La unificación del sistema de salud en Panamá se ejecuta a un ritmo que despierta inquietudes. Integrar al Ministerio de Salud y la Caja de Seguro Social podría ser un paso histórico para eliminar duplicidades, optimizar recursos y coordinar servicios, tal como lo ha vendido el Ejecutivo. Sin embargo, mientras el discurso oficial habla de eficiencia, en los pasillos de los hospitales el panorama es otro: se trasladan especialistas hacia la Ciudad de la Salud, dejando vacíos inmediatos en centros ya saturados. Familiares denuncian lo evidente: hay pacientes sin atención, citas canceladas y tratamientos que se retrasan. Y detrás de cada número hay una historia con nombre y apellido. La realidad es contundente: Panamá ya sufre una seria deficiencia de médicos y especialidades frente a la demanda creciente. Oncólogos, cardiólogos, nefrólogos, neurólogos, por mencionar algunas especialidades, son escasos; y cuando el personal disminuye en un lugar para reforzar otro, el paciente paga la factura en espera, dolor o incertidumbre. El presidente José Raúl Mulino exige rapidez en la integración. Tiene razón al señalar que el sistema está fragmentado y atrapado en burocracias que no curan a nadie. Pero la velocidad no puede convertirse en improvisación. La unificación debe ser ordenada, planificada y, sobre todo, humana. No se trata de mover piezas en un tablero, sino de garantizar que nadie pierda su médico, su diagnóstico o su tratamiento. Esta transición requiere transparencia, supervisión y comunicación real con la ciudadanía. No puede basarse en promesas generales, sino en hechos verificables. La vida y la salud del panameño no son negociables.

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