• 14/12/2011 01:00

Remembranzas de aquel 20 de Diciembre

En la vida hay fechas inolvidables. Esta es una de ellas, por tratarse de una experiencia excepcional que muchos panameños vivimos direc...

En la vida hay fechas inolvidables. Esta es una de ellas, por tratarse de una experiencia excepcional que muchos panameños vivimos directamente o presenciamos a través de los medios. Algunos la sufrieron en carne propia, como quienes perecieron durante el ataque y los familiares que los han sobrevivido. Otros vivimos momentos de verdadera angustia y temor, porque quedamos, en un santiamén, expuestos a la ley de la selva en un país ocupado, vencido militarmente, desprovisto de autoridades capaces de imponer el orden y brindar la debida protección. Jamás podremos olvidar las circunstancias que rodearon a cada uno: ¿Dónde estábamos en esos momentos? ¿Qué hacíamos? Como también recordaremos ¿dónde estábamos cuando el Apolo 11 permitió al hombre pisar la Luna por primera vez el 20 de julio de 1969, o cuando los ‘zonians’ ultrajaron la bandera panameña el 9 de Enero de 1964?

Recuerdo perfectamente mi noche del 19 al 20 de diciembre hace 22 años, aunque no sea nada comparable con los sufrimientos de miles de otros compatriotas. Este año, dadas las circunstancias especiales del retorno al país de quien osó declarar la guerra a la mayor potencia militar del mundo, mi recuerdo cobra mayor importancia.

Me encontraba esa noche en Coronado. Como era usual veíamos televisión, pero nos llamó la atención que la imagen se desvanecía y reaparecía; temblaba cada vez con mayor frecuencia. Como no parecía haber remedio, decidimos apagar el televisor. Pero al poco tiempo se oyó un ruido ensordecedor de motores encima de la casa, sobre el techo, y el sonido de las ramas de los árboles zarandeadas por un fuerte viento. Nuestro perro temblaba de miedo y se acurrucaba en un rincón de la terraza. Minutos después se oyeron pasos a un costado de nuestras ventanas; personas que corrían, ráfagas de luces que parecían buscar algo en la oscuridad, gritos en inglés, una voz alta que daba órdenes.

Precisamente en ese momento recibimos una llamada desde la capital; nos informaba que se veían llamas en dirección de El Chorrillo y aviones sobre Panamá La Vieja. No había duda, nos decían: la invasión comenzaba como fiera furiosa que se vuelve contra quien había retozado con su rabo. Escuchamos nuevas ensordecedoras explosiones, más gritos demandando algo; con todavía mayor temor, decidimos ubicarnos frente a la puerta de entrada para que, de irrumpir el grupo invasor, no tuvieran dudas que estábamos desarmados. Al rato, todo volvió a un silencio sepulcral en la oscuridad de la noche.

Al amanecer investigamos los alrededores de la propiedad y la vecindad. Supimos entonces que se trataba de varios helicópteros que habían descendido en la playa, con soldados armados que buscaban una residencia y a alguien en particular, ya identificadas con antelación. Al encontrar el blanco a escasos metros de nuestra residencia, sometieron al indefenso cuidador y forzaron las puertas externas e internas con explosivos. No habiendo encontrado allí a su blanco, se retiraron, pero pronto la residencia fue desvalijada por moradores de poblados vecinos.

Estando cerrado el Puente de las Américas, era imposible retornar a la capital en días subsiguientes. Respiramos entonces un ambiente de incertidumbre y zozobra, porque varios comercios y residencias fueron asaltados por delincuentes que actuaban libremente ante la ausencia de controles de seguridad.

Debemos todos reconocer la titánica tarea del nuevo gobierno Endara—Arias—Ford que, cuanto antes, debió organizar las instituciones de una administración viable, incluyendo el cuerpo policial panameño que impusiera el orden público. De lo contrario la presencia de las fuerzas extranjeras de ocupación se hubiera extendido en nuestro suelo, como posteriormente ha ocurrido en Afganistán, Haití o Iraq.

EXDIPUTADA DE LA REPÚBLICA.

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