• 24/02/2011 01:00

Los autócratas acaban mal

T odavía no se ha inventado nada más seguro para el futuro de una Nación que un gobierno democrático de amplia participación ciudadana. ...

T odavía no se ha inventado nada más seguro para el futuro de una Nación que un gobierno democrático de amplia participación ciudadana. Es su mejor protección. Es su garantía de estabilidad y equidad. El freno a la corrupción, al abuso del poder, a la burla constante de los ciudadanos y al desprecio de las instituciones públicas, es la supremacía de la ley y el respeto de los derechos humanos.

Pero eso no lo comprenden los autócratas, aún cuando todavía estén a tiempo de anticipar el colapso total. Algunos exponentes de ese tipo de regímenes han logrado morirse en una cama. Muchos han terminado mal. Víctimas de la ira popular, ajusticiados en el ejercicio del poder, llevados a los tribunales o refugiados en el suicidio.

Las revueltas populares que acabaron con los gobiernos autoritarios de Zine El Abidine Ben Ali en Túnez y Hosni Mubarak en Egipto, son un llamado de atención a los dictadores que han saqueado sus países y pisoteado a los ciudadanos. Está comprobado que pueden asesinar a sus compatriotas, infundir terror, rodearse de elementos de su propia calaña en una asociación accidental que los identifica por tener las manos manchadas de sangre y robo, de brutalidad y miseria. Pero su fin es inexorable. Terminan mal. Como símbolos de la represión contra una clase empobrecida que no deja de crecer.

El nuevo fenómeno de insurrección popular, sin disparar una bala, ha dado al traste con dos exponentes de regímenes autoritarios, similares a los que comienzan a reeditarse en América Latina. En esta parte del mundo adquieren el disfraz de empresarios que incursionan en política con un engañoso discurso antisistema.

Sin duda que Facebook, Twitter y Al Yazira jugaron un papel importante, pero no fueron lo determinante. La combinación de redes sociales, telefonía móvil con el poder de la televisión, no son suficientes para impedir que los movimientos populares de protesta acaben aplastados. El medio no es el mensaje.

En Túnez y Egipto fue una chispa la que encendió las revueltas, demostrando que los regímenes autoritarios desconocen la conjunción de ciudadanos valientes y vientos favorables. Insensibles ante los valores de la libertad, la dignidad y el respeto del principio universal de los derechos humanos, pretenden solucionar las protestas sociales con mayor represión. Desoyen las demandas de justicia para acabar con la impunidad y el clamor ciudadano por ser libres sin amos ni tiranos.

Los ciudadanos de todo el mundo reclaman contrapesos para abortar los abusos autoritarios, para garantizar la división de poderes y una justicia independiente.

Cuando los ciudadanos vencen la barrera del miedo y se aferran a la determinación de poner fin al terror y al autoritarismo de regímenes opresivos se ve acercarse en forma acelerada su final. Los únicos que están a gusto con los déspotas son aquellos que lucran con el poder, las empresas que con coimas de por medio logran jugosos contratos con o sin licitaciones públicas y los gobiernos extranjeros que participan en el saqueo de la riqueza nacional.

Una debilidad de los autócratas es que son incapaces de prevenir o anticipar la furia popular. Como imaginan controlar sus países como señores feudales no se dan cuenta de que en el proceso de rebelión los ciudadanos se acercan a su objetivo con diversas aproximaciones, sin saber con exactitud qué forma irá adoptando la movilización. El piso también comienza a moverse cuando los intereses económicos son atropellados por la voracidad de figuras en el poder que demandan coimas, participación accionaria y amenazan con cancelar contratos y concesiones.

Como gobiernan a base de golpes de efecto, llegan al límite en que se les termina el repertorio de engaños, farsas y mentiras. Por más fecundidad en ardides, no pueden anticipar el detonante de una crisis de proporciones capaz de arrasar todo lo que construyeron por años de autoritarismo.

Los ciudadanos de todas partes sueñan con el final del espanto de regímenes que les han robado no solo la riqueza nacional sino la esperanza de soñar con algo distinto y con una calidad de vida superior. El efecto libertario sobre el autoritarismo es una señal de que el destino de los Ben Ali y los Mubarak no le pasa muy lejos a los déspotas de otras latitudes.

Todos dejan su herencia maldita, que habrá que enterrarlos en el basurero de la historia. Lo importante es que queda el camino despejado para que los colectivos sociales sean conducidos por partidos políticos reformados y en sintonía con los colectivos sociales para construir su propio destino.

*PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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