• 29/01/2014 01:00

Si Don Bosco viviera aquí hoy

Esta semana conmemoramos otro aniversario de la muerte de uno de los santos más queridos en nuestro país. Don Bosco, a quien miles de fe...

Esta semana conmemoramos otro aniversario de la muerte de uno de los santos más queridos en nuestro país. Don Bosco, a quien miles de feligreses acompañan cada 31 de enero en procesiones que recorren calles en la capital, vuelve a estar presente de manera especial en el corazón de sus fieles. Las manifestaciones públicas no tienen parangón y demuestran nuestra evidente predilección por este santo, no solo por su vida dedicada a rescatar a una juventud menesterosa, sino también como agradecimiento por favores dispensados a tantos individuos que los han experimentado directamente.

La vida y milagros de Don Bosco han sido ampliamente reseñados desde su muerte hasta nuestros días. Decenas de libros se han escrito relatando cada detalle, pero resulta propicia la ocasión para reflexionar, en momentos como éstos, sobre las virtudes que adornaron su personalidad y que deberían ser ejemplos inspiradores para sus devotos. La mejor forma de agradecer esos milagros y favores dispensados sería la decisión de imitar el modelo de su vida, su vocación y sus virtudes personales.

Su origen fue de gran pobreza, quedando huérfano de padre a temprana edad. Como muchos niños y niñas en nuestras áreas rurales, debió caminar grandes distancias cada día para acudir a un centro de enseñanza para adquirir una educación útil. Pero también debió dedicarse a actividades que le produjeran ingresos para sobrevivir y para ayudar a su madre viuda. En ese trajinar hasta su adolescencia fue pastelero, sastre, ferretero, zapatero y hasta malabarista, mago, ilusionista y prestidigitador. No le arredró el trabajo decente y siempre se mostró humilde, dispuesto a servir a los jóvenes.

Sus habilidades le permitieron ganarse la confianza de niños pobres y desamparados, a quienes se acercó para educarlos. Demostró una firme vocación hacia la docencia, convencido de que la educación era el camino adecuado para hacer ciudadanos útiles a la sociedad. Fue el creador del sistema preventivo educativo que enfatizaba la eficiencia de una enseñanza ‘no con los puños’, como era usual en la época, sino con amabilidad y generosidad. No en balde el papa Juan Pablo II se refirió a él como ‘Padre, Maestro y Amigo de los Jóvenes’.

Demostró especial preocupación por la situación de niños que debían laborar jornadas hasta de catorce horas en las primeras fábricas de la era industrial, así como la de quienes se encontraban privados de libertad hacinados en cárceles deshumanizantes. Siempre se preocupó por conseguir trabajos decentes y dignos que respetaran los derechos de los jóvenes.

Su formación le permitió desarrollarse como un prolífico escritor que produjo innumerables obras. Llegó a dominar siete idiomas. Su habilidad innata hizo de él un político sagaz, que pudo cooperar efectivamente en la unificación de los diferentes estados italianos para constituir finalmente el Reino de Italia del siglo XIX.

Hay mucho que podríamos imitar de la vida, humildad y vocación de servicio de Don Bosco hoy en nuestro país. Muy pocos son los humildes y muchos los arrogantes, prepotentes y soberbios. A muy pocos les preocupa realmente la suerte de niños que crecen en barrios marginados y muchos los que se encuentran hacinados o han muerto quemados en cárceles infrahumanas. Muchos son los necesitados, muchas son las promesas políticas de redención y de resocialización incumplidas. Pocos se preocupan, como el santo, por regenerar a jóvenes descarriados y guiarlos por el buen camino con oficios productivos que devuelvan la autoestima y los haga útiles a sus familias y a la sociedad.

Cuántos Don Boscos nos faltan para dejar de ser un pobre país rico. No basta con caminar la procesión una vez al año.

EX DIPUTADA DE LA REPÚBLICA.

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