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- 15/03/2014 01:00
El tapón del Darién
Los líderes colombianos más ilustrados y lúcidos mencionan frecuentemente un tema vital para el desarrollo de nuestros dos países y en verdad de todo el continente americano, el Tapón del Darién, sobre el cual hay una gran confusión. Los vendedores de miedo, se lo han apropiado y han creado una atmósfera de rechazo a la necesaria y urgente comunicación terrestre entre Panamá y Colombia, entre Alaska y la Tierra del Fuego; han creado además un verdadero tapón mental. Se han tejido tantos mitos y fantasías, que hasta se ha olvidado de dónde proviene el temor primordial: el rechazo de Colombia y lo colombiano por parte de los fundadores de la República en 1903.
Los próceres, quienes eran casi por mitad comerciantes de origen cartagenero, vivieron bajo el terror de la reconquista e impusieron una visión de su patria ancestral muy negativa y distorsionada. En los textos escolares se presentó el período colombiano como espantoso, causa de todos los males en el siglo XX y se persiguió, judicialmente hasta la década de 1930, al que discrepara de la tesis oficial, tal como le sucedió al eminente jurista Oscar Terán. Más tarde el terror de la aftosa (controlada ahora a ambos lados de la frontera), de la narcoguerrilla y de la delincuencia común han sidos explotados por diversos grupos de interés, ganaderos temerosos y políticos inescrupulosos, que hasta impidieron el funcionamiento en la década de 1990 de un transbordador marítimo entre Colón y Cartagena. A eso se sumó el rechazo a la alteración necesaria del medio natural en la trocha que ocuparía la carretera, propiciado por ambientalistas rígidos o poco informados, en algunos casos oficiantes de una próspera secta mundial reñida con la verdadera ciencia o por los que han adherido sin raciocinio y espíritu crítico a las simplezas de lo ‘políticamente correcto’, forma infantil de parecer moderno y desarrollado.
Para coronar, tenemos la oposición más reciente de EE. UU., que teme el uso de nuevas vías de emigración desde Sudamérica, desconociendo que la falta de carreteras y verdaderos poblados formales propicia en el Darién el tránsito ilegal y que los emigrantes viajan más cómodamente en aeronaves y barcos.
Los dirigentes panameños desde hace ya muchos años, en vez ejercer su responsabilidad de liderazgo al orientar a la población y hacer su tarea con valentía y visión, han tomado el camino fácil de plegarse a la encuesta de opinión manipulada por la burda propaganda xenofóbica, anticolombiana, por los seudoambientalistas mercenarios de la denuncia tarifada en ciertos medios internacionales, por los timoratos de toda laya y por el recuerdo lejano de 1903. No faltan quienes alegan, con extraño entusiasmo, la incapacidad de Panamá para mantener el orden en todo su territorio, en este caso darienita. Actitud que demuestra una mentalidad de fracasado que se quiere elevar hasta el Estado panameño, cuando es un problema de ciertos políticos y gobiernos y de una parte de la opinión pública.
En la década de 1950 la unión por carretera de todo el continente americano era un exaltante desafío que todos decidieron enfrentar con energía. Intrépidos exploradores, como Tomás Guardia Fábrega, Amado Araúz y Edwin Fábrega Velarde recorrieron el trazado vial propuesto. EE. UU. hasta se comprometió en 1970 a sufragar dos tercios del costo. Pero la concertación de los Tratados Torrijos-Carter consumió los esfuerzos de Panamá en su política internacional y nunca se logró que EE. UU. cumpliera plenamente su promesa.
La década de 1980, ya lo sabemos, fue más bien perdida y en la de 1990 diversos grupos de presión y de interés comienzan a moverse en contra de la amplia carretera, de preferencia autopista, que rápidamente se convertiría en la principal del país, que pondría a Medellín, metrópoli de 4,5 millones de habitantes, a algunas horas en automóvil de la ciudad de Panamá. Que abriría más fácilmente un mercado de más de 80 millones de habitantes de Colombia, Venezuela y Ecuador, descubierto solo por los comerciantes de la Zona Libre de Colón. Al Canal interoceánico se añadiría la carretera Panamericana, otro instrumento, mayor, de aprovechamiento de nuestra posición geográfica. Panamá quedaría al fin en un cruce de caminos, del norte al sur y del este al oeste; recibiríamos por tierra productos más abundantes y baratos de Sudamérica y nos convertiríamos en el puerto internacional más importante de la región neogranadina.
