• 05/12/2011 01:00

Formación docente, clave de la reforma educativa

P aradójicamente, la cruzada nacional en nuestro país por universalizar y mejorar la calidad de la Educación Básica y Media, y la concer...

P aradójicamente, la cruzada nacional en nuestro país por universalizar y mejorar la calidad de la Educación Básica y Media, y la concertación de compromisos dispuestos a acelerar el logro de estos objetivos, han coincidido con un deterioro notorio de la condición docente. La premisa central es que no es posible mejorar la calidad de la educación sin mejorar prioritaria y sustancialmente la calidad profesional de quienes enseñan. La construcción del nuevo modelo educativo acorde con los tiempos y con los requerimientos del siglo XXI requiere medidas integrales, radicales y urgentes destinadas a revertir, en todos los órdenes, el perfil y la situación actuales de la profesión docente. De otro modo, las ambiciosas metas planteadas para fin de siglo y más allá no pasarán de la tinta y el papel.

La moderna consigna de ‘poner el énfasis sobre el aprendizaje’, subrayada por la Conferencia Mundial sobre Educación para Todos (Jomtien, Tailandia, marzo de 1990), debe entenderse no solo como una reivindicación para los alumnos sino, en primer lugar, para los propios maestros. Garantizar y mejorar los aprendizajes de los alumnos implica asegurar a los maestros las condiciones y oportunidades para un aprendizaje relevante, permanente y de calidad que les permita hacer frente a los nuevos roles y objetivos que se les plantean, desempeñar profesionalmente su tarea, y hacerse responsables por ella frente a los alumnos, los padres de familia y la sociedad. Lograrlo exige no más de lo mismo —más cursos, más años de estudio, más certificados— sino una transformación profunda del modelo convencional de formación docente (tanto inicial como en servicio), el cual ha empezado en nuestro país a mostrar claramente su ineficiencia e ineficacia tanto desde el punto de vista de los maestros, su crecimiento y desempeño profesional, como del escaso impacto de dicha formación sobre los procesos y resultados a nivel del aula de clase.

Calidad profesional es inseparable de calidad de vida. En un contexto educativo como el nuestro con escasos incentivos económicos, morales y profesionales que tiene la docencia hoy en nuestro país, el acceso a mayores niveles de conocimiento y calificación a menudo (y previsiblemente) resulta en un trampolín hacia mejores alternativas de trabajo. En Panamá, al igual que en muchas regiones del mundo, muchos graduados de Escuelas Normales o de Facultades de Educación terminan trabajando en otra cosa (en Panamá; algunos en almacenes o en la Policía Nacional). La dificultad para atraer a la docencia a los mejores candidatos y para retener al personal capacitado determina una alta rotación y un continuo recomenzar de los programas de formación docente en el mundo entero.

La formación docente no puede encararse de manera aislada, sino como parte de un paquete de medidas dirigidas a levantar la profesión docente y en el marco de cambios sustantivos en la organización y la cultura escolar en sentido amplio. En tanto, no es posible aislar —ni para el análisis, ni para la propuesta— la formación docente del conjunto de factores que inciden en el perfil y el desempeño profesional de los maestros, resulta inevitable aquí hacer referencia, aunque sea someramente, a la situación de los maestros en general.

La apología de la figura del maestro ha sido constitutiva de la cultura escolar: identificado como apóstol, guía, conductor, consejero, sembrador de semillas, ángel guardián, luz, semilla del saber, vanguardia, el maestro y la labor docentes han sido típicamente asociados a un conjunto de virtudes (mística, bondad, abnegación, sacrificio, sabiduría, paciencia). En el marco general de insatisfacción y crítica respecto del desempeño de los docentes, el moderno discurso educativo ha dejado de lado esos términos y ha dado paso a otros: protagonismo, autonomía, revalorización (empowerment), profesionalización, nuevo rol docente, etc. Del apostolado al protagonismo, lo que iguala a ambos momentos es la enorme distancia entre el discurso y la práctica. De hecho, el protagonismo en el discurso ha venido de la mano de un deterioro y una marginalización crecientes del estatus, el salario, el saber y la autoestima de los docentes en la realidad.

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