Del 6–1 a la estrategia de marca país: cómo convertir el próximo Mundial en motor de crecimiento para Panamá

  • 08/12/2025 00:00
No se trata de romantizar una derrota deportiva, sino de capitalizar una victoria mediática: en la economía de la atención, la irrelevancia es mucho más costosa que un marcador adverso

En el fútbol, ir perdiendo 6–0 suele ser sinónimo de fracaso. En economía, no necesariamente. Si un país sabe qué hacer con la atención que genera un Mundial, incluso una goleada puede convertirse en el inicio de su mejor negocio. Panamá lo comprobó en Rusia 2018.

Era junio de 2018 en Nizhni Nóvgorod. Inglaterra goleaba 6–0 a Panamá y, a doce minutos del final, la lógica invitaba a apagar el televisor. Sin embargo, ocurrió lo impensable: Felipe Baloy se deslizó entre la defensa inglesa, venció a Jordan Pickford y marcó el 6–1. Deportivamente no cambiaba nada; en la economía de la atención, lo cambiaba todo.

Lo que siguió desafió toda proporción. El estadio enloqueció, en Panamá la gente salió a las calles hasta la madrugada, y las grandes cadenas internacionales, perplejas ante un país que celebraba una derrota como si fuera un título, amplificaron la escena una y otra vez. Solo la BBC registró más de 14 millones de telespectadores y una cuota cercana al 83 %. Durante esos minutos, un país pequeño ocupó una vitrina global inalcanzable para cualquier presupuesto de turismo convencional.

No se trata de romantizar una derrota deportiva, sino de capitalizar una victoria mediática: en la economía de la atención, la irrelevancia es mucho más costosa que un marcador adverso.

Llevado al terreno económico, la traducción es simple: para la FIFA, ese gol fue una nota al pie. Para la economía, fue un experimento natural sobre cuánto vale ser visto en un mundo donde la atención es el recurso más escaso de todos. En promoción internacional, equivalió a un anuncio de Panamá en prime time global pagado con talento deportivo, no con dólares. La pregunta incómoda es inevitable: ¿qué hicimos, como país, para transformar esos minutos de visibilidad global en turismo, comercio e inversión? Y, más en general, ¿cuál es el impacto económico que este tipo de hitos puede tener para un país pequeño como Panamá?

La macroeconomía del gol

Para entender lo que realmente estaba ocurriendo más allá del marcador, hay que mirar al Mundial como lo haría un economista, no un analista deportivo. La clasificación de un país pequeño a un Mundial es un shock externo positivo: un flujo inesperado de recursos, confianza y visibilidad que se transmite, al menos, por tres canales.

Primero, el efecto directo de liquidez. La participación asegura premios de la FIFA que rondan los $10 millones y pueden escalar hasta $15–20 millones al sumar patrocinios y derechos de transmisión. Ese ingreso adicional permite sanear finanzas federativas, invertir en canteras, profesionalizar ligas y generar encadenamientos en servicios, transporte, comercio y publicidad.

Segundo, el canal conductual. Los grandes torneos deportivos generan un feel-good factor: la gente se siente más optimista, consume algo más y tolera mejor las malas noticias. En países con poco margen fiscal, ese impulso anímico ayuda a sostener la actividad.

Tercero, el canal externo. Goldman Sachs y diversos estudios coinciden: la exposición mundialista impulsa el comercio. Se estima que los países participantes pueden aumentar sus exportaciones hacia la sede anfitriona hasta un 17 % durante el año del torneo. Parte del efecto responde a un efecto de mayor visibilidad: empresarios, turistas e importadores escuchan el nombre del país, lo ubican en el mapa y se abren puertas que antes no existían. El fútbol abre la puerta; instituciones y empresas son las que tienen que entrar y cerrar negocios.

De la cancha a la marca país: evidencia comparada

Más allá de los flujos de corto plazo, el verdadero activo es la marca país que se construye alrededor del torneo. Algunos países lo han entendido mejor que otros.

Costa Rica es el caso de estudio por excelencia. En Brasil 2014, pasó de ser la supuesta “cenicienta del grupo de la muerte” a eliminar a Italia e Inglaterra y llegar a cuartos de final. Ese desempeño se montó sobre una narrativa ya trabajada: un país verde, estable y seguro, con servicios de alto valor.

Uruguay hizo algo similar con “Uruguay Natural”, usando su presencia constante en Mundiales para asociar al país con calidad de vida, producción de alimentos premium y estabilidad institucional. La selección funcionó como embajadora de una estrategia ya diseñada.

En ambos casos, la clave no fue solo el resultado deportivo, sino la capacidad de activar una narrativa coherente. El torneo fue el escenario; la marca país, la historia que se contó. El gol o la clasificación fueron la excusa para hablar de algo más grande: qué ofrece el país al mundo.