Pero la tozudez de algunos y la apatía o debilidad de los gobernantes han logrado durante demasiado tiempo paralizar una obra vial, que tiene ya más de 50 años de atraso, para destaponar el Darién. Acción de apertura que traería enormes beneficios para todo el continente, para toda la región y, naturalmente, para Panamá.
La mejor manera de controlar un territorio fronterizo es mediante el establecimiento de lugares poblados y vías de comunicación formales. Los parques nacionales y las reservas biológicas estarían mejor custodiados, si las autoridades competentes tuvieran acceso fácilmente a ellos. Además, la selva virgen solo favorece el tránsito de los ilegales, narcotraficantes, guerrilleros, delincuentes comunes, armas, drogas, contrabando, por la porosa frontera darienita en la que se mueven con toda tranquilidad. El territorio aislado propicia la deforestación, fenómeno que sigue extendiéndose por ganaderos inescrupulosos, que aprovechan la ausencia de la autoridad, que no puede acceder al área por falta de carreteras y de lugares poblados dignos de ese nombre. Panamá es un país con un crecimiento demográfico vigoroso, con una población joven cada vez más numerosa, que necesita nuevas actividades económicas y nuevas tierras para explotar en su beneficio. Finalmente, una buena vía de comunicación por tierra con Colombia debería favorecer una indispensable relación amistosa, política, económica y humana, elemento básico para nuestra seguridad, paz y prosperidad.
En el continente americano, que se asoma al Pacífico, aparte de tensiones políticas, diplomáticas y hasta militares entre algunos estados que deberían ser resueltas por medios pacíficos, queda también pendiente de solución positiva una cuestión de gran importancia. Se trata de completar la comunicación por la carretera Panamericana de más de 25 mil kilómetros de longitud desde Alaska hasta la Tierra del Fuego, cuya ruta está casi siempre cerca de la costa del Pacífico. Un cortísimo tramo montañoso, selvático y pantanoso de apenas 87 kilómetros (58 kilómetros en Panamá y 29 kilómetros en Colombia) en el llamado tapón del Darién, impide la unión por tierra de toda la América.
El istmo panameño permanece de esta forma, aún en los albores del siglo XXI, como el que une desde hace cien años los océanos mediante su canal marítimo, pero que separa el Nuevo Mundo en acción contraria a su profundo interés y el de todo el continente, su apropiada geografía y su dilatada función histórica. Panamá ni siquiera ha sido capaz de establecer una interconexión eléctrica con Colombia, para abaratar el costo de la energía, con el pretexto, entre otros, de la oposición del pueblo kuna encerrado en su reserva de miseria.
Panamá, con su Canal (al que se añade el ferrocarril y sus carreteras transístmicas), aprovecha teóricamente cerca de 25 % de la capacidad de su posición geográfica, nuestro principal recurso natural. Ampliado, utilizaría en dos años más casi el 50 % de la capacidad de la posición geográfica, mientras que con la carretera Interamericana que lo comunicaría con Sudamérica, podría utilizar el otro 50 % disponible y extraordinariamente desechado hasta ahora. Así, podríamos acercarnos al 100 % del uso de nuestra posición geográfica.
En el lado panameño solo hay que mantener mejor la carretera existente y construir 58 kilómetros de carretera entre Yaviza y Palo de las Letras en la frontera con Colombia, mientras que en el lado colombiano, mucho más corto, hay que levantar un gran puente sobre el río Atrato. Si los líderes colombianos pudieran garantizarnos la ‘securización’ de su región fronteriza y los líderes panameños educar mejor a la población ístmica sobre los beneficios de destaponar el Darién, creo que podríamos salvar los últimos escollos reales para ejecutar el proyecto de unir por tierra las Américas y abrir nuevas y prometedoras vías de desarrollo para Panamá, Colombia y todo el continente.
La seguridad nacional y la prosperidad de Panamá, su papel como país clave en la inmensa cuenca del Pacífico, exigen que los panameños tomemos esta decisión rápidamente y destaponemos al fin el Darién, el istmo de Panamá y todo el continente americano. En algún momento del futuro las generaciones que nos sucederán, mejor educadas y liberadas de mitos, de supersticiones y de tesis alienantes, no comprenderán que la nuestra no haya asumido con vigor y lucidez su responsabilidad y construido mejor las bases de su porvenir.
GEÓGRAFO, HISTORIADOR, DIPLOMÁTICO.