José Jerí Oré, prometió en su primer discurso en el cargo empezar a construir las bases de la reconciliación del país, que atraviesa “una crisis constante...

En nuestro entorno por lo común damos por sentado, que algunas hechos, circunstancias y percepciones se explican por si solas y otras no merecen nuestra atención o nuestra urgencia. La inclusión educativa, los derechos humanos, la pobreza y la discriminación por cualquier justificación o racionalización son algunas de esas realidades. Hay concreción mientras me toque a mí, pero son posibilidades remotas abstracciones sin piso ni techo, cuando no soy protagonista o testigo principal de estas.
En la inclusión educativa por ejemplo habrá un compromiso o valoración ética y pedagógica cuando ese niño o niña se vincula con nosotros por razones familiares, profesionales e incluso existenciales. De alguna manera ese estudiante toca alguna fibra intima y desarrolla en nosotros un grado de empatía y valores correspondientes muy concretos y operativos.
Pruebas al canto; los trastornos Dis (dislexia, discalculia, dislalia etc), el espectro autista (TEA), el síndrome de Down, la discapacidad intelectual, TDAH, las Altas Capacidades y la superdotación, las limitaciones sensoriales y motoras, aunque no tienen un franco rechazo (muchas veces sí), no son atendidas como deben ser (ni lo serán), si no hay una previa aceptación de estas como parte natural de las diferencias implícitas en la naturaleza humana. Padre, madre o maestro que ha tenido la oportunidad de un antes y un después cuando le toca lidiar un hijo/estudiante con una necesidad educativa específica (NEE) sabe bien a lo que me refiero. El dolor o la incomodidad que otros tienen, no se siente de igual manera que cuando uno lo vive en carne y realidad propia.
En la medida que el docente o la autoridad administrativa no actúe con empatía y compromiso, por más letra legal que se imponga no moverán una pulgada de solidaridad como mínimo por estos niños. Comprendemos que es incomodo lo desconocido, que exista preocupación o ausencia de certezas del mejor camino a tomar, que el empirismo o buenas intenciones puedan perjudicar mas que resolver, pero también observamos un frente cerrado a investigar, a cooperar, a abrirse a nuevas posibilidades respaldadas por una curiosidad sana y bondadosa.
El egoísmo socialmente organizado por el “no me da la gana” hace mas daño aún. Las irresponsabilidades vienen desde las raíces de una sociedad en esencia egoísta y orientada al individualismo que paradójicamente promueve a su vez la conciencia de rebaño, antagónica por definición a la diversidad de cada individuo que se expresa como gota de mar en el océano de las diferencias individuales.
Uno de los hilos conductores probablemente esté desde la planificación de los currículos que vienen impregnados con esa visión de lo que se espera para un ciudadano escolarizado, adoctrinado quizás o en el menor de los casos inflexible ante los cambios que surgen de la diversidad humana. No es casual entonces que se perciba la inclusión como un tema solo de voluntad, de genes o de “escuelas o salones especiales”. El diseño cultural contra natura en que nos encontramos parece no otorgar concesiones ni tregua a las neuro divergencias. La neuropsicología afirma por un lado y la cultura del poder o el poder de la cultura niega por el otro.
Cuando de hacer adecuaciones curriculares se trata, nos ocupamos primero de nuestro bienestar, de alejar lo incómodo y no falta quien ve en los ajustes curriculares (y razonables), un potencial peligro contra su estabilidad laboral o seguridad personal y por ende aloja en su conciencia y corazón que estas medidas son solo una imposición administrativa ministerial en sí mismas y nada más.
Se rechaza lo que no es “normal”, lo que se aleja de lo típico sea porque tiene mucho, (superdotado) o tiene poco (discapacidad intelectual), o que nos es incomprensible (doble excepcionalidad, TDAH) y otras “rarezas” como los fueron los zurdos y albinos en su momento, como dicen algunos asustados o ingenuos docentes.
Recurrimos entonces a configurar o diseñar las situaciones que nos den esa sensación de seguridad y control, que entre otras “bellezas” están la de otorgar cupos de matrículas para cada divergente que algunos centros educativos otorgan y si ya lo tienen infiltrado, se procede entonces a manipular o controlar el comportamiento en nombre del sentido común, las buenas intenciones y la paz del salón de clases (la paz del docente de turno). En última instancia, si algo hay que hacer, que lo haga otro. “No creo en eso”, indican, cual si fuera un acto de fe y no de ciencia con su respectiva aceptación y paciencia. Entre otras estrategias negacionistas están el calibrar nuestra empatía de forma calculada, recurrir al juego de poderes sutil o descarado y acercamos con cuidado solo a lo que nos importa y conviene. En palabra sencillas eso es conspirar contra el fin superior del menor. En el fondo de ese crisol profundo que cada cual tiene, alrededor y en contra, se cuecen muchos prejuicios, sesgos e incluso grandes pasiones que desvían las posibilidades de concretar en equidad y justicia la verdadera educación inclusiva.