• 22/07/2012 02:00

Diario de una vida estudiantil

‘ El olvido es el hijo consentido de la historia’.. La vida está hecha de recuerdos, hoy comparto uno más con ustedes. Empujados por un ...

‘ El olvido es el hijo consentido de la historia’.

La vida está hecha de recuerdos, hoy comparto uno más con ustedes. Empujados por un ardor rebelde de la época estudiantil y por el entusiasmo que en nosotros despertaba el eco del triunfo de la Revolución Chilena por la vía democrática, iniciamos nuestra aventura hacia Chile, a mediados de 1973, junto con mi entrañable compañero de Universidad, RODRIGO MESA (q.e.p.d.), de una formación profunda y asombrosa erudición. Rodrigo juntó sus ahorros y mi padre se ocupó de proveer las necesidades económicas de mi viaje, que supimos administrar con tino sorprendente.

Una mañana triste y fría emprendimos nuestro viaje en un avión carguero desde Bogotá hacia Santiago. Llegamos a la capital chilena en horas de la tarde. RODRIGO lucia impaciente, pues no había disponibilidad de hotel, finalmente logramos alojarnos. Una vez en la habitación, frente a una gran avenida, repicaba un reloj a la hora en que regía un rígido toque de queda. Un estruendo avisaba las decenas de tanques de guerra que, aparecieron en fila india, disparando a matar a cualquiera rondando en las calles pasada la hora. Eran los militares dispuestos a imponer a muerte sus creencias; mientras, se escuchaban tiros y explosiones. Era un campo de batalla entre simpatizantes y adversarios de gobierno. Se sentía una profunda división del país. Grabadas en mi memoria quedaron esas escenas de aquella noche tenebrosa, mientras la ciudad dormía, excepto nosotros y los conspiradores que pretendían derrocar el gobierno de SALVADOR ALLENDE. Todas las mañanas siguientes, realizamos nuestro habitual paseo a el Centro Cultural Gabriela Mistral; recinto que congregaba a intelectuales y estudiantes. Eran los tiempos de la unidad popular, de fondo se escuchaba la música de protesta, del cantautor VÍCTOR JARA, asesinado días después.

Finalmente comprendía la situación inmersa en que se encontraba Chile. Las noches eran siempre de fandango y bandoneón, recuerdo haber cenado en un legendario local, por el barrio MACUL, de fondo en la radio, cantaba un tango JULIO SOSA; lo acompañábamos con un pisco sour y aceitunas, unos locos de entrada y un buen lomito palta; en un rincón de la mesa libre sostuve un noble combate de ideas, un fuerte altercado con nuestro invitado, prominente miembro del Movimiento de Izquierda Revolucionario, quien me tildó de pequeñoburgués. Pasé por inadvertida ésta confrontación. Días después, recorriendo las grandes avenidas, adornadas de vallas revolucionarias y retratos colgados en los viejos edificios, logré observar las colas que se alargaban sobre los almacenes, los escaparates vacíos, el país se desabastecía, notándose en las antiguas y espartanas tiendas socialistas; reinaba una inflación galopante, y un floreciente mercado negro que nos favorecía.

Eran los últimos meses de ALLENDE, era evidente que estaba solo y aislado. La derecha golpista preparaba las condiciones del caos para derrocarlo. Allende no podía resistir el embate. Perdía el control del país. Ya el golpe de Estado estaba en marcha y el hombre oculto a ejecutarlo era AUGUSTO PINOCHET.

Caldeado el ambiente, sumado al agobiado peso de los graves problemas políticos que gravitaban en el país, produciendo incertidumbre, desconfianza y temor, decidimos partir por tierra, hacia la frontera, por Arica. Comprendí entonces la frase de CESARE PANESE ‘Uno necesita un país, aunque solamente sea para marcharse’. Ya no nos sentíamos cómodos en esta tierra ajena.

De retorno a Bogotá, profundo asombro nos causó la noticia del golpe. Ocurrió el once de septiembre del 1973. Días antes de nuestra partida, cuatro aviones tipo HAWKER HUNTERS de la Fuerza Aérea, bombardearon el Palacio de La Moneda, esa mole neoclásica, gris y pesada. Allende y su gente combatieron, al verse perdido, se suicidó mediante un disparó en el rostro, destrozado e irreconocible, sentado en un sillón rojo en el Salón Independencia del Palacio La Moneda. Allí lo hallaron con un poncho boliviano y la ametralladora en el pecho regalada por FIDEL. Eran las once y cincuenta y dos de la mañana, el plan de los milicos quedaba consumado. Fue enterrado en secreto al día siguiente, no se permitió inscripción alguna en la lápida. Lo acompañaron a su última morada, su esposa HORTENSIA BUSSI, su hermana LAURA ALLENDE y ‘LA PAYITA’ su secretaria. Lo demás es historia conocida. Una Junta de Gobierno se posesionó presidida por el general AUGUSTO PINOCHET, comandante en jefe del Gobierno. Se inicia entonces un esfuerzo vigoroso para erradicar los grupos extremistas, la fase de terror, de tortura a detenidos haciendo desaparecer a miles de opositores, borrando las huellas del calabozo y las celdas de tortura. Es así como surge un nuevo Chile, sepultado por la sociedad que instauró PINOCHET por años. Como dijo ERNESTO EKAIZER, ‘treinta años después del bombardeo de La Moneda y de la barbarie posterior, son las grandes alamedas de la justicia chilena y universal las que se han abierto para garantizar con su acción el fin de la impunidad’. Confinado en SURLEY tras pasar quinientos tres días arrestado primero y en libertad condicional bajo fianza más tarde, pudo regresar a Chile el dictador. Fue despojado de su fuero parlamentario y procesado en Chile.

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