Panamá significa conciliar tiempos casi imposibles. Significa madrugar para preparar a la familia, trabajar jornadas completas —a veces extendidas— y regresar a casa a una segunda jornada invisible: cuidar, acompañar, resolver. Muchas lo hacen sin redes de apoyo, sin acceso adecuado a servicios de cuidado infantil y enfrentando entornos laborales poco sensibles a sus necesidades. El desafío es aún mayor cuando el sistema de seguridad social falla y el costo de la vida se dispara mientras los salarios permanecen estancados. En una economía desigual, marcada por la informalidad y la precariedad, ser madre es una prueba diaria de resiliencia. Las desigualdades tampoco terminan allí: a igual trabajo y responsabilidades, muchas mujeres reciben menos reconocimiento y oportunidades. Y gran parte del trabajo de cuidado y doméstico continúa recayendo sobre ellas, casi siempre sin valoración ni apoyo suficientes. Por eso, este 8 de diciembre debería ser también un llamado. No basta con agradecer; hay que transformar. Panamá necesita políticas que faciliten la conciliación laboral y familiar, empleos dignos, horarios flexibles, apoyo efectivo a la maternidad y una cultura que reconozca el valor del cuidado. Detrás de cada madre en Panamá hay una historia de fuerza que merece ser celebrada y, sobre todo, respaldada.