• 28/06/2013 02:00

Hace falta un alcalde

Un clamor permanente de las comunidades encuentra eco en la necesidad de un hombre o de una mujer con entendimientos claros de lo que si...

Un clamor permanente de las comunidades encuentra eco en la necesidad de un hombre o de una mujer con entendimientos claros de lo que significa dirigir los destinos municipales.

Los retrasos manifiestos en la gestión alcaldicia encuentran íntima relación con las ignorancias y las ausencias de voluntades de quienes han asumido la responsabilidad de ser alcaldes, los que a la postre resultan ser enormes fiascos con resultados altamente nocivos para la sociedad.

Un alcalde es un hombre visionario, soñador, emprendedor y, por supuesto, realista. Es un líder comunal, es un hombre con sentido fraternal, con potencialidades y grandes atributos morales. Es un ser que debe estar más allá de toda duda. Es un individuo con un gran sentido desarrollista. Además, un ente que debe portar una gran hoja de servicio a favor de la comunidad, que debe tener una probada trayectoria de lucha social y que tiene que adquirir una tremenda obligación con quienes lo eligen.

Es decir, no hablamos del tipo filibustero convertido en alcalde. Tampoco del desprevenido, del embaucador y del incompetente, que, jugando a ser alcalde, termina inmerso en una comedia en donde él mismo asume los papeles de villano y de generoso, de farsante y de bienhechor. A final, termina en nada, y desde luego, siendo nada.

En Panamá, tenemos bastantes del tipo de especie que describimos. Es decir, nos referimos a los alcaldes filibusteros. Esa especie que pareciera tomar vida cada vez más, debe ser erradicada, porque termina malamente infectando a la sociedad. El país no puede desarrollarse, si los municipios son débiles. En ellos está la base de la sociedad. Precisamente las crisis comienzan por esa célula sensible de la colectividad. En ellos están los problemas sociales básicos, están las esperanzas de la población, pero igual deben estar las debidas soluciones.

Un alcalde ajeno a esos entendimientos tiene que producir retrasos. Y peor aún si la distancia con la academia y con la ciencia es gigantesca. Más grave, la cosa, si la lógica de su visión es la irracional acumulación de riquezas materiales a cualquier costo. Y trágico el asunto, si no tiene la capacidad de entender el daño que se le hace a una población que siempre espera de sus dirigentes un accionar cónsono con su sentir, si su comportamiento es perturbador.

No obstante, sí hay alcaldes con serios compromisos con las poblaciones. Esos son los menos. Los hay con misiones bien señaladas y con propósitos muy definidos.

De manera que la oportunidad que se presentará próximamente en el torneo electoral del año venidero impone a los electores una mayúscula tarea. Esta es la de elegir con conciencia a los alcaldes. Deberán, con una lupa, ir escudriñando para limpiar el camino y despejarlo, de modo tal que aparezca el alcalde que puedan necesitar.

De manera que debe quedar claro que, si hace falta un alcalde, debemos responsablemente buscarlo. Y desde luego, encontrarlo con los atributos genuinos, para que sea garantía de éxito y no de fracaso.

En donde se necesite, el grito debe ser: ‘Hace falta un alcalde’.

*DOCENTE UNIVERSITARIO.

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