• 27/01/2013 01:00

Verdad mental

Con qué tristeza escucho los logros alcanzados contra la violencia reprimida, que es lo único que se hace, mientras los adolescentes que...

Con qué tristeza escucho los logros alcanzados contra la violencia reprimida, que es lo único que se hace, mientras los adolescentes que nada tienen se convierten en rehenes del sistema con ese correteo permanente, las aprehensiones para verificar que no existe en la ley y las detenciones por las 24 horas que tampoco encajan en la ley, aunque lo diga el artículo 21 de la Constitución muy mal interpretado y aplicado.

A estos jóvenes se les persigue y se las acorrala en los puestos de trabajos informales, y de este modo los empujan a vender estupefacientes y otros artículos adquiridos ilegalmente, porque de alguna manera tienen que vivir y por ello se organizan en banda, porque aquí no hay pandillas, mientras los que gobiernan (en el mundo) ignoran o simplemente desprecian accesar al conocimiento sobre los intrincados laberintos de las variables del comportamiento social bajo presión.

Dentro de los privilegios concedidos al ser humano está el discernimiento, como una capacidad para distinguir lo real sobre lo ficticio; además, existimos dotados de una verdad llamada de cogito, para referirnos a aquellas cosas que advertimos clara y distintamente y que está dentro de nosotros. Todo lo que se muestra de manera evidente revela al que piensa, que se trata de una verdad de cogito. Nosotros intentamos primero convencernos y luego convencer al resto sobre lo que es cierto o falso, de acuerdo con nuestras percepciones y conocimientos o experiencias.

Toda esta operación para determinar la verdad nace en la mente racional. Es una elaboración, un balance entre lo que se dice con lo que se siente o piensa. Ya sabemos que es en el pensamiento donde se genera esta actividad revestida de emociones. La verdad es un estado de ánimo que se logra a través de las impresiones, constatadas en el medio, percibidas en los sentidos y que, eclosiona en las ideas o en los recuerdos. La experiencia y la educación juegan un papel preponderante y consecuente para conformar la verdad.

Verdad, en el extracto más llano, es aquiescencia de lo que se expresa con lo que prevalece. Insistimos que es una complicada elaboración mental. En esta operación prevalece una serie de conocimientos como la lógica y el método científico:

‘En rigor, un concepto científico de la lógica nos lleva a establecer que la lógica, dentro de su rama puramente formal, no es más que la indagación sistemática de los principios de todo razonamiento válido’.1

A través de toda esta actividad llegamos, sin la menor duda, a la verdad. Estas tareas son tan complicadas que muchas personas dudarán o sencillamente se despreocuparán porque el hombre común actúa, generalmente de forma inconsciente y sin la menor intención de revelar estos fenómenos, que sin embargo, aplican en la vida diaria como si fuera lo más natural.

El hombre estudioso, para llegar a estas conclusiones sobre la verdad ha observado que los conocimientos filosóficos y psicológicos entran en función de manera automática, sin que el sujeto se entere.

Modalidades de la verdad

Es muy interesante comentar la lectura del Discurso del Método, cuando el maestro conmina a no admitir jamás algo por verdadero, a menos que sea evidentemente conocido. Dice que de esa manera se evita minuciosamente la precipitación y la prevención, en vez de poner en el juicio otra cosa que no sea lo que se presente tan claramente y de forma tan distinta, que no exista ocasión para ponerlo en duda.2 Hay que abundar en cuanto a la época en que se concibió este documento.

La Real Academia Española define el vocablo verdad con varias acepciones, de las que transcribimos algunas, como una labor docente, a saber:

Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente.

Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa.

Propiedad que tiene una cosa de mantenerse siempre la misma sin mutación alguna. Juicio o proposición que no se puede negar racionalmente, etcétera.

Todo esto significa que es imprescindible poseer y ejercitar el pensamiento, además de considerar el conocimiento de lo que se razona, como sostiene el siguiente autor:

‘Todo lo material en cuanto da fe de su propia existencia, es fuente de certeza física; y digo en cuanto da fe de su propia existencia, pues de lo material que directamente se percibe se puede, mediante raciocinio, llegar a afirmar otra verdad contingente, y con respecto a esta verdad no habría ya certeza física sino lógica’.3

Explicando el mensaje recién transcrito nos lleva a revisar ese mecanismo de percepción a través de los sentidos, en este caso el de la visión. Lo material es evidente, por supuesto que identificado de acuerdo con nuestros conocimientos previos y la elaboración mental para clasificarlo, compararlo y determinarlo, según lo que se piensa.

Tenemos por obligación que comentar nuestra forma de percibir esta realidad que convertimos en pensamientos. Así, los seres humanos se comunican con el exterior de cada ser a través de los sentidos. Los sentidos a su vez, utilizan el vehículo de las sensaciones que pueden activarse por los estímulos y que se convierten en emociones. Esto nos puede llevar a considerar que tales valoraciones, productos de las emociones pueden variar por la subjetividad y los intereses particulares.

Captado, aunque sea parcialmente, lo expresado en este párrafo que acabamos de sustentar, si ahora trasladamos este concepto de la verdad, para situarla en los procesos judiciales, se podrá determinar que está inmersa en todas y cada una de sus actividades, especialmente en las pruebas.

ABOGADO Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

1 CHONG MARÍN, MOISÉS. LECCIONES DE LÓGICA E INTRODUCCIÓN AL MÉTODO CIENTÍFICO. EDICIÓN CORREGIDA Y AUMENTADA. EDITORA SIBAUSTE, S.A. PANAMÁ, 1998. PÁG. 3.

2 DESCARTES, RENÉ. DISCURSO DEL MÉTODO. 4ª EDICIÓN. EDITORIAL LOSADA S.A. BUENOS AIRES, 1959. PÁG. 47.

3 DEI MALATESTA, NICOLA FRAMARINO. LÓGICA DE LAS PRUEBAS EN MATERIA CRIMINAL. VOLUMEN 1, CUARTA EDICIÓN, EDITORIAL TEMIS S, A. BOGOTÁ, 1992. PÁG. 27.

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