Carlos Iván Zúñiga: las virtudes de un patriota aguerrido

Actualizado
  • 14/11/2015 01:00
Creado
  • 14/11/2015 01:00
A finales de la década de 1940, este penonomeño logró unir a la nación en torno a la lucha contra el Convenio de Bases Filós-Hines.

Su figura ilustre y ejemplar se yergue airosa, imponente y majestuosa en el sitial de honor en que lo ha colocado ya la patria agradecida.

Desde allí, cual atalaya vigilante y faro orientador de nuestra nacionalidad, nos muestra e ilumina con crecientes fulgores el sendero del Panamá profundo, que todos debemos recorrer, si queremos construir una patria grande, entrañable y solidaria, en plena democracia.

Se trata de Carlos Iván Zúñiga, fogoso, aguerrido e indiscutible dirigente estudiantil sin claudicaciones.

Ya desde sus años juveniles, primero en la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena, después en el Instituto Nacional y, más tarde, en la Universidad de Panamá, Zúñiga emergió con luces propias como uno de los nuevos pinos de la juventud panameña.

En ese momento histórico, él logró aglutinar al pueblo alrededor del Frente Patriótico de la Juventud en la lucha frontal y sin cuartel contra del oprobioso Convenio de Bases Filós-Hines, que lesionaba en sus fibras más sensibles la independencia misma y la dignidad de nuestro país soberano.

Su lucha cívica resultó exitosa porque en ella se utilizaron siempre las armas que brinda la civilidad: la elocuencia digna y mesurada, los argumentos lógicos y jurídicos que colocan siempre la verdad sobre la mentira; la fuerza de la convicción sobre el uso de la fuerza bruta; el grado mesurado de valentía y firmeza que no usa los excesos ni lesiona el derecho de los demás.

Además, recurrió siempre a la unidad y comunión de objetivos antes que a la división y el sectarismo; al análisis y la discusión serena y objetiva de los problemas nacionales, en busca de consenso y un plan de acción coherente que permita encontrar la fórmula para solucionar conflictos o elimine las amenazas, que siempre se han cernido sobre las débiles democracias latinoamericanas y que han puesto en entredicho, en no contadas ocasiones, nuestra soberanía nacional.

EN RECUERDO

Por eso, hoy, en el día del patriota, es válido recordar y poner de relieve la impronta de Zúñiga, sus virtudes singulares, su extraordinaria trayectoria existencial. Su muerte acaeció justo hace siete años, en pleno mes de la patria.

Ya es por todos conocida la legendaria conducta asumida por Zúñiga al liderar la lucha que emprendió la Cruzada Civilista en defensa de la democracia y de los derechos ciudadanos, conculcados ‘in fragranti' por la dictadura militar.

Los pañuelos blancos, fruto de su genio creativo, ondeaban por todas partes; los pitos y las pailas, nuevos instrumentos musicales de la civilidad, festejaban las marchas pacíficas, enviando un mensaje de protesta contundente y atronador que fue escuchado en todo el mundo; marchas pacíficas que aglutinaron, en ese momento, a los panameños que demandábamos democracia, justicia y libertad, frente a los desmanes de la bota militar.

EL RETIRO

Siguiendo los pasos del patricio y padre de la República Romana, el gran Cincinato, que se retiraba siempre a las campiñas para recuperar fuerzas y encontrar allí el reposo que demandaba su noble espíritu republicano, en contacto con la naturaleza y en la atención de las hortalizas que cultivaba en su amado huerto, Zúñiga, finalizado el ejercicio del cargo de rector de la Universidad de Panamá, se retiró, acompañado como siempre de su musa y compañera de toda su vida, a la finca de café de sus amores, en Jaramillo, Boquete.

Desde el acogedor vestíbulo de su residencia, se contemplaba el formidable espectáculo que se ofrecía a la vista durante el día, que permitía observar con toda claridad el volcán Barú, la cadena de montañas y bosques que circundan Boquete y divisar allá, más abajo, en lontananza, la población misma y el valle atravesado por el río Caldera; oír el constante trino de las aves cantoras, sentir el agradable aroma del café, a la vez que el intenso perfume de los jazmines y de la flor de los guayabos. Al llegar la noche, Zúñiga mostraba, embelesado, apuntando con el dedo índice hacia el cielo, ese firmamentocargado de estrellas titilantes.

Desde allí, desde el magnífico mirador de la naturaleza, que era su propia casa, rodeada de cafetos y bañada por el suave bajareque, Zúñiga escribía todas las semanas el artículo que publicaba el periódico La Prensa, en su columna de cada sábado.

Ocurrió así durante los últimos ocho años de su existencia terrena.

En esos textos plasmó y nos dejó para siempre el elixir exquisito de su pensamiento, de su sabiduría humanista, de sus atinados consejos, de su ejecutoria de vida y de su legado de patriotismo y civilidad, en una demostración postrera que constituye una ofrenda final de la entrega total que fue su vida, dedicada al servicio de la nación y a la defensa a ultranza de los auténticos y caros intereses del pueblo panameño.

Por eso, no nos queda otra ruta, otro camino y otro derrotero, que atender sus sabias enseñanzas y seguir tras los pasos de la vida ejemplar que Zúñiga construyó, sin duda, para la eternidad.

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CARLOS IVÁN ZÚÑIGA GUARDIA

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