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Redacción Digital La Estrella
Recuerdos de una madre
¡Madre! Madres insustituibles. Hoy, con querencia le hablamos, le conversamos sobre cosas que han acaecido, pero experiencias que no ol...
¡Madre! Madres insustituibles. Hoy, con querencia le hablamos, le conversamos sobre cosas que han acaecido, pero experiencias que no olvidamos. Y la recordamos hoy más que nunca, no con fingimiento o indiferencia, sino porque, a pesar del tiempo y la distancia que nos separan, no podemos cercenarla de nuestros pensamientos.
¡Bendita sea, Madre! por siempre, por el arrojo que tuviste de traernos a este mundo tan complejo, para vernos y comprender la razón de ser de la vida que Dios ha regalado. ¡Bendita seas, Madre!, por tus desvelos, sacrificios y tormentos a los cuales te sometiste por ver crecer al hijo que tú más amaste y cargaste por largos nueve meses en tus entrañas.
Pero lo grandioso y lo inmutable de tu amor, es que, precisamente, para ti, todos los hijos son iguales; en ti no existen diferencias. No importa el color de la piel, los rasgos físicos ni intelectuales. Todos son hijos indulgentes o afables.
Y si, por desgracia, un hijo se descarrila, toma otro camino o rumbo equivocado, ella lo recoge en su seno, en su hogar, lo espera rompiendo el silencio crepuscular, casi en permanente vigilia, le ofrece abrigo y comida y tal vez unos cuantos reales si sus condiciones se lo permiten. Le aconseja, le pide con dulzura que vuelva al regazo materno, le implora solícita, sollozando con ternura, con lágrimas en los ojos, para que camine al lado de su padre, de sus hermanos o de sus tíos. Porque para la santa madre no hay hijos torcidos, depravados o infames. Ella trata de elevar su espíritu para que comprenda los valores de la vida y del corto tiempo que dispone para hacer las cosas mejor.
El hijo equivocado tal vez no entienda ni comprenda el dolor que, silenciosamente, consume a su ser más querido que hay en el mundo, pero que, en el fondo, ese hijo ingrato ha de reflexionar sobre el amor de la madre, de la excelsa Madre de Dios, de esa mujer que es insustituible: ¡El amor de Madre! Por ello y por todas las cosas buenas y hermosas que adornaron a mi Madre y a todas las madrecitas, ¡benditas sean siempre, por todos los favores que han proporcionado al hijo, con calor y caricias.
A mi madre y a todas las madres que nos han abandonado físicamente y que entregaron su alma al Creador, que con denuedo o coraje y se esforzaron por brindarnos toda la felicidad a cambio de nada, ¡BENDITA SEA, MADRE QUERIDA! Elevamos una oración, un Ave María o un Padrenuestro, para que sigas reinando en el Cielo al lado de nuestro Padre Celestial.
*EDUCADOR Y EXLEGISLADOR DE LA REPÚBLICA.
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