• 17/01/2012 01:00

Quien siembra vientos...

Un conocido aforismo nos advierte que: ‘Quien siembra vientos, cosecha tempestades’. Ello puede no ser siempre así; sin embargo, él que ...

Un conocido aforismo nos advierte que: ‘Quien siembra vientos, cosecha tempestades’. Ello puede no ser siempre así; sin embargo, él que practica este tipo de políticas corre el riesgo de desatar verdaderos huracanes. En este contexto, preocupan las repetidas acometidas del Excelentísimo Señor Presidente contra la prensa local, pues, como reza otra constatación de la sabiduría popular: ‘Sacar las cosas de quicio, no se hace sin perjuicio’.

Con el debido respeto para quienes por voluntad del Pueblo soberano deben representar la dignidad, el orgullo y la unidad nacional, resulta oportuno afirmar que la diferencia entre un mal político y un estadista es que el primero reacciona violentamente contra las críticas, y el segundo hace tesoro de ellas, para corregir en bien de la Patria el rumbo de su gestión de gobierno. En mi concepto, el país y el mundo tienen necesidad de verdaderos estadistas, no de malos políticos, ya estos abundan en todas las facciones. Es oportuno recordar que quien busca la grandeza, no debe probar necesidades mezquinas, ya que raramente el público perdona eternamente.

En mi visión personal, un estadista debe ser verdaderamente fuerte. Considero que no lo es quien reacciona exagerada y violentamente a los reproches o sátiras que se le hacen; por el contrario, quien actúa así, demuestra lo opuesto. Es imprescindible recordar que quien se defiende de manera extrema, exalta la sensación de culpa.

Por otra parte, en un Estado democrático resulta obsoleto el concepto de que ‘cuando habla Roma, termina la causa’. En todos los países donde impere una real democracia, es inalienable el derecho de crítica y quienes aspiran a un cargo público, antes de someterse al proceso de elección, deben tener en cuenta que, de ser elegidos, estarán sujetos a las censuras públicas, así como a la opinión contraria de sus opositores. Estas son las reglas en un Estado de Derecho.

Naturalmente, todos tenemos el equitativo y legítimo derecho—deber de defensa, sobre todo un gobernante; sin embargo, un estadista no sólo reflexiona antes de tomar su lanza y agredir a quienes lo adversan, sino que considera un deber rebatir con la debida cordura y respeto mediante respuestas y argumentos claros, convincentes y creíbles; o a través de la ejecución de acciones persuasivas y, en caso extremo, emprender los oficios constitucionales que le otorga la ley, cuando se trate de calumnias o graves injurias, pero sin caer en el peligroso ánimo de venganzas directas o transversales. El estadista sabe que con frecuencia las palabras pueden servir tanto para exprimir nuestras necesidades cuanto para esconderlas, por lo que las pondera atentamente. Este tiene siempre presente que raramente se mejora si no se tiene otro modelo a imitar que a su propia persona u obra.

La intención de estas reflexiones no es generar una diatriba contra nadie, sino la de compartir lo asimilado en 30 años de experiencia diplomática junto a excelentes expertos internacionales y, sobre todo, nacionales (diplomáticos de carrera dispuestos a transmitirme sus múltiples conocimientos sobre la materia). De mi activa e intensa participación en los Organismos Internacionales, maestros de vida política práctica, he aprendido que existen momentos o situaciones en las que es mejor tragarse un sapo que vomitar culebras. En tales ocasiones resulta más sabio pasar por ingenuo, que hablar fuera del texto y dar la impresión de ser prepotente o irracional, o peor aún, de confirmarlo. Defenderse sin ponderar el alcance de las palabras proferidas puede ser más perjudicial que callar o responder con la calma que el momento merece. Es necesario recodar que las cosas mezquinas sólo son grandes para una persona mezquina.

Por otra parte, para un buen político es indispensable evaluar con el debido equilibrio y mesura los encomios y/o exhortaciones de quienes diciéndose amigos nos inducen por vías no siempre practicables. Es mejor un enemigo sincero que un amigo de ocasión o un pésimo consejero.

Estas reflexiones me traen a la mente las palabras del escritor, filósofo y teólogo suizo Johann Kaspar Lavater: ‘Si quieres ser sabio; aprende a interrogar razonablemente, a escuchar con atención, a responder serenamente y a callar cuando no tengas nada que decir’.

En mi concepto, todo gobernante debe tener presente que el mal político piensa sólo en las próximas elecciones, mientras que el estadista piensa a las generaciones futuras y ciertamente un clima de intranquilidad no es la mejor medicina para el progreso.

MÉDICO VETERINARIO, CON AMPLIA EXPERIENCIA DIPLOMÁTICA FAO, IFAD, WFP.

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