La solidaridad es el fundamento del socialismo democrático, el liberalismo social y el socialcristianismo. Cuando se pierde el valor de la solidaridad entre gobernantes y gobernados y entre los propios asociados se agudizan los males. Se desarrolla la autocracia, la violación de derechos humanos, la corrupción campea y aparece el individualismo salvaje, que no es otra cosa que la puesta en práctica del egoísmo. Ese egoísmo que se organiza en grupos o bandas para el control del poder puede ser de derecha o de izquierda y lo que caracteriza a los regímenes como los de Venezuela y Nicaragua, o como el de Honduras, no es su ropaje ideológico, sino su carencia absoluta de solidaridad humana. El egoísmo en la sociedad y en función de gobierno puede llegar a niveles extremos que se manifiesta con en la falta de justicia, la corrupción rampante y el poco importa. Por desgracia, este egoísmo empieza a evidenciarse en sociedades como la panameña, donde la corrupción se ha hecho miembro permanente de los gobiernos, donde solo importa el grupo que lidera el poder, porque los demás son esclavos de sus decisiones. Este egoísmo hay que erradicarlo y volver a los dirigentes solidarios. Si es posible, hay que promover una cruzada por la solidaridad en los partidos políticos, en los hogares, en las escuelas, en la comunidad, porque hay que vacunarse contra los grandes males que genera el egoísmo en la sociedad y en los gobiernos. ¡La solución está en manos de la propia sociedad!

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