El reto de Panamá

En el caso de Panamá, el 6–1 fue mucho más que un marcador adverso: fue una campaña global inesperada. Durante algunos días, ese gol en medio de una goleada proyectó una imagen fresca y empática del país ante millones de personas. Más que un episodio aislado, mostró algo alentador: Panamá puede acceder a la vitrina mundial del fútbol y conectar emocionalmente con audiencias que antes ni siquiera lo tenían en el radar.

Ahora viene la buena noticia. Tenemos una segunda oportunidad. Y el escenario es el mejor que podríamos pedir. El Mundial 2026 no se jugará en una estepa lejana, sino en Norteamérica, la casa de nuestros principales socios comerciales. Panamá no es solo un participante más: es el hub de las Américas, geográfico y logístico, que conecta a los anfitriones con el sur del continente.

Además, Panamá posee una narrativa que encaja perfectamente con las tendencias de inversión global actuales: es uno de los tres países del mundo con carbono negativo, siendo además, a la fecha, el único país carbono negativo en el continente que podría ir al mundial. Eso es un diferencial de visibilidad para inversores ESG. Mientras el mundo busca sostenibilidad, Panamá puede presentarse no solo con una selección de fútbol, sino como el destino líder en biodiversidad y turismo regenerativo Tenemos uno de los cafés más valorados del mundo (Geisha) y una de las mejores conectividades aéreas y marítimas del continente, entre muchos otros elementos diferenciadores.

Lo que falta no son atributos, sino algo más simple y más decisivo: articularlos en una propuesta de valor clara y coherente, capaz de competir en un mundo donde cada vez más países integran deporte, turismo e inversión en una misma narrativa de marca país.

Una segunda oportunidad que conviene aprovechar

La evidencia es contundente y los casos internacionales lo confirman: para un país pequeño y abierto como Panamá, un Mundial no es solo un torneo de fútbol. Es un multiplicador de esfuerzos en turismo, comercio e inversión. Si quiere estar a la altura del momento, el país debería plantearse al menos tres tareas concretas.

Primero, definir una marca país coherente y unificada. No basta con un eslogan turístico. Panamá necesita un relato simple que conecte sus verdaderas ventajas, hub logístico, servicios globales, biodiversidad, café de talla mundial, carbono negativo, con lo que el mundo verá en la cancha. Ese relato debe ser compartido por gobierno, sector privado, gremios y federaciones.

Segundo, convertir el Mundial en una misión comercial integrada. La clasificación no puede gestionarse solo desde la federación de fútbol. Se requiere un task force público-privado que use el calendario mundialista como hoja de ruta: campañas en mercados clave, paquetes turísticos vinculados a los partidos y agendas de inversión y negocios en las sedes.

Tercero, medir el impacto y aprender sistemáticamente. Antes del Mundial, Panamá debería fijar indicadores claros: turistas adicionales, ingresos por turismo, nuevas inversiones anunciadas, contactos comerciales generados y cobertura mediática de calidad. Después del torneo, esos datos deben alimentar una agenda de política pública y de estrategia empresarial.

Juntas, estas tres tareas equivalen a tratar el Mundial no solo como una fiesta deportiva, sino como un proyecto de desarrollo nacional con fecha definida en el calendario.

Panamá ya demostró que puede convertir una derrota en uno de sus mejores negocios: en 2018, un 6–1 lo puso en la conversación global sin haberlo planificado. Esa fue, en el fondo, una prueba de capacidad latente: incluso sin estrategia, el país puede generar un activo valioso en términos de atención. El siguiente paso lógico es convertir esa capacidad latente en política pública deliberada.

Lo que está en juego de cara a 2026 no es solo pasar de fase de grupos, sino aprovechar la vitrina más grande del planeta, ubicada esta vez en nuestro propio vecindario, para posicionar a Panamá como el destino definitivo de inversión, comercio y turismo sostenible en la región. Si Panamá trata la próxima cita mundialista como un proyecto de desarrollo, y no solo como una celebración deportiva, puede transformar noventa minutos de euforia en una década de crecimiento mejor orientado.

El Mundial dura apenas treinta días; la atención que genera, un poco más. Una marca país bien gestionada, en cambio, puede acompañar a Panamá durante décadas. Los goles se olvidan; los países que aprenden a aprovecharlos, no.

Panamá ya demostró que puede convertir una derrota en uno de sus mejores negocios: en 2018, un 6–1 lo puso en la conversación global sin haberlo planificado. Esa fue, en el fondo, una prueba de capacidad latente: incluso sin estrategia, el país puede generar un activo valioso en términos de atención. El siguiente paso lógico es convertir esa capacidad latente en política pública deliberada
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