• 22/03/2013 01:00

Panamá necesita una política internacional coherente y comprensiva

La necesidad imperante de que nuestro país tenga una política internacional basada en nuestra propia agenda, una que es coherente y visi...

La necesidad imperante de que nuestro país tenga una política internacional basada en nuestra propia agenda, una que es coherente y visionaria —iluminando nuestro futuro, y dirigida por un mandatario y cuerpo diplomático con la experiencia, tenacidad y conocimiento de cómo ejecutarla no fue más evidente que durante las últimas semanas.

Hemos observado un voto panameño en las Naciones Unidas referente a la solicitud de los palestinos, quienes deseaban cambiar su estatus ante la ONU, que para muchos fue increíble. Panamá fue una de las nueve naciones —incluyendo a EE.UU. e Israel— que votó en contra de dicha solicitud. (138 naciones votaron a favor y 41 se abstuvieron). Son pocos los países que no están a favor de la existencia tanto de Israel como de Palestina.

Igualmente incomprensible fue el comportamiento de un embajador ‘destituido o renunciado’, quien atacó a la institución a la cual perteneció, sin acordarse de que dichas instituciones tienen memorias largas.

Tal vez no hubiera escrito este artículo si el expresidente Arístides Royo —detallando la traída del Consejo de Seguridad a Panamá— no hubiera escrito: ‘Considero que se debió a la gran experiencia diplomática de un gran nacionalista, Aquilino Boyd... atendiendo a las recomendaciones del general Omar Torrijos y del canciller Juan Antonio Tack’ (La Estrella 15/3/13) precisando lo que hoy abogo.

Añade el Dr. Royo que ‘... (Aquilino) desplegó de manera decidida y tenaz, una enorme actividad que incluyó conversaciones con los representantes permanentes del Consejo de Seguridad así como los temporales...’. Hoy comparto una anécdota que ilustra y subraya su conocimiento de las reglas del ajedrez diplomático. Ocurrió el 25 de marzo de 1971, tres años ANTES de la reunión del Consejo celebrada en Panamá.

Como embajador alterno, me tocó acompañar a nuestro embajador permanente, Aquilino Boyd, y al embajador Dídimo Ríos en la Asamblea General cuando un amigo —embajador alterno de Jamaica— se nos acercó excitado y nos comentó que la votación sobre la entrada de China ‘comunista’ se iba a llevar a cabo. Aquilino, atento al intercambio, comentó que ‘eran rumores y que los rumores aquí abundaban’. Aproximadamente 30 minutos después nos enteramos de que no era un rumor. Pocos esperaban que tuviéramos que votar.

Sorprendido por la noticia inesperada, Aquilino, observando el tablero gigante que mantenía el correr de la votación, con su calma característica, nos preguntó: ‘¿Qué hacemos?’. Con voz insegura, respondí: ‘¡El amarillo, aprieta el amarillo!’. Aquilino no respondió; empero tornó sus ojos hacia el embajador Ríos, repitiendo la pregunta. Este, con su ecuanimidad usual replicó: ‘Bueno Aquilino, creo que Carlos tiene razón, el amarillo’. Estoico y serio, Aquilino apretó el botón amarillo —el de la abstención.

Conociendo su trayectoria, estoy seguro de que Aquilino no necesitaba nuestra opinión, pues seguía las ‘recomendaciones del general Torrijos y del canciller Juan Antonio Tack’. Sin embargo, como buen diplomático, nos incluyó en la decisión. El resultado de la votación fue 76 a favor, 35 en contra y 17 abstenciones.

Al abandonar aquel recinto festivo por la victoria de China, fuimos interceptados por el embajador de la Unión Soviética quien, estrechándole la mano a Aquilino, le comentó en inglés: ‘That was a courageous vote your country took’. Aquilino le estrechó la mano y respondió, también en inglés: ‘Thank you, Mr. Ambassador’.

La importancia de utilizar la estrategia de la abstención salió de relieve aquel día y opino que fue la razón por la cual el soviético felicitó a Aquilino. Acordemos que Panamá confrontaba a los norteños, pues deseábamos que el Consejo de Seguridad se reuniera en Panamá y ellos se oponían tanto a esto como a la entrada de China. Votando afirmativamente nos hubiera colocado en oposición directa a sus deseos y votando negativamente en oposición a los países progresistas, cuyo apoyo nos sería imprescindible. Abstenernos, nos permitió seguir nuestra lucha nacionalista que culminó en los Tratados Torrijos-Carter. Lástima que este gobierno no tuvo la inclinación ni la sagacidad política de abstenerse en su reciente voto.

ESCRITOR Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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