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Lo que parece ser leche, queso o helado muchas veces no lo es. En su lugar, terminan en las mesas de los hogares panameños productos sucedáneos: imitaciones más baratas, con menor valor nutricional, que engañan al consumidor con empaques llamativos y precios seductores. El problema no es la existencia de los sucedáneos. La tecnología alimentaria ha permitido su desarrollo y, en tiempos de economías apretadas, cumplen una función en el mercado. El verdadero dilema radica en la falta de transparencia. El consumidor no está siendo debidamente informado. Los anaqueles de los supermercados exhiben, sin distinción clara, leche junto a “bebidas lácteas”, quesos genuinos junto a “preparados tipo queso”. La letra pequeña de las etiquetas, cuando existe, no basta. El derecho básico a saber qué se compra y qué se lleva al hogar está siendo vulnerado. Acodeco ha impuesto más de un centenar de multas, pero las sanciones parecen insuficientes frente a una práctica que se repite en supermercados de todo el país. Cada vez que un sucedáneo desplaza a un producto genuino, se debilita la cadena productiva nacional. El reto no puede reducirse a multas o inspecciones. Es, sobre todo, una batalla por la transparencia y la educación. Las autoridades tienen la obligación de exigir etiquetados claros, visibles y comprensibles. Las asociaciones de productores deben impulsar campañas de orientación. Y los consumidores debemos asumir la responsabilidad de leer, preguntar y elegir con conciencia. El precio es un factor legítimo, pero la decisión final debe basarse en información veraz, no en la apariencia de un envase. Los sucedáneos no desaparecerán del mercado, y tampoco deben hacerlo. Pero su presencia tiene que ser clara y honesta. La “mala leche” del anaquel no es el producto en sí, sino la falta de transparencia con la que se presenta.