• 21/10/2012 02:00

El papel de la literatura y de los escritores

Si la vida es una compleja red de convergencias y divergencias de toda índole, una sucesión de acontecimientos a menudo imprevisibles po...

Si la vida es una compleja red de convergencias y divergencias de toda índole, una sucesión de acontecimientos a menudo imprevisibles por más que haya planes maestros meticulosamente trazados por voluntades esforzadas, la buena literatura concebida como arte implica una necesaria creatividad en la visión de mundo que muestra. No un simple reflejo mimético, sino una recreación interpretativa que añade al mundo una obra digna de ser leída y valorada.

Así, los escritores, por naturaleza agudos observadores del entorno y de nuestra propia interioridad, auscultamos la no pocas veces escurridiza realidad, la analizamos con una híbrida combinación de conocimiento, experiencia, investigación, intuición e imaginación, y la plasmamos en textos que esperamos sean significativos para los demás debido al dominio de nuestro oficio. Se trata, por supuesto, de una ardua a menudo incomprendida labor; de una responsabilidad inexorable. Pero también, para quienes ponemos alma y vida en ello, una gran satisfacción. Crear —versus destruir— siempre será no sólo terapéutico sino altamente nutricio y estimulante en lo personal, pero también oblicuamente didáctico en cuanto comparte sentimientos e ideas.

De ahí que, lejos de ser una actividad de gente ociosa o frívola, una excentricidad superflua, indigna de lectores provenientes de profesiones muy diferentes y del hombre común que simplemente sobrevive en las calles, la creación literaria y las obras más logradas que produce sean una verdadera hazaña cotidiana. Y lo es debido el esfuerzo intelectual y artístico que necesariamente implican al producirse a contracorriente de toda clase de obstáculos externos e internos. Esfuerzo que una vez convertido en obra literaria merece que ésta sea divulgada, apreciada y promovida por la comunidad toda, pero también por el Estado y la empresa privada.

El papel de la literatura, y por tanto el de los escritores que la generan, ha sido siempre fundamental en el desarrollo universal de la Cultura, y lo sigue siendo. Sobre todo ahora que el influjo de las economías asfixiantes y las arbitrariedades cotidianas que el poder inventa en beneficio propio, imponen sus garras en la vida de la gente enervándola, y en el proceso de asimilación o de protesta, alienándola. Se trata, en el fondo, de una suerte de deshumanización, sobre la cual también se dejan sentir en sus obras no pocos escritores.

Y es que la buena literatura debe hacer pensar y sentir al mismo tiempo, tomar conciencia, expandir la imaginación, permitir al lector sensible entrar a un mundo de certezas, extrañamientos, negaciones y posibilidades dictadas por el lenguaje que su creador, con su talento, eficazmente ensambla. La función del escritor es, por tanto, auscultar las diversas facetas de la experiencia humana, sus recovecos, esos que no siempre están a la vista, tanto en lo individual como en lo colectivo, para finalmente hacer una propuesta: la de su propia visión de mundo; la de su interpretación del conjunto de problemas que elige abordar en su obra, o acaso la de una sola parcela del todo, pero vista en profundidad.

Sin duda una de las funciones propias de las novelas, cuentos y obras teatrales, e incluso de cierto tipo de poemas, puede ser entretener. Pero hay otras, muy importantes, como lograr que el lector sienta la seriedad de lo planteado y reflexione al respecto, lo cual suele requerir cierta densidad literaria, determinado grado de sofisticación técnica en el oficio escritural. Porque resulta que escribir obras literarias memorables, no es, no puede ser, copiar simplemente la realidad; ni tampoco predicar o querer adoctrinar machaconamente sobre ella. En tal caso sería mejor tomarle una foto o filmarla; o bien escribir un sesgado artículo de opinión, hacer un discurso o garabatear una pancarta. Por supuesto, la frivolidad, las moralizantes recetas de vida y el simplismo que busca que todo el mundo entienda lo obvio, tampoco es la fórmula ideal. Y es que, claro, simplemente no existe tal fórmula ideal. Lo que existe, en cambio, es talento, creatividad; ganas de generar otras visiones, otras posibilidades menos anquilosadas.

El arte, en este caso la buena literatura, es otra cosa. La creación literaria, cuando se toma en serio, aspira a la mayor perfección y significación humana posible. De ahí que, en efecto, escribir bien sea, al convertirse en Obra, una de las Bellas Artes. Un difícil y trascendente Arte que desde la época de las cavernas ha inspirado y acompañado a los seres humanos mediante sorprendentes dibujos y relatos orales, y que —con la tecnología exacerbada que hoy nos desborda o sin ella— lo seguirá haciendo hasta el fin de los tiempos.

FILÓSOFO, DOCENTE UNIVERSITARIO, POETA Y CUENTISTA.

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