Los niños y adolescentes son el tesoro de una sociedad, y quien los vulnere merece el castigo más severo. En la sociedad actual es esencial abordar temas sensibles con responsabilidad y precisión, como el abuso infantil. La violencia sexual es la forma más atroz de agresión contra la infancia, por los efectos devastadores que provoca en la víctima. En Panamá, en los dos primeros meses de 2024, según estadísticas del Ministerio Público, se produjeron 331 denuncias por abuso sexual a jóvenes (entre 14 y 18 años), 39 casos más que el año pasado en el mismo periodo. El panorama se vuelve aterrador cuando, de acuerdo con la OMS, 1 de cada 5 infantes es víctima de deshonra sexual antes de llegar a los 17 años. Y no es privilegio de las naciones subdesarrolladas; 20% de los niños en Europa, Estados Unidos y Canadá han sido profanados sexualmente. El daño, tras la cifra, es irreparable. Desgraciadamente, en el mundo de la tecnología también se dan abusos: el ‘grooming’ es una modalidad de abuso sin contacto físico que constituye un delito y es tarea de todos combatirlo y denunciarlo. Las instituciones y los padres debemos estar muy pendientes del entorno en el que viven nuestros hijos. Entendamos que el sufrimiento que causan los abusos sexuales va unido a menudo a la incredulidad, el silencio o el rechazo por parte de las personas o entes a los que acude la víctima para denunciar la agresión. Duele, y mucho, que en su mayoría los abusos infantiles se produzcan en el entorno familiar, y para frenarlo es vital la detección precoz. Y aunque no hay que olvidar que la protección de los derechos de la infancia, la niñez y la adolescencia es una obligación del Estado, nuestros niños merecen vivir en un ambiente sano y seguro, y esa protección, cuidado y resguardo es un compromiso prioritario que nos compete a todos. Cada niño tiene derecho a reír, a pintar, a ser educado, a imaginar un mundo de colores donde los héroes existen. No los dejemos solos, nos necesitan.

